Edilio Peña
El dramaturgo venezolano aprecia el trabajo de la agrupación teatral colombiana.

La agrupación teatral  colombiana Fahrenheit 451, vino a Venezuela por vía terrestre. Sus miembros llegaron a Mérida y se presentaron el 23  de mayo en la Casa Juan Félix Sánchez, y el día 25, en el estupendo teatro de bolsillo José Ignacio Cabrujas, de la Escuela de Artes Escénicas de la Facultad de Arte de la Universidad de los Andes. Lugar donde trabajo como profesor de Dramaturgia. Después de las funciones, el elenco y el director participaron en  un foro con el público. Tuve la oportunidad de verlos en ese marco. El viernes 12 y sábado 13 de junio se presentarán de nuevo en la localidad de Chía, al norte de Bogotá. He aquí mi visión sobre ese montaje. 

El Círculo fue mi  segunda pieza teatral como dramaturgo. La escribí en una larga noche oyendo música gregoriana. Solo la incandescente luz de un bombillo me acompañaba, pero también, seguramente, ésta me espiaba. Era demasiado joven para abordar tanta intensidad dramática, pero me entregué a ese oscuro designio que ha marcado por siempre mi destino como escritor. En aquel tiempo, mi natural timidez no me permitía hablar mucho y decidí que mis personajes tampoco lo hicieran. Quizá los he condenado al absurdo de la impotencia. Desde entonces, no me interesó el verbo desencadenado sino el verbo contraído. Aunque, paradójicamente, soy un lector asiduo de las sinfonías verbales de Shakespeare. Igualmente, los personajes deberían estar en una situación límite para provocar así la develación sustantiva de su ser. El misterio insondable. Contar una historia con una economía de palabras es un gran reto para un escritor, mucho más si la historia es llevada a los extremos de la intensidad dramática. Quizá por ello escribí veinticinco versiones de El Círculo. Porque un verdadero escritor es un eterno insatisfecho. Creo recordar, una línea de una carta de Antonin Artaud: lo que importa no es lo que se dice, sino lo que se deja de decir.

Recientemente tuve la experiencia honda de asistir, como espectador, al montaje de mi obra El Círculo, realizado por la agrupación teatral colombiana Fahrenheit 451. Lo que más atrapó mi atención y me sorprendió fue la singular exploración teatral de la pieza, por parte del director y sus actores que la concibieron como propia. En el texto original, la estructura de la obra la pauta un círculo de luz que se abre y llega al punto de querer cerrarse y que demanda de los dos y únicos personajes, el hombre y la mujer, pensar y fantasear con angustioso fervor, para que el círculo no se cierre definitivamente en torno a ellos, y mueran ahorcados por la luz. Decisión del dueño del círculo quien al final, es quien se arroga el poder total y absoluto sobre la luz inquisitiva del círculo. Sin duda, el poder invisible es el más terrible.

Mario Delgado, el director de la puesta en escena, optó por una propuesta sustantiva en la representación: El Círculo en esencia también habita en el hombre y la mujer, en todo ser humano. Somos hijos de un círculo o prisioneros. Es decir, el acoso y la amenaza del dueño del círculo no sólo se ejecuta desde el exterior sino también desde el interior de la existencia de los dos personajes. Mario Delgado logra realizar una puesta en escena que convoca la fuerza viva de la imagen teatral y la muerte de la imagen como último recurso de la representación cuando, ya no hay nada más qué decir, al explorar la emoción descarnada de los personajes en medio del frenesí lúdico. Desde esa perspectiva o reto, los actores Yenny Cantor e Iván Manrique logran cumplir la magna tarea de interpretar los vacíos profundos del hombre y la mujer, bien en la supuesta realidad o en el delirio de la ficción y los sueños. Sus registros tonales avanzan en un crescendo, luego se suspenden en la respiración o la mirada. Juntos construyen un alma, una nostalgia, un deseo o un fracaso. En el silencio profundo. Interpretan con maestría el sin sentido. Sus dos magníficas interpretaciones me cautivaron, porque lograron comunicar en medio de aquel vacío existencial de esa pareja arrancada de la pesadilla, un sentimiento que parecía desterrado de mi obra, y que me estremeció: el amor.

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