Sala de cine
La magia del cine también está ligada a que el mismo es un negocio.

En Venezuela el cine nacional es muy criticado. Sin embargo, el problema no reside en su calidad, si lo analizamos a fondo. En realidad es un problema lamentablemente político. El gobierno ha creado la Villa del Cine y las cada vez más estrictas y absurdas reformas de la Ley de Cinematografía para “impulsar” el cine venezolano. También ha utilizado otros entes como el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) y la Cinemateca Nacional para tratar de imponer su ideología. Afortunadamente en el CNAC también participan miembros del sector privado y la Asociación Nacional de Autores Cinematográficos y esto ha permitido que  mantenga una cierta democracia en las decisiones a tomar. No está mal tener una productora cinematográfica del Estado, es más, la mayoría de los países la tiene, es una buena manera de invertir parte del dinero del país en promover el desarrollo de la cultura, apoyar el cine independiente, el cine documental y además otros proyectos de bajo presupuesto.

Pero en Venezuela estos entes en realidad son simplemente un filtro. “Estimular y fomentar las políticas cinematográficas del Estado venezolano”, esto es lo que se puede leer en la Misión y Visión del CNAC. Entonces, ¿cómo podemos esperar que el cine criollo mejore si está sujeto a una ideología única sin importar el tema? La Villa del Cine y las reprochables reformas de la Ley de Cinematografía (todo bajo el centralizado control del Ministerio de Cultura), más que un ente financista, es un ente de control; y la Ley se ha convertido en una medida de represión más. Comparémoslo entonces con el control de cambio que en estos días conocemos tanto:

El control de cambio te dice quién puede y quién no puede adquirir divisas, además te dice cuántas divisas puedes comprar. El control cinematográfico decide cuál película se hace y cuál no, además decide con cuánto la financia.

El control de divisas maneja una tasa de cambio completamente alejada de la realidad, esto produce un mercado negro e inflación, pero para no entrar en profundidades, en general, da como resultado una mala economía. De igual forma, el control cinematográfico al excluir películas que contradicen su ideología política, se aleja de la realidad del país, lo que genera fugas de cerebro, es decir, talentosos cineastas migrando al exterior; y además una perdida en la calidad de las películas. En general, resulta en mal cine.

Si bien es cierto que en los últimos años el cine venezolano ha experimentado un crecimiento a nivel de ventas, es un crecimiento que no solo es lento sino de poca calidad, pues hasta en películas ganadoras de premios, como Azul y no tan rosa con el Goya, podemos ver que hay imperfecciones, como los diálogos poco trabajados. Y ni se diga de películas como Papita, maní, tostón que más allá de tres bromas graciosas es desastrosa, desde los errores de edición como los cortes mal hechos y la falta de continuidad entre escenas, hasta su desenlace sin sentido y su epilogo cliché, y sin olvidar, por supuesto, la absurda escena de persecución en la autopista mientras se lanzan pelotas. Es, por mucho, de las peores películas de 2013.

Irónicamente esta película es hasta el momento la más taquillera de la historia venezolana. Esto demuestra que la magia del cine también está ligada a que el mismo es un negocio. No es una novedad en el mundo del séptimo arte que haya películas excelentes pero con poca taquilla y películas desastrosas con una muy buena. Ejemplo perfecto es El ciudadano Kane, declarada como la mejor película de la historia, y un total fracaso de taquilla cuando fue estrenada.

Fíjense entonces que más cantidad no significa más calidad. Sin embargo, podemos ver que las películas de calidad que se están haciendo son patrocinadas por el CNAC, el único ente con relativa objetividad que, internamente, lucha en pos de defender la calidad y no la ideología política. Tal es el caso de Hermano, mejor película del Festival de Moscú, y de la reciente Desde allá, primera película venezolana nominada al importante Festival de Venecia, ambas financiadas por el CNAC. Imagínense un cine venezolano en el que se pueda narrar y transmitir cualquier tipo de historia bajo cualquier contexto social o ideología política y en el que podamos utilizar el verdadero talento nacional para crear un tipo de cine con firma e identidad venezolana y dejemos de depender de esas producciones y talentos multinacionales como lo son las producciones argentino-venezolanas e hispano-venezolanas.

Estas coproducciones son la muestra de que —en un país con un sistema mal administrado— los cineastas buscan seguir trabajando sus propias ideas, sin censura. Pues en Venezuela la censura de los medios por parte del gobierno ya es normal, por lo que no es de extrañarse que ésta llegara también a la gran pantalla. Cada vez se crean más entes reguladores del cine y progresivamente estos van abarcando más áreas, así se aseguran de que al pueblo no le lleguen mensajes con algún pensamiento político distinto, en su afán de controlar cada aspecto de la vida de un individuo dentro de la sociedad venezolana.

El control cinematográfico es la razón por la cual el cine venezolano es lo que es y lo que seguirá siendo, una propuesta que avanza a pasos mínimos, aun teniendo todo el talento y el dinero necesario para evolucionar y llegar a ser uno de los mejores cines de la región y con trabajo arduo, tal vez del mundo. Y esto no ocurrirá hasta que lleguemos a un estado de libertad plena, de igualdad y libre de controles. Es decir, cuando abandonemos este sistema comunista y social-demócrata que tanto busca controlar y marginar al pueblo venezolano.

Instagram: @CríticoRetirado

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