Eduardo Liendo y Luz Marina Rivas
El narrador venezolano acaba de publicar ‘Contigo en la distancia’. Foto de Carlos Ancheta.

Acaba de nacer la excelente revista digital El Estileto, definida como Crítica / Pensamiento / Arte. Ha sido desarrollada por un equipo editorial que incluye a Jaime Bello-León, Sandra Caula, Lulú Giménez Saldivia, Alexandra Cariani, José Miguel del Pozo, Gabriel Osorio, Carlos Ancheta y Juancho Pinto. Cuenta con un equipo audiovisual que recoge el trabajo de Angy Abbruzzese, Manuela Walfenzao, Erickson Bautista E. y José Ostos. El diseño y el desarrollo web son de Luis Esteves.

Les recomendamos ampliamente que ingresen a http://www.elestilete.com/. Como muestra de su calidad, reproducimos el artículo de Luz Marina Rivas sobre la más reciente novela del maestro Liendo.

Sin detenerse el 168 entró en las dos curvas que dan acceso a la explanada frente al peristilo del cementerio. Ómnibus, Julio Cortázar.

El tema de la muerte es, probablemente, el más difícil de abordar por un escritor, pues no resulta fácil evitar los lugares comunes. En Contigo en la distancia (2014), Eduardo Liendo nos entrega un texto maduro, que se atreve a tratar la muerte no como el futuro inevitable o una sucesión de memorias recordadas en su inminencia, tal como las describe Elizabeth Kübler Ross, sino como una interrogación acerca de qué se ha sido y quién se es, desde un yo hecho metáfora en un autobús poblado de personajes y memorias que conviven en tiempos y espacios que se funden entre sí.

La novela nos obliga a abordar un autobús, el Circunvalación N° 13, que recorre todos sus capítulos con destino hacia “el final del fin”. Está precedida de un epígrafe de Franz Kafka: “Al fin y al cabo no puede existir un lugar más bonito para morir, más digno de la desesperación total, que la novela escrita por uno mismo”. Y esa novela no es otra que la vida misma. Acompañamos a Elmer, un niño travieso que se monta sin permiso y por pura curiosidad en el autobús de donde nadie puede bajarse, que va contemplando desde la ventanilla su propia vida y la de otros, teniendo como compañeros de viaje, al principio, a sus héroes de la niñez, como Tarzán y Dick Tracy. Su nombre, Elmer, comienza con las iniciales de Eduardo Liendo, en una suerte de guiño que nos sugiere un alter ego. Lo que parece un juego de la imaginación de ese niño se va transformando en otra cosa. El extraño vehículo nos recuerda el Ómnibus de Cortázar, cuyo destino era el cementerio y cuyos protagonistas eran dos pasajeros que se unen por el miedo soterrado que instilan las miradas reprobatorias de los demás pasajeros que, a diferencia de ellos, llevan ramos de flores. O nos recuerda el Texto en una libreta, que también se relaciona con la muerte y cuenta la historia de gente que desaparece en el ‘subte’ de Buenos Aires y se queda a vivir en las profundidades de sus túneles, viajando eternamente en sus vagones, reconocibles por su extrema palidez, tal vez los muertos desaparecidos de la dictadura, presentes en su ausencia. El Circunvalación N° 13, como los vehículos de Cortázar, traspasa los umbrales del espacio y del tiempo. Cuando la narración avanza, Elmer deja de ser niño y se va convirtiendo en adolescente, vuelve a ser niño, pero siente como un anciano y mira su vida como adulto: “El tiempo es el gran misterio, Elmer, es el espacio entre nuestros recuerdos, pero a veces estos tienen siglos o milésimas de segundo.” (38)

Estas últimas palabras son de Sócrates Pérez, el colector del autobús, quien es una suerte de Caronte o guía. Este personaje, con el nombre del filósofo, le hace ver “que aquí el reloj es un objeto completamente inútil” (40). La muerte como tal es elidida, tal como se oculta en nuestra sociedad occidental contemporánea. El autobús se dirige al final del fin y, con frecuencia, los personajes eluden nombrarla, pero los indicios la hacen presente, en frases como “aquí los vivos sobran” o en la presencia de una cortina de humo blanco al fondo del autobús, por donde diversos personajes van desapareciendo. En el encuentro con Cantinflas, Elmer le preguntará: “Entonces usted no está» -«Ya le dije que no me gusta la palabrita esa, Elmercito, y mucho menos la de occiso que parece que uno es un trasto oxidado (…) (69)”.

La ventanilla del autobús es una suerte de espejo en el que Elmer se ve a sí mismo. Actor y espectador de su propia vida, recuerda y ve los amores de su vida, los amigos, los personajes literarios o cinematográficos, los escritores o los cantantes que más lo cautivaron, como Doña Bárbara, Harry Haller, Ana Karenina, Cantinflas o Alfredo Sadel; también tiene gloriosos encuentros con Franz Kafka, Walt Whitman, Oscar Wilde, entre otros, y con sus seres queridos, como la maestra Omaira, de segundo grado, o su abuela Gregoria. Un pasajero notable es José Gregorio Hernández. También se suceden los hechos de la historia del país, como las luchas contra la dictadura o la tragedia del Orfeón Universitario, en el accidente aéreo de Las Azores. En este tránsito iniciático hacia el final del fin, Elmer corrige eventos de su vida y recorre estaciones con nombres míticos, como el Barrio de los Muertovivos, la Isla de las Pasiones Literarias, la Calle de los Miedos y Peligros, el Paseo de las Utopías y la Calle del Amor. La divisa del autobús, que se repite como estribillo “Doy por vivido lo soñado”, nos revela la construcción de un ‘yo’ a partir de los muchos que lo han nutrido. Su imaginación, como en sus obras Si yo fuera Pedro Infante o El último fantasma, lo lleva a ser otros, como cuando Elmer acompaña al monje Arcadio Hipólito en su exilio para salvar los libros: “Soy uno y múltiple, uno y todos los otros que contengo en mí” (103). La constitución de la identidad es la suma de las experiencias vividas por el yo y las experiencias vicarias dadas por el cine, la literatura y la música. Hacia el final, en un nuevo homenaje a Cortázar, Elmer se contemplará como un pez, en otra alusión serena a Axolótl, viajando en el submarino amarillo de Los Beatles, en el que se ha convertido el autobús, en su ruta hacia la profundidad insondable del final del fin. La inminencia de la muerte es, pues, la celebración de una vida plenamente vivida, con el pasado hecho presente, hecho un ‘yo’.

Bogotá, 10 de abril de 2015.

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