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Ratón y Vampiro celebran el ciumpleaños del Fantasma. Foto de Raquel Cartaya.

Que contenga humor y terror, “el terror, igual que el suspenso, encanta a los niños”, confía Yolanda Pantin, “esa es la receta”. Es decir, que una cierta dosis de picardía, de malicia, es importante en una historia porque concita el conflicto, que es la base de la trama. Y por cierto, no piensa, ni un poquito, en que debería dar un mensaje. “Eso sería un error inmenso”. Añade: “la escritura se produce desde un impulso, pretender que tenga tal o cual sentido es mortal”. Cuando escribe poesía igual que cuando escribe textos para niños —“que para mí es igual de fascinante, sería capaz de cambiar todos los libros de mi biblioteca por libros de cuentos para niños”— también le hace guiños la dulzura, condición que hace romos los objetos que amueblan la imaginación; pero no la consigna ex profeso, forzada; quizá aparezca junto al chiste, tras el guiño, o sobre aquella idea tenaz, pero sin exageraciones, sin empalagamientos. Nada de caer de bruces sobre el merengón, cero boberas.

Desde 1991 dos animales, no precisamente los más entrañables de la granja o del bosque, vaca o caballo, no los preferidos de la casa o el edificio, gato y perro, conmueven a los niños con sus circunstancias particulares, sus identidades opuestas, sus carencias y, sin duda, su encanto. Ratón y Vampiro, tan distintos y tan entrañables, se sitúan entre lo posible y lo anhelado, encarnan la dualidad zen del ying y el yang, los polos opuestos que se atraen y se cascan, puntual cantidad de miel, justa sesión de cosquillas. Ocurrencia de convivencia solidaria, que pasa por las ciertas desavenencias habituales, este celebérrimo cuento que trata sobre las diferencias —arrastrarse o elevarse, prefiero el día, yo la noche, estar dormido o con los ojos bien abiertos— y sobre la feliz convicción de que no pensar o sentir igual, no es suficiente motivo para cavar zanjas y organizar rupturas. Es una esperanzadora historia —ya una saga que saltó al teatro— que revierte los antagonismos y convierte las discrepancias o desigualdades en la excusa para inventar puentes y disfrutar con ellos.

Propicia historia de Yolanda Pantin, Ratón y Vampiro se conocen —la alteridad, la integración y la tolerancia son los otros protagonistas del primer título— sería reconocido casi enseguida de su publicación como uno de los mejores libros para niños publicados del país y, más allá, está en la lista de honor de la Organización Internacional del Libro Infantil y Juvenil.

Además de hacerse de la maravillosa etiqueta de Libro Entrañable en 2013 (Banco del Libro), conseguir ser seleccionado en la bienal de ilustración de Bratislava Eslovaquia 2014 y estar presente en la bienal iberoamericana del diseño Madrid 2012 —libro con pedigrí— tras ser reeditado por Lugar Común, Ratón y Vampiro vuelve a las andadas, ahora en el mejor 3D, el del cuerpo entero: ha conseguido transferir el espíritu de su texto imaginativo pero sin efectistas hipérboles, y el de sus ilustraciones medio góticas, a la puesta en escena. Suerte de cosecha de mangos bajitos, ha sido una, dos, tres obras; la tercera está ahora mismo en cartelera; y las que faltan.

Libro libre, de hojas hojaldre, Ratón y Vampiro es una delicia que acepta polvo Royal. Se infla. Crece. En 1994 aparece el título Ratón y Vampiro en el castillo y en 2011 las palabras y los dibujos de aquellos textos se infiltran en la piel de los actores y, con voz propia, arranca con buen pie su tránsito por las tablas. Conseguiría muchísimo éxito la historia del encuentro entre los que se hacían panas, tras sortear entuertos y dejar sin efecto los prejuicios; el cuento de los amigos que, aun cuando no coincidan ¡ni en el tiempo! tienen horarios y ritmos peculiares, uno es Ratón y otro Vampiro, van descubriéndose y luego entendiéndose en el poco a poco de lo perdurable.

Manantial inagotable de peripecias, en 2012 fue estrenada una continuación o nueva creación o invento: La navidad de Ratón y Vampiro. Entonces aparece una niña, Carla Valentina, porque la novedad es la vida, y la historia se espesa ricamente con las ocurrencias del trío. Las tradiciones decembrinas servidas, se le da la bienvenida a las hallacas, y a la camaradería; la obra es fiesta, Caracas, consuelo.

Ahora porque la historia sigue y sigue, hace temporada en el Trasnocho El Cumpleaños de Fantasma. Al Fantasma, que habla tan cómico, con ruiditos, y ha decidido asustar en otros cuentos —ah pues, dice Ratón, el sensato—, le habría llegado la hora de crecer, y nada como un cumpleaños para darse cuenta. En la víspera de la celebración —torta chamuscada, torta bajo la manga, piñata, canciones de estreno, baile, toda la gracia, siempre la amistad— entender que los cambios son parte de la vida será el reto. Y todo pasa para que esto ocurra. Las cosas se comienzan a enredar pero también se desenredan, es juguetón el hilo de la trama.

Cuento original de Yolanda Pantin, la escritora que mira hondo a través de la neblina o la lluvia, que espiga palabras y endereza flores y perfumes en los bolsillos, dueña de la ternura más precisa para contar la herida, cuenta que escribió Ratón y Vampiro con sus hijos cuando eran niños, “fue un juego, porque siempre jugábamos, no, siempre jugamos, lo hacemos todavía”. Ratón y Vampiro es ahora un cuento que leen en un kínder de Bogotá donde está Marijí, la hermosísima nieta.

La pieza que cuenta con la producción ejecutiva de la Librería Lugar Común, cooperativa editorial que asimismo apostaría al éxito comercial de los dos libros de Ratón y Vampiro para le reedición —“Ratón y Vampiro marcaran a una generación, a veinte años del primer título, los niños de entonces son los padres capaces de compartir los tesoros de la infancia con los nuevos lectores de hoy”— produjeron un objeto de deseo, el libro-disco que imantó los talentos de Yolanda Pantin, el ilustrador Jefferson Quintana —el primer libro ilustrado del dibujante a cargo de la dirección de arte de la edición nueva, tan distinta como fantástica, recibiría cerros de loas—, y los músicos Andrés Barrios, Carlos Sánchez Torrealba y Daniel Pacheco.

La obra, cuya dramaturgia y dirección es de Vyana Preti, fajada per se y cuyo trabajo artístico, que desarrolla con increíble energía, se afinca en donde más sueña, en la Escuela de Teatro Musical de Petare, El cumpleaños del Fastama es interpretada por Héctor Castro, quien es Ratón, el gran lector; Rafael Monsalve (Juan Corazón), como el divertido Vampiro; Leonardo van Schermbeek es el temido y amado fantasma, y Meche Barrios encarna con picardía a La Niña Carla Valentina. La banda caraqueña Los Javelin son los autores de la música.

Hermosura para todas las edad, para reír y tomar un respiro, ir al Teatro Trasnocho Cultural, los días sábados y domingos a las 3:00 p.m. hasta el 11 de octubre.

 

 

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