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La escritora colombiana comparte sus reflexiones sobre «Demasiados héroes» con el periodista venezolano Daniel Centeno

Después de Delirio, novela ganadora del premio Alfaguara, Laura Restrepo propone un giro en su trabajo literario. De su Colombia natal se desplaza a la Argentina de los militares para narrar una historia sobre el amor de una mujer y su hijo. Después de cinco años de escritura y seis borradores diferentes, Laura Restrepo vuelve a las novela con Demasiados héroes (Alfaguara, 2009). El libro, que ya está a la venta en Venezuela, contiene algunas claves que la misma autora revela en esta entrevista. Compartimos con ustedes la aguda entrevista que le hiciera Daniel Centeno, director editorial de Santillana en Venezuela, a propósito de su nuevo título. Lean la entrevista.

Desde 2004 no se conocía una nueva novela de Laura Restrepo. Delirio, la última hasta hace nada, fue una apuesta arriesgada de forma y contenido que exploró el mundo del narcotráfico y los extravíos de la mente humana. El libro la puso en el ojo público gracias al Premio Alfaguara de Novela que ganó ese año, el más exitoso hasta la fecha, y a las alabanzas que depositó José Saramago en una autora en quien advirtió relaciones inesperadas con su propia propuesta literaria.

Después de múltiples rumores sobre su próxima obra, la escritora colombiana entregó hace unas semanas Demasiados héroes. La novela, que respira al mismo ritmo de su biografía personal, narra la historia de una madre escritora (Lorenza) y de un hijo adolescente (Mateo) en busca de la tercera pieza que hace posible la idea de familia: el padre (Ramón). Sin embargo, este libro, cargado de diálogos torrenciales, también debe percibirse como una excusa para exponer las diferencias generacionales, la responsabilidad ideológica de la izquierda y los países en donde se dio la lucha política más comprometida de los últimos 40 años en Iberoamérica.

—El 90 por ciento de Demasiado héroes está constituido sobre los diálogos ¿Por qué eligió esa manera de contar parte de su vida?

—La novela es ficción. Tiene un trasfondo biográfico pero la literatura juega con esos elementos. Más que centrarme en la acción, quería hacerlo en el eco de ésta en los protagonistas. Es una historia íntima, la de una madre y un hijo que salen a buscar al padre del muchacho, a quien prácticamente ninguno de los dos conoce. En ese sentido, era retomar un tema bíblico, de la humanidad, de la ausencia del padre, de la ausencia de encontrarlo para dilucidar un asunto de identidad. Por eso quería una novela en tono menor;  que no se saliera de un diálogo muy familiar entre dos personas que están acometidas a una tarea que, si bien es personal, les resulta absolutamente vital. El diálogo te pone en un corsé muy estricto. Primero, porque te exige romper con una retórica política, dado que el trasfondo de la novela es el de la resistencia clandestina contra la dictadura. Pero también te obliga a dejar a un lado la retórica literaria.

—Es de extrañar que en las entrevistas se quiera distanciar de cualquier semejanza con su propia vida, cuando la novela posee episodios que le conciernen directamente: la lucha en la Argentina militar, su hijo nacido por esas tierras y su padre de idéntico gentilicio.

—Confié muchas cosas. Desde luego, para todo escritor tomar su vida como fuente de historias es una tentación grande. Lo que pasa es que una vez que lo montas en el escenario de la ficción las personas se convierten en personajes. El sistema de símbolos ya corresponde al de la ficción y al de la imaginación, y no al de la vida real. Pero, desde luego, en Demasiados héroes hay una fuente de información personal.

—En la novela se nota un esfuerzo por plasmar un lenguaje juvenil creíble. Su hijo, Pedro Saboulard, está próximo a presentar su primera novela, Épica patética (Alfaguara, 2009), ¿cuán importante fue en la lectura del manuscrito de Demasiados héroes?

—Fue muy importante. Primero porque le entregaba los borradores y los discutíamos. Por un lado, era una búsqueda de algunos aspectos de nuestras propias vidas y, por otro, de hacerme sentir que lo que pude aprender de este oficio se lo transmitía a mi hijo: mi propio estilo, mis propias herramientas. Llevamos muchos años discutiendo. Él es, además, un lector muy crítico de lo que hago. Y en esta novela en particular su ayuda era fundamental, porque él se convirtió en el defensor de Mateo para que yo no me pusiera dócil, para que no suavizara la relación entre la madre y el hijo, para describir aspectos de la realidad de Mateo, de la furia que le produce que la madre no le cuente las historias completas, que haya un cierto misterio sobre la historia de su propio origen…

—También hay ciertos conocimientos de grupos como los Stones o el mismo Dylan. ¿Entonces es cierto que Laura Restrepo tiene su alma rockera?

—Fíjate que, de repente, esa onda rockera me agarró. Cuando arrancaron los Beatles con A hard day’s night yo era casi una niña. Allí la pegamos duro y seguí montada hasta hoy día. Ese capítulo que refieres fue muy divertido de escribir. De alguna manera era un escenario en donde se ponía presente la variedad de la situación de los personajes. Están encantados con los Rolling Stones. Lo sorprendente es que quien más se sabe la letra es la mamá y no el hijo. Al mismo tiempo es incómodo para el muchacho porque está en un concierto de rock con su madre. Hay una muchacha bonita, pero él no se atreve a mirarla porque no sabe qué hacer con la mamá o qué va a pensar ella, que quién es esa señora que está con ella… Era como un pequeño teatro donde se mostraban todas las alegrías y destemplanzas de una madre y un adolescente.

—Hay una mujer que no deja de recordar al padre, un hijo que busca al suyo. Parece una historia de hijos. ¿Más que Demasiados héroes no podría llamarse también Demasiados hijos?

—Tienes razón (risas). Me acaba de escribir un crítico literario, profesor de una universidad en Estados Unidos. Él se llama Gustavo Mejías, y me dice que le encantó el libro pero que no le gustó el título. Para él la idea del héroe desaparece porque en realidad es la historia de una madre, que a la vez es hija, y la de un hijo que anda en pos del padre como en una especie de carrusel de búsqueda, donde todo el mundo anda tratando de encontrar algo que está un poquito más allá del alcance.

—También hay cierta filosofía de trashumancia o desplazamiento a lo largo de su obra. Este libro puede ser argentino, colombiano, español o mexicano al mismo tiempo. Los personajes hablan con los giros característicos. ¿Hay algo de road movie en su propuesta, aunque esta historia en particular pueda ser perfectamente adaptada al teatro?

—Sí, sería interesante. Yo también creo que la obra es muy teatral. Y lo de road movie que dices también es cierto. Me llama la atención que la catalogues así. Creo que tiene que ver con la búsqueda. Conversando con la gente como que miras a los libros con los ojos de los demás. Me sorprende que siempre las consecuencias del lector muestren eso. Siempre son  novelas de gente que está buscando algo permanentemente. A veces son búsquedas solitarias, a veces búsquedas acompañadas. Es como si al autor se le hubiera perdido algo a lo largo de las páginas y necesitara encontrarlo. Es una metáfora de lo que es la propia literatura. ¿Qué otra cosa es una novela que una búsqueda? No hay ninguna que no lo sea. Búsqueda a través de esa herramienta tan frágil y deficiente y al mismo tiempo único que es el lenguaje.

—Este libro es muy crítico, y más viniendo de quien viene. Los padres de Mateo luchan en contra de los militares, pero al mismo tiempo heredan sus mañas: secuestran al hijo, lo obligan a comer las cosas que no le gustan…

—Sí, había intentos muy conscientes de no contar una historia idealizada, si bien yo milité en la clandestinidad contra la dictadura en Argentina. Cuando presenté el libro en Buenos Aires fue un capítulo espléndido, un reencuentro con los compañeros. En un momento estábamos los que habíamos sido compañeros de esa militancia en un viejo bar de la capital, y yo sentí todo eso con el corazón. Fue una manera de vivir mi juventud. Pero, como te dije, no quería idealizar la historia. Por eso me pregunté, ¿hasta qué punto no acaban asimilando, al menos simbólicamente, los métodos del enemigo? Están los casos que tú citas, pero también, por ejemplo, hay algo de una urgencia tan práctica como es el quitarte el nombre y utilizar lo que se llamaba un alias, porque mantener el de pila era exponerte a caer rápidamente. Entonces, ¿hasta qué punto eso no implica una máscara detrás de la cual te escondes? ¿O hasta qué punto Mateo pelea por desenmascarar al padre y a la madre? Pese a que ya no hay dictadura ni clandestinidad, se siguen escondiendo detrás de las máscaras que se pusieron en ese entonces. En esa medida, el silencio impuesto como dictadura es algo que luego se instaura en la vida íntima, personal. Hablar, saber, decir, pensar, puede ser peligros. Y aquí, en la novela, ese silencio parecería haber sido interiorizado por la madre; a quien le cuesta un trabajo horroroso hablar.

—Hay algo muy raro acá. A Lorenza le cuesta horrores hablar, pero por lo que se infiere en la novela, no le pasa lo mismo con la escritura.

—Es cierto (risas). La militancia en la clandestinidad contra la dictadura debe haber sido el único momento en mi vida en el que yo no he tomado notas, no he escrito, no he cargado diarios, nada. En esa época no podías tener ni una libreta. Entonces también viví la ausencia de ponerle palabras a una historia que quizás no las tenía. Es una etapa de mi biografía en la que no puedo buscar una carta como referencia o una agenda que, por lo general, las tengo. Pero quiero mirar hacia atrás y no las consigo. Esto todavía es una intriga para mí.

—Una vez comentó en una entrevista que es recomendable introducirse en la obra de un autor que no se conoce por su último libro publicado. ¿Esto se podría aplicar con Demasiados héroes?

—Yo pienso que sí. Tal vez recomendaría comenzar por éste. Me parece que de aquí hacia atrás hay un camino que queda más claro que si lo tomas a la inversa, de la primera novela hacia adelante. Porque este es un libro mucho más íntimo, quizás más humano. Desde luego, tiene que ver mucho con América Latina. Para nosotros, las entrañas no sólo son personales, también son colectivas e históricas. Tienen que ver con nuestra situación política, con el esfuerzo por lograr una vida más digna, más alegre. En este libro todo eso está contado de una forma más íntima, más familiar. Por eso mismo, el diálogo de los dos personajes genera un espacio cerrado, digamos, tan íntimo como puede ser el cuarto de un hotel. Donde no hay escapatoria. Yo tenía el propósito de que el lector abriera la primera página y se encontrara con un muchacho ahogado en sus propias dudas, con dificultades para salir a enfrentar al mundo, muy apegado a su madre. Y quería que quien tuviera Demasiados héroes cerrara el libro y se despidiera con un muchacho convertido en adulto, que a lo largo de las páginas ha logrado consolidarse como un ser humano pleno y adquirir las herramientas necesarias para seguir por sus propios medios.

—Su padre fue autodidacta, que le pasó muchos libros en su momento, pero que al mismo tiempo le incomodaba un poco toda esta militancia política que la ha dado a conocer. Más bien le pidió que escribiera y se alejara de esa lucha. ¿Demasiados héroes podría considerarse una manera de hacer las paces con su papá?

—Sí. Yo creo que tienes razón. Es una manera de hacer las paces con muchas cosas: con mi propio padre, con mi hijo, con el padre de mi hijo… O para ponerlo en términos de los personajes: el padre de Lorenza, el padre de Mateo. Es una reconciliación de todos con todos. En la novela hay una búsqueda de perdón. Se puede perdonar algo como el abandono, como en el caso de Mateo. En el caso de Lorenza, es ella la que abandona. Y no regresa ni siquiera cuando el padre muere. Entonces hay una búsqueda del perdón más allá de la religión. Se puede perdonar no sólo por ella, sino por la necesidad de empezar de nuevo.

—¿Y el padre de su hijo leyó el libro?

—No sé (risas). Hasta ahora no ha dicho nada.

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