Desde allá 3
La relación entre Armando y Elder no responde a estereotipos y esto es uno de los mayores aciertos de ‘Desde allá’.

El director caraqueño Lorenzo Vigas fue el primer sorprendido cuando la noche del 12 de septiembre de 2015 el jurado de la 72ª edición de la Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica de la Biennale de Venezia —mejor conocida como el Festival de Venecia— anunciÓ que su Ópera prima Desde allÁ habÍa ganado el León de Oro. Por primera vez una pelí­cula latinoamericana alcanzaba el má¡ximo premio del encuentro de cine más antiguo del mundo y uno de los más prestigiosos de los festivales Clase A. Desde entonces ha cosechado numerosos galardones y ahora es la propuesta de Venezuela para competir por el Oscar 2017 como mejor film no hablado en inglés. Estos antecedentes rodean su estreno en su país de origen tras un año de recorrido por la cartelera internacional.

En solo 93 minutos Desde allá narra la historia de desafectos y olvidos que une a Armando, un hombre acomodado de 50 años que busca sexualmente a jóvenes pobres, y Elder, un delincuente callejero de 20 años, en una Caracas inhóspita y dura, sin promesa de porvenir. El odio a los padres respectivos es un sentimiento que los une sin saberlo. Entre ambos surge una complicidad desigual que va más allá del erotismo para mostrar las carencias personales de cada uno. Armando esper­a con resentimiento al padre que lo abandonó. Elder confiesa con dolor que el suyo lo maltrataba. Son almas endurecidas por experiencias convergentes. Con gran sobriedad estética, Vigas se centra en esta relación sin incurrir en el miserabilismo social de muchas pelí­culas latinoamericanas. La pobreza, la delincuencia, la prostitución y la marginalidad son apenas factores de un trasfondo dramático. Lo medular se halla en las características de personalidad de dos hombres con angustias parecidas pero distintas.

La relación entre Armando y Elder no responde a estereotipos y esto es uno de los mayores aciertos de Desde allá. Muestra la homofobia que domina la sociedad venezolana pero no la convierte en una denuncia. Ni siquiera es un tema importante. La ambigüedad en los pensamientos y las conductas se instala en ese ví­nculo cada vez más í­ntimo entre el hombre mayor adinerado y el joven delincuente. La mansedumbre y aparente buena disposición de Armando propician que Elder se acerque a ese desconocido que al principio le provocaba un inmenso rechazo y luego le proporciona alguna esperanza. Elder es el delincuente y Armando el profesional, es decir, el marginal y el aceptado, el que está fuera de la ley y el que se aferra a su estabilidad. Pero, en un momento dado, la trama se altera. Lo criminal se convierte en una opción, en una salida involuntaria a medias pero definitiva. La historia se consolida y ofrece un giro dramático que conduce a un final sorprendente. Incluso desconcertante.

Esta historia requirió un cuadro interpretativo de gran fuerza. Como la del chileno Alfredo Castro, uno de los grandes actores del cine latinoamericano de hoy —se le puede ver también en El club, del chileno Pablo Larraín, actualmente en la Muestra de Cine Latinoamericano— y un veterano capaz de expresar las emociones más diversas a través de su mirada y sus gestos, casi sin palabras. Es el Armando que avanza sinuoso en una situación afectiva muy peculiar. A su lado se encuentra el venezolano Luis Salas, prácticamente un debutante en la actuación, pero con mucha fuerza expresiva, en el rol de Elder. A pesar de sus carreras desiguales, ambos construyen el edificio humano de la historia. Los secundan Catherina Cardozo y Jericó Montilla.

Como guionista y realizador, Vigas desarrolla una puesta en escena que cuida los detalles al extremo e involucra diversos talentos latinoamericanos. Logra que la fotografía del chileno Sergio Armstrong y los sonidos caraqueños registrados por David Álvarez Zerpa se organicen en una narración impecable, con el montaje de la brasileña Isabela Monteiro de Castro y la dirección artí­stica del también venezolano Matí­as Tikas. El trabajo de estos cuatro profesionales se revela fundamental. Imagen y sonido no se repiten sino se complementan. Todos los detalles que se ven en el encuadre se suman a lo que se oye en la banda sonora. Algo importante: Desde allá no tiene música original que matice dramáticamente la historia. Pero el sonido es fundamental en su expresividad.

A todo esto hay que sumarle el trabajo de un puñado de productores con visión trascendente: los mexicanos Guillermo Arriaga, Michel Franco y Gabriel Ripstein y los venezolanos Rodolfo Cova, Edgar Ramí­rez y el propio Vigas.

A través de su primer largometraje Vigas expresa la dimensión trágica de  la soledad de los habitantes de las multitudes anónimas, las contradicciones de las clases sociales en las sociedades subdesarrolladas, la manipulación de una relación que busca la afectividad y las consecuencias de los odios atávicos. Pero no establece una tesis sociológica ni juzga a sus personajes. Simplemente los muestra ante los ojos del espectador. Y lo hace de forma extremadamente económica, precisa, limpia.

Esta historia pudo haberse filmado en Ciudad de México, Buenos Aires, Hong Kong o en cualquier urbe, pues constituye una expresión autoral de validez universal. Pero Vigas quiso hacerla en Caracas, en su campo, en su sociedad maltratada y presente. De una manera tangencial Desde allá me recordó el drama social, sexual, maternal e infantil de Pelo malo, de Mariana Rondón, también universal pero muy caraqueño.

Sin duda, Desde allá es una de las mejores obras venezolanas de todos los tiempos. Cine puro, directo, sin trampas y con muchas significaciones.

DESDE ALLÁ, Venezuela y México, 2015. Dirección y guion: Lorenzo Vigas. Producción: Guillermo Arriaga, Michel Franco, Rodolfo Cova, Edgar Ramí­rez, Gabriel Ripstein y Lorenzo Vigas. Fotografía: Sergio Armstrong. Montaje: Isabela Monteiro de Castro. Banda sonora: Yoly Rojas. Dirección de arte: Matí­as Tikas. Elenco: Alfredo Castro, Luis Silva, Jericó Montilla, Catherina Cardozo. Distribución: Cines Unidos.

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