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La historia de Fernández está impregnada del American dream. Un chico nacido en Santa Clara, Cuba, que a los 15 años escapó de la isla en busca de libertad y de hacer realidad su sueño de convertirse en pitcher de grandes ligas.

El pasado domingo 25 de septiembre, a las 3:30 am, la embarcación de 33 pies (10 metros) en la que viajaba José Fernández y dos amigos fue encontrada volcada sobre un muelle en Miami Beach.

Un accidente ocasionó la muerte de sus tres tripulantes y creó un profundo dolor en los amantes al béisbol, quienes admiraron la figura de este lanzador cubano de apenas 24 años (nació el 31 de julio de 1992). Oficiales de la Comisión para la Conservación de la Pesca y Vida Salvaje de Florida, que se hallan investigando las causas del accidente, señalaron en una rueda de prensa que los datos preliminares no muestran la presencia en el bote de alcohol o sustancias prohibidas.

La historia de Fernández está impregnada del American dream. Un chico nacido en Santa Clara, Cuba, que a los 15 años escapó de la isla en busca de libertad y de hacer realidad su sueño de convertirse en pitcher de grandes ligas. Intentó su escape en cuatro ocasiones y lo consiguió finalmente en una travesía peligrosa en la cual llegó a México y de allí continuó viaje a los Estados Unidos.

Contó José en una entrevista que, dado que era un buen nadador, le conminaron a que si caía alguno de los tripulantes al agua (eran 12), él tendría la obligación de salvarlo. Cuando esto pasó se tiró al mar sin saber de quién se trataba y, al acercarse a la persona pudo darse cuenta que era su progenitora. A pesar del shock que esto le representó pudo rescatarla y llevarla de regreso a la embarcación. En su brazo derecho llevaba tatuado los nombres de su madre y de su abuela Olga Fernández, una gran admiradora del béisbol y quien jugaba pelota con él cuando era pequeño, a la cual calificó como “el gran amor de su vida”. La organización de los Marlins tuvo el detalle de sorprenderlo al trasladar a su abuela desde Cuba para reencontrarse con su nieto el 10 de noviembre de 2013, a la cual no veía desde hacía 5 años.

Para los miembros de la extensa comunidad cubana de Miami, Joseíto (como cariñosamente lo llamaban) representa un ejemplo de la lucha por la libertad. Un chico que incluso estuvo preso en Cuba por dos de sus intentonas de escapar al autoritarismo del régimen que detentan los Castro y que, en las mazmorras cubanas, según manifestó en una entrevista con el periódico The Miami Herald, estuvo encerrado un año junto a criminales peligrosos, que le hicieron temer por su vida. Por ese pasaje de su vida se llamaba a sí mismo El Desertor.

No en vano el presidente de los Marlins de Miami, equipo en el que militaba y del cual era la cara visible, David Samson, puso de relieve el “entusiasmo” que Fernández sentía por la libertad. “Para Miami y los cubanoamericanos, su historia representa una historia de esperanza, amor y fe, y nadie debería dejar que esa historia muera”, manifestó Samson en una conferencia en la que estuvo acompañado de directivos de la institución y de todos los jugadores de la franquicia.

Recordó Samson que Fernández una vez le comentó que los americanos habían nacido en libertad, razón por la cual no entendían realmente lo que significaba. Y en busca de ese bien tan preciado se embarcó en las peligrosas aguas camino a México para llevar a cabo el sueño de su vida. Una vez que se estableció en Tampa empezó a jugar béisbol en la secundaria, llamó la atención de propios y extraños (no en vano, la prestigiosa publicación Baseball America, lo colocó como el mejor prospecto de los Marlins y el quinto mejor en todo el béisbol) y en 2013 debutó en Grandes Ligas, convirtiéndose, al final de esa temporada en el novato del año en la liga nacional (con 26 de los 30 votos al primer lugar), al ganar 12 juegos, perder 6, con efectividad de 2.19 y 187 ponches en 172.2 innings lanzados, es decir, 1,085 por entradas lanzadas.

La siguiente temporada, 2014, se convirtió en el abridor de los Marlins en el día inaugural, convirtiéndose en el más joven en lograrlo desde que lo hiciera Dwight Gooden en 1986. El 12 de mayo de 2014 fue colocado en la lista de inhabilitados por un esguince en el codo derecho, pero luego una radiografía mostró que había una lesión en el ligamento colateral del codo que terminaría prematuramente la temporada del santaclareño, quien tuvo que ser sometido a la complicada cirugía Tommy John el 16 de mayo. La temporada, abruptamente finalizada, terminó con récord de cuatro ganados y dos perdidos, 2.44 de efectividad y 70 ponches en 51,2 innings, 1,36 por entrada. José prometió que, tras la cirugía, volvería más fuerte y mejor y lo cumplió.

En la siguiente temporada, la de 2015, regresó a la acción el 2 de julio, casi a mitad de la misma, en cuyo debut ponchó a seis bateadores en seis innings e incluso bateó un cuadrangular. Terminó la zafra con foja de seis ganados y uno perdido, 2.92 de efectividad y 79 ponches en 64.2 episodios, para un promedio de 1,23 por entradas lanzadas.

En la actual temporada, terminada abrupta y mortalmente, dejó récord de dieciséis ganados y ocho perdidos, con efectividad de 2.86. El cubano lanzó su último partido (quien lo hubiera dicho), el pasado martes 20 de septiembre ante los Nacionales de Washington, a los cuales blanqueó en ocho entradas, permitiendo sólo tres hits, sin boletos y abanicando a doce, para ganar el cotejo gracias a un jonrón de su compañero Giancarlo Stanton. Al término del encuentro, José le confesó a su compañero, el infielder venezolano Martín Prado, que ese había sido el mejor partido de su joven carrera. Lideraba las grandes ligas con 12.5 ponches por cada 9 innings y estableció un nuevo récord para la organización de los Marlins de 253 ponches en 182.1 innings, para un magnífico promedio de 1,38 por episodios. Dejó marca de por vida de 38 victorias, 17 derrotas, efectividad de 2.58, un porcentaje de victorias de .691 y 589 ponches en 471.1 entradas, para un fabuloso promedio de 1,25 por inning.

Estaba previsto que el cubano abriera el lunes en Miami ante los Mets de Nueva York, pero el caprichoso destino no ha querido que sea así. Ese mar que un día le abrió las puertas de la libertad que tanto anhelaba en su Cuba natal fue testigo de su adiós, dejando una estela de tristeza por el precipitado adiós de un joven que disfrutaba, como pocos, de jugar al béisbol y que iba camino a convertirse en una leyenda de este deporte.

Eso es lo que más duele, la pesada losa de la ruptura del sueño de un chico al que le quedaba mucho por dar y que parecía haber pasado lo peor y que ahora disfrutaba las mieles de la libertad por la que tanto luchó. El año pasado se había convertido en ciudadano americano y hace una semana había anunciado que su pareja, Carla Mendoza, estaba embarazada del que sería su primer hijo, una niña que ya no tendrá la dicha de conocer a su padre.

La Pequeña Habana, ese reducto del exilio cubano allende sus fronteras, llora hoy la pérdida de uno de sus hijos predilectos y que paralizaba la popular calle ocho cada vez que se subía a la loma. También al popular restaurante Versailles, donde sus visitantes deliraban cada vez que el santaclareño, santo y seña de la organización de los Marlins, abría un partido, lo que llenaba el estadio en 30% cada vez que el número 16 tomaba la pelota. ¡Que descanse en paz, Joseíto!.

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