El silencio de las moscas 2
Una de las mejores películas nacionales del año, ‘El silencio de las moscas», de Eliézer Arias, exploró con interés los recursos del documental.

Desde allá de Lorenzo Vigas ganó en 2015 el premio más relevante que ha obtenido una película venezolana en la historia: el León de Oro del Festival de Venecia. Es un galardón cuyo peso supera al de Mariana Rondón, cuando en 2013 obtuvo la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián por Pelo malo, y a la Cámara de Oro que recibió Fina Torres en Cannes en 1985 por Oriana.

En el caso de Araya, de Margot Benacerraf, hay que considerar que en 1959 compartió el premio de la crítica del Festival de Cannes con Hiroshima mon amour, de Alain Resnais, la cual es una de las razones por la que es la única película venezolana que es parte de la historia del cine mundial. Pero no conquistó la Palma de Oro, que es el premio equivalente al de Desde allá.

Una coproducción minoritaria de Venezuela con Colombia y Argentina, El abrazo de la serpiente, llegó en 2015 a la lista corta del Oscar a la mejor película en lengua extranjera, como el año pasado Libertador. Pero al filme de Ciro Guerra parece tener más posibilidades de ser nominado que las atribuidas entonces al de Alberto Arvelo. Ha contribuido, además, a que se conozca al compositor para cine venezolano Nascuy Linares, quien ganó el Premio Fénix por su trabajo inspirado en la música de los pueblos originarios de América.

Más películas, menos espectadores

En la Venezuela real, un mundo distinto de aquel en el que circulan Desde allá y El abrazo de la serpiente, lo más destacado del cine nacional el año pasado fueron, por su cantidad, los documentales: 14 en total. Si con 31 estrenos no se alcanzó a batir el récord de 32 de 2008, la cifra de ese otro año también se debió a que los documentales llegaron a las salas como no había sucedido hasta entonces, ni volvió ocurrir hasta 2015. Fueron 17, la mayoría en una quincena dedicada a ese cine. En 2014 se estrenaron 6 documentales; 3 en 2013, igual que en 2012; 2 en 2011… Son las películas venezolanas que faltaba exhibir, aunque la ley establece que todo filme nacional tiene derecho a ser estrenado.

Otra cifra importante de 2015 –aunque todavía imprecisa– es el total de espectadores de las películas venezolanas. El CNAC lo calculó en “más de un millón” en una nota de prensa. Eso representaría una reducción a 25% del récord histórico de entradas vendidas establecido en 2014, que fue de 4,5 millones, y la reversión de un crecimiento que había sido sostenido desde 2011. El cine nacional, para decirlo claramente, tuvo una brutal caída de asistencia.

La crisis económica es la explicación obvia, en términos generales, pero en particular está el problema del escaso público de los documentales. Los primeros 11 del año llevaban 22.000 espectadores en total hasta el 17 de octubre, según un artículo de José Ángel Casanova publicado en El Estímulo. Puso dos ejemplos: Nikkei de Kaori Flores Yonekura, uno de los mejores filmes venezolanos de este tipo de los últimos años, fue estrenado en 10 salas pero vendió alrededor de 2.500 entradas; Sabino vive de Carlos Azpúrua fue lanzado en 36 cines, y el promedio de espectadores por función fue de 13.

Esto demuestra que lo que es normal para un estreno comercial nacional no funciona en el caso de películas como esas. Ellas requieren de un circuito de cine cultural alternativo, además de ventanas en la TV, video e Internet. En las salas comerciales, simple y llanamente, no hay público suficiente para los documentales, salvo en casos de películas con un atractivo excepcional. No se entiende la insistencia en que Sabino vive, un filme político sobre el asesinato de un líder indígena, fuera estrenado en una cantidad tan grande de cines donde ver una película significa relajarse, y acompañarla de refresco y cotufas.

La calidad de algunos estrenos de 2015 también puede ser un problema para que a la gente llegue a gustarle este tipo de cine, en caso de que no mejore. Si El silencio de las moscas, Nikkei y Sin vuelta se destacaron por su nivel, Vuelo sobre ti de Luis Soles, sobre una gira del grupo Zapato 3, fue el peor ejemplo de impericia en el dominio del documentalismo. Es posible que el amor al arte ayude al realizador poco experimentado, como a Manuel Guzmán en Francisco Massiani, pero eso no es base suficiente para hacer documentales sólidos.

Incluso cineastas de destacada formación y trayectoria estrenaron documentales fallidos, como Azpúrua y Juan de Dios Ruiz, el director de Fe de chamán.

Finalmente está la cuestión de la falta de formación de los espectadores para valorar este tipo de películas. Entre las mejores están las que trabajan de manera creativa los diversos tipos de documental, lo que incluye plantearse problemas en torno a la representación de lo real en el cine y explorar soluciones. Eso es lo que distingue a filmes como El silencio de las moscas y Nikkei, por ejemplo, en el contexto venezolano. Pero la mayoría de los documentales básicamente aspiran a seguir un patrón establecido, y ni siquiera suele haber actualización en la elección del modelo. No es sólo un problema del cine nacional.

Ficciones insólitas

Tres películas autorales de ficción venezolanas se destacaron en 2015, además de Desde allá, que llegará a los cines el 29 de abril. Son 3 bellezas de Carlos Caridad Montero, El malquerido de Diego Rísquez y Dauna, lo que lleva el río de Mario Crespo. Esta última fue la más importante del año para la cultura venezolana, por tratarse de una historia de indígenas warao, interpretada en su mayoría por actores de ese pueblo y hablada en su lengua. Dauna se inscribe en una vertiente del cine indigenista nacional que se distingue del afianzamiento identitario de otras cinematografías, y de los tópicos del cine antropológico en general, por la representación de personajes de los pueblos originarios que tienen mucho en común con quienes no son indígenas. Dos filmes que la han antecedido en esa búsqueda intercultural son los documentales El cartero wayúu (2005) de Alejandra Fonseca y El niño Shuá (2006) de Patricia Ortega.

Pero cantidad versus calidad también fue un problema en el cine de ficción nacional estrenado en el país en 2015. Si sólo tres filmes lograron superar la cifra de 100.000 espectadores, que venía siendo menos que el promedio de las películas venezolanas, además de a la crisis hay que atribuirlo a la exhibición en cines de películas insólitas como Redención y Sonata del pajarillo. La segunda tuvo el apoyo de la Villa del Cine, que además contribuyó al repertorio de filmes inexplicables con un aporte de su cosecha: Amor cuesta arriba.

Las dos películas citadas, a las que hay que añadir el documental de propaganda Primero la tierra, indican que la Villa del Cine ha tomado, bajo las riendas del Ministerio de Comunicación e Información, un curso que puede conducirla al suicidio institucional, en un entorno de grave crisis presupuestaria y con una Asamblea Nacional de mayoría opositora. De sus estrenos en 2015 sólo es posible rescatar El infierno de Gaspar Mendoza, dirigida por Julián Balam, mientras que los festivales han redimido a Favio, la estética de la ternura, a pesar de que el estilo de Luis y Andrés Rodríguez parece una refutación de lo que buscaba el director de Crónica de un niño solo (1965). Si no se produce una revisión radical de la conducción de la Villa del Cine, a mediano plazo podría terminar como Chile Films, la empresa creada por el gobierno de ese país en 1942, cuyo fracaso la convirtió en estudio de alquiler a particulares.

El año pasado también se caracterizó por un cine poco interesado en indagar en la realidad nacional a través de los géneros, lo cual puede explicarse por la polarización, el rechazo del público a todo lo que parezca política y la autocensura. Incluso las películas de ficción de la Villa del Cine siguieron la tendencia, al igual que Redención y el policial Muerte suspendida, a pesar de su discurso superficial sobre los secuestros. El drama deportivo Hasta que la muerte nos separe de Abraham Pulido, con Zapata 666 como boxeador, fue el filme más exitoso de este tipo y la película nacional más taquillera, con más de 150.000 espectadores, cifra que la hubiera relegado al séptimo lugar en 2014.

Entre los filmes estrenados hubo dos que intentaron ser expresión de un cine de la cultura de regiones venezolanas: El desertor de Raúl Chamorro, rodado en un pueblo de Trujillo, y Sonata del pajarillo de Heitters Díaz, hecho en Anzoátegui. Pero no lograron trascender el más elemental costumbrismo, a pesar de los intentos del primero de ser una crítica de lo que fue la recluta para los jóvenes en un pasado no muy lejano –aunque cuidándose de establecer una artificiosa distinción entre el abuso individual y la institución militar.

La reforma que no fue

A finales de 2015 una comedia dramática tuvo pendientes a todos los vinculados con el cine. Fue el disparatado intento de llevar a cabo una reforma de la ley a pocos meses de terminar el período del Poder Legislativo, en un año en el que los problemas eran otros, como la drástica caída de la taquilla, una inflación disparada y sin cifras oficiales para calcular sus incidencias, y las restricciones crónicas al acceso a las divisas, agravadas por el alza exorbitante en el mercado paralelo ilegal, el único donde se consiguen dólares. Más que modificaciones de la normativa, el cine lo que necesita es un cambio urgente en la economía, pero se prefirió escuchar el llamado de la Ley de Cultura, que exige la reforma.

De todo el ruido y furia que se generó en torno a esta empresa frustrada han quedado un par de ideas que merecen ser defendidas. La primera es limitar a 20% del total de pantallas el máximo de copias de los estrenos en el país, para que pueda existir un poco más de variedad en la cartelera, sobre todo en el verano. No es una restricción exagerada: significaría no poder ocupar más salas al mismo tiempo que las que tuvo el estreno de Intensa-mente (Inside Out, 2015) de Pixar, por ejemplo. Tampoco es un impedimento para que el público vea sus películas favoritas: en la práctica sólo significaría que podrían necesitarse más funciones para alcanzar el mismo número de espectadores.

Se consideró también la posibilidad de garantizar el acceso a las pantallas del cine de calidad extranjero, lo cual es necesario para compensar el bajo nivel de la cartelera. Si establecer una comisión del CNAC que decida qué es cultura y qué no siempre será motivo de controversia, no debe olvidarse que los gerentes de las distribuidoras y exhibidoras toman decisiones similares acerca de lo que se ve y lo que no se ve, sin que pueda pedírseles que rindan cuentas de la validez de sus criterios comerciales ni exigirse al Estado que los destituya. El cine, además, es una actividad de interés público y social, de acuerdo con la ley.

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