Spectre
La secuencia de apertura resulta al final un anticipado Do de pecho que resume lo mejor de la cinta.

Aún no está claro si Daniel Craig se despide de su personaje bandera. El actor, uno de los más solventes de su generación, ha hipotecado la última década de su carrera para dedicarla a un personaje legendario que con él alcanza ya a otros cinco intérpretes: Sean Connery, George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton y Pierce Brosnan consiguieron su notable grado de inmortalidad cinematográfica dando vida al agente 007.

Durante esa última década Craig apostó por nuevos proyectos, probablemente el más notable de todos ha sido La chica del dragón tatuado, el remake hollywoodense de Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (David Fincher, 2011); no obstante, todos ensombrecidos por su cruda, ruda y emocional mirada al legendario personaje.

El Bond de Craig descendió de los linderos del fantástico al que se había elevado la franquicia, para mostrar sin renunciar a la violencia, un drama humano y un tormento que nunca antes pareció preocuparle a los productores de la franquicia.

En adelante, y durante las primeras tres cintas protagonizadas por Craig, los guionistas (Neal Purvis, Robert Wade, Paul Haggis) construyeron un entramado casi cerrado. Una trilogía que buscaba no solo el relanzamiento de toda la serie, sino redefinir el personaje para dejarlo en total forma para los nuevos espectadores.

La venganza devenida en un ejercicio de la justicia fue el motor que mantuvo andando a este nuevo Bond desde Casino Royale (2006), pasando por Quantum of Solace (2008) y cerrando con Skyfall (2011), la primera dirigida por Sam Mendes.

Con todo vuelto al orden, la nueva entrega, Spectre (2015) estaba lista para proseguir con la promesa de una aventura más. Los tormentos de Bond parecían si no expiados, saldados. Acá, sin embargo, los fantasmas persisten. En lugar de seguir adelante, la producción ha convertido la nueva entrega en una dilatada transición. Un molesto apéndice de lo que ya el espectador consideraba superado.

Ciertamente las nuevas marcas de la serie se mantienen, atendiendo a las premisas contemporáneas que todo blockbuster debe cumplir. La secuencia de apertura resulta al final un anticipado Do de pecho que resume lo mejor de la cinta.

No falta, eso sí, el tradicional ceremonial de la serie: encuentro con M, Moneypenny, Q y la misión de rigor. La sensación de déjà vu que desprende el relato nunca se pierde. El tránsito de lo aparentemente ya visto está matizado con una estética de anuncio publicitario que convierte a la cinta en el fashion film más largo hasta la fecha.

Que el proyecto doble cero esté en juego y todavía más, que el problema del espionaje mundial sea el mayor fantasma de la trama, termina siendo poca cosa. La sombra de Snowden alumbra tramas argumentales, pero hasta allí. Acá, el objetivo es ese cabo suelto convertido en villano. Un enemigo casi infantil que temblaría ante la sola presencia del Doctor Evil.

Christopher Waltz es, sin duda, uno de los actores más arrolladores de la pantalla. No obstante, parece estar condicionado a reinterpretar una y otra vez a ese monstruo del mal llamado Aldo Landa (Bastardos sin gloria, Quentin Tarantino) que le valió su primer Óscar como mejor actor de reparto. Acá, sin temor alguno, elabora una caricatura de semejante personaje, para desmedro del resultado final de Spectre.

Twitter: @cinemathon

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