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¿Irá Cilia a visitar a Efraín y Franqui Francisco a la prisión donde cumplirán su condena?

—Échenos la bendición, mi tía —dicen casi al unísono dos jóvenes que, de no ser por las extravagancias y lujo de las ropas que visten, pasarían como cualquier hijo de vecina de mi querido y recordado Los Jardines del Valle.

—Dios me los bendiga y me los haga unos hombres de bien… responde la tía. Y, volteándose orgullosa hacia su marido, la Primera Combatiente, dice:

—¡Qué buenos nos salieron estos muchachos Nicolás! Son tan inocentones y nobles que me preocupa que cualquier vivo quiera echarles una vaina. Si hasta andan con un talonario de rifas para recolectar fondos para mi campaña… y deben haber vendido todos los números porque siempre tienen la billetera repleta de plata.

Aunque el diálogo, de nuevo, es producto de mi inquieta imaginación, así supongo que ocurría en la casa de los Maduro-Flores, mientras los ‘sobrinos’, criados como hijos, vivían bajo el mismo techo de la parejita presidencial. Además, ¡es una costumbre tan venezolana pedir la bendición! que, seguro, Efraín y Franqui Francisco, se despedían así de afectuosos de sus amados tíos antes de salir a hacer sus negocios y aprovechar su condición de miembros de la ‘familia real’ para disfrutar las prebendas que les otorgaba ser, más que sobrinos, los hijos de crianza de quienes por mandato de Chávez desgobiernan al país.

Es más, no dudo que la escena se haya repetido miles de veces en el mismísimo despacho de Miraflores; o incluso antes, en la Casa Amarilla, cuando Nicolás era el canciller, Cilia diputada y los querubines, unos muchachitos ramplones e imberbes, rodeados de secretarias aduladoras, probando las primeras mieles del poder y el provecho que se le puede sacar.

Pero como que tía Cilia y tío Nicolás fueron demasiado consentidores y permisivos. Y permisivos en exceso porque no les fijaron límites a esos muchachos, que es lo que los psicólogos nos recomiendan a los papás para que los hijos aprendan a respetar las normas —y después, de grandes, las leyes— para que no se metan en problemas, pues, y terminen pensando que traficar drogas hacia un país tan serio como Estados Unidos es tan fácil como pedirles a los escoltas, cuando estás a dieta estricta, que compren hamburguesas en McDonald, sin que los demás se den cuenta.

Este tema de los narcosobrinos presidenciales no podemos tomárnoslo a la ligera. ¡Es grave! Muy grave, porque revela lo que podría ser la condición y esencia de este régimen. ¿Estamos en presencia de un narco-Estado? ¿La llamamos Venezuela, o debemos comenzar a decirle Narcolandia? Hay quienes aseguran que eso es así: que somos un narco-Estado, donde las cúpulas del poder están involucradas —y embadurnadas hasta el cuello— en este lucrativo y oscuro negocio. Los narcosobrinos no son los primeros que caen en manos de la justicia americana por un asunto de drogas. Personeros que ocuparon —y ocupan— importantes cargos en estas gestiones chavista-madurista, también están siendo señalados por el mismo delito.

¿A cuántos revolucionarios famosos estarán acusando los muchachones de Cilia? ¿A ella y a Nicolás no les habrá parecido raro que esos sobrinos quisieran usar así tan confianzudamente la Rampa 4 de Maiquetía? ¿Portaban o no pasaportes diplomáticos otorgados por Delcy? Todo esto —en un país donde se respeten las leyes— ya habría salido a la luz pública y sería suficiente motivo para exigir la renuncia del Presidente. Es lo que, moralmente, debía haber hecho Nicolás: en un acto de verdadero arrepentimiento y vergüenza, poner su cargo, el de su Primera Combatiente y el del resto de su gabinete a la orden, para que se abran las averiguaciones y poner tras las rejas a los culpables, no solo de narcotráfico, sino también de corrupción. Pero, de pronto recuerdo quiénes son los personeros involucrados en este escándalo y cómo funciona la justicia en Venezuela… y me regresa el sinsabor y desaliento que deja la impunidad.

El asunto es que, a pesar de la gravedad del caso, los narcotíos no han abierto la boca para fijar una posición al respecto. Y prefieren estar ‘rayados’ con la DEA, organismo que —confío y aspiro— debe estar enfilando su arsenal contra los cabecillas de esta mega banda de la droga. Los narcotíos podrían estar en salsa —y no de la que le gusta bailar a Nicolás— con la justicia del Imperio que seguirá escarbando en esta carroña hasta dar con los peces godos que dirigen todas las operaciones. Y en medio de un mutismo absoluto, Nicolás y Cilia dejan la defensa de su honor y de sus narcosobrinos a Diosdado y Pedro Carreño quienes, con su cinismo característico, aseguran que los ‘hijos de crianza’ presidenciales —hallados culpables, unánimente, por tráfico de drogas— son unos “buenos muchachos víctimas de un montaje por parte de la DEA”, casi que unos mártires a quienes el gobierno de los Estados Unidos mantiene secuestrados.

¿Irá Cilia a visitar a Efraín y Franqui Francisco a la prisión donde cumplirán su condena? Tal vez sí, total esas cárceles norteamericanas no son ni remotamente parecidas al infierno que se vive en Tocuyito, Yare, El Rodeo o Tocorón… para pesar del resto de los venezolanos que vemos en esta noticia, una llama de esperanza al final del túnel.

mingo.blanco@gmail.com

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