Pierre Boulez 1
Tan reservado como imaginativo, tan severo como curioso, Pierre Boulez es un hito ineludible de la Nueva Música.

En general los necrólogos buscamos algún detalle particular y atrayente para conmemorar a nuestros queridos —o no tan queridos— recién finados. Pero el caso de Pierre Boulez, quien entregó el alma a Dios en Baden-Baden el pasado 5 de enero, es en ese sentido excepcionalmente duro de roer.

Compositor, director de orquesta, pianista, docente y crítico, Boulez nació en Montbrison del Loira el 26 de marzo de 1925. Su estricta formación católica lo doté de un severísimo sentido de la disciplina y del orden. Severidad reforzada a través de sus estudios de composición con Olivier Messiaen, cuya música estudió y difundió con devoción y lealtad. El control y el autocontrol pasaron a ser el sello y la característica fundamental de la obra y del trabajo de Boulez, hasta el punto de que Gyorgy Ligeti, su cordial antítesis, deplorase explícitamente esta a su parecer «neurosis compulsiva».

«Schoenberg est mort!» fue el grito de guerra de Boulez joven. Quiso que las técnicas de composición serial aprendidas de Messiaen se extendiesen en lo posible a todos los parámetros sonoros. Leonard Bernstein, su amigo y admirador, aclaró y declaró: «Boulez componía con un sistema, un sistema terriblemente complejo, vagamente emparentado con los sistemas seriales de Schoenberg y Webern que conocemos, pero diferente y avanzado a un punto tal que hace del dodecafonismo una técnica anticuada». Mas la riqueza creativa de Boulez viajó también a través del casualismo. La improvisación —no olvidemos que Messiaen, su maestro, fue alumno de Marcel Dupré, tal vez el más grande improvisador del siglo XX— es el germen de muchas de sus obras, siempre rigurosamente controlada: «improvisation ajoutée«. Un tercer filón nace de su curiosidad por la música electrónica, a la que contribuyó con obras notables. Curiosamente, su obra maestra no pertenece a ninguna de esas tres tendencias: Le marteau sans maitre es una cantata atonalmente lírica y webernianamente miniaturística, uno de los pináculos de la Nueva Música. Nuevas músicas que el Boulez pianista y el Boulez crítico defendieron y difundieron con sagaz y eficaz tenacidad.

Pero el gran público conoce a Pierre Boulez más que nada como director de orquesta. Su oído absoluto era legendario, y corre aún una supuesta frase suya durante un ensayo: «Â¡Tercer oboe, está un quinto de tono bajo!». Sin embargo jamás fue almidonado o rígido; su fluidez corría pareja con su precisión. Tuvimos ocasión de escucharlo en el Auditorio de Vìa della Conciliazione en Roma en un programa todo Stravinky el 19 de febrero de 1997,  y aún resuenan en nuestros oídos la opulencia elegante y la sobria intensidad de su interpretación. Especializado en el repertorio del siglo XX, no desdeñó a los grandes sinfonistas románticos como Beethoven y Berlioz, a más de haber sido un fan (correspondido) de nada más y nada menos que de Frank Zappa.

«Quiero ser el primer artista que morirá sin biografía», decía. ¿Y qué podemos decir del Pierre tras Boulez? Sus numerosos amigos —entre ellos nuestro inefabilísimo Inocente Palacios— lo describían como una persona reservadísima si bien cálida, gentil y llena de encanto y humor. Solo un par de pequeños detalles escaparon a su severa discreción: el coquetamente desastroso riporto —palabra italiana que designa la ridiculísima costumbre de intentar cubrirse la calva con los cabellos anexos sobrevivientes— a la Pavarotti, que desentonaba con su afable expresión y con su mirada noblemente cordial. Y, así como el riporto tapa pero no esconde, siempre fue un secreto a voces que Boulez, blindadísimo en lo que a su vida privada respecta, era gay y que su eufemísticamente nomenclado valet Hans Messmer fue su pareja por toda una vida. Tan reservado como imaginativo, tan severo como curioso, Pierre Boulez es un hito ineludible de la Nueva Música, un Marteau bien temperé. Quiso despersonalizar el arte, y nos dejó un artista personalísimo. Un artista con un enorme currículum y una biografía mínima, mas ¿no es mejor un artista sin biografía que una biografía sin artista?

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