Colorful Chalk at Chalkboard ca. 2001
Colorful Chalk at Chalkboard ca. 2001
Y de pronto, un colegio que siempre ha sido noticia —pero, por sus méritos y logros académicos y deportivos— se ve empañado por un tema sórdido, al que incluso algunos le han querido dar sus pinceladas y matices políticos.

“Al sospechoso se le interroga y a la víctima se le entrevista”, reitera el doctor Fermín Mármol García durante el programa especial que realicé el jueves, a propósito del caso ocurrido en un plantel de nuestra ciudad capital y en el que están incriminados dos profesores. Mi intención no fue otra que abordar con expertos la violencia sexual en los colegios y tratar, con la mayor objetividad posible y mucho profesionalismo, un tema muy delicado que no ha dejado de estar en la palestra.

No se imaginan cuántas informaciones he recibido sobre este caso en particular. Cuánta gente asegura que los datos que manejan son fidedignos porque “se lo dijeron personas muy cercanas al hecho”. Y al final son juicios a priori que suenan tan retorcidos como el caso en sí. Cada quien tiene su postura o una opinión al respecto y es válido. Hay quienes ya han condenado o librado de culpas a quienes han sido señalados como responsables de este delito. Y esa también es una reacción natural de nosotros los seres humanos. No obstante, mi llamado es a la reflexión. Porque, el caso —y todos los casos que involucren abuso sexual contra niños— son sórdidos. Siempre habrá mucha gente afectada. No sólo la víctima.

Por eso, no puedo dejar pasar el hecho de que, en ese afán por ser el primero en publicar ‘la verdad’ —ser el primero en aportar más datos que alimenten al monstruo llamado morbo— las redes sociales se inundaron de información que no debió haber circulado. Porque, más allá de la violación de un niño, un hecho que —insisto— es doloroso y perverso, cuando su nombre y su edad se revelan, también se ‘viola’ su derecho a que se le resguarde su identidad del dedo inquisidor de una sociedad que, sin medir las consecuencias de su deseo de dar un tubazo (como decimos en el argot periodístico) no vaciló en hacer circular la denuncia —con todos sus ‘pelos y señales’— sacando del anonimato a un pequeño, sin pensar en sus heridas psicológicas y traumas. Algo que, a mi juicio, jamás debió filtrarse y mucho menos circular de la manera como circuló.

Pero, en mi programa del jueves, el doctor Mármol no estuvo solo: lo acompañaron el doctor Ricardo Montiel, pediatra experto en adolescentes, y la psicóloga clínica, María Carolina Massiani, quienes también hicieron valiosos aportes sobre el tema. El doctor Montiel insistió en que la conducta de un niño que es víctima de abuso sexual cambia. Que existen señales que podemos detectar en casa que nos pueden dar indicios de que algo está pasando con nuestros hijos: pesadillas, falta de apetito, llanto repentino, miedo de ir al lugar donde es abusado y que nosotros desconocemos. Y reiteró que el abuso sexual no es algo que se hace por hobby, es una conducta patológica. Por su parte, la psicóloga fue enfática al señalar que los violadores suelen ser personas de confianza y la familia tarda en detectarlo. Del entorno más cercano y habitual de la víctima puede saltar su agresor.

No obstante, los tres expertos coinciden en que este en un momento educable: en nuestras familias, con nuestros hijos —bien sean niños o adolescentes— debemos hablar del tema. Tenemos que enseñarles a nuestros muchachos qué conductas afectivas se exceden de lo normal y no pueden ser permitidas, pero, sí denunciadas: ¡sin miedo! Porque, sobre todo en caso de niños pequeños, el victimario sabe manipularlos para que no digan lo que está ocurriendo. Y es allí cuando el ojo de un padre o madre debe estar atento y captar estas señales. Porque un cambio de actitud de nuestros pequeños o reacciones que son poco comunes en él, pueden ser el primer indicio de que algo malo está pasando.

Me comentaba un representante del colegio involucrado en este caso que la comunidad educativa ha pasado por un cúmulo de sentimientos: desde la incredulidad y el asombro, hasta la tristeza y la rabia. “Es una sensación indescriptible: es una situación que ningún niño debería vivir. Es un escándalo por el que ningún colegio debería pasar. Ninguna familia debería atravesar una situación como esta. No podemos creer que estén culpando a dos profesores que, además, jamás han dado muestras de una conducta reprochable. Yo tengo años trayendo a mis hijos a este colegio. Profesores y maestras que jamás les han dado clases a mis hijos, apenas me ven llegar, saben de quién soy papá. Me conocen con nombre y apellido y saben en qué salón o en qué lugar se encuentra mi niño. Hay ojos vigilando a nuestros muchachos por todas partes. El colegio ha sido para mis hijos el lugar del que no quieren salir, el lugar donde comparten con sus amigos y pasan buenos momentos. No solo la institución donde cumplen con sus horas académicas. Por eso me cuesta tanto creer que esto haya ocurrido. Aquí está pasando algo más. Solo espero que la justicia, de la que tampoco tengo garantías, sea imparcial y actúe apegada a las leyes. Todos deseamos que se descubra la verdad y los culpables, quienes quiera que sean y según determinen las experticias, paguen por su delito”.

Y de pronto, un colegio que siempre ha sido noticia —pero, por sus méritos y logros académicos y deportivos— se ve empañado por un tema sórdido, al que incluso algunos le han querido dar sus pinceladas y matices políticos.

mingo.blanco@gmail.com

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