Lee y conducirás, no leas y serás conducido.
                                                                                             Santa Teresa de Jesús
Mañana sin tarea profesional, sólo faena casera escuchando las músicas de Aldemaro Romero porque es 12 de marzo, dÃa de su cumple-memoria. De repente, sin energÃa eléctrica. Espero activa en alguna labor posible pero nada, por lo dilatado y sin aviso esto parece un acto revolucionario por culpas de iguana o rayo. En el pasillo los vecinos protestan muy alterados. Cero teléfono, Internet, radio, televisión, cocina. Caracho, dónde puse los aparatos con pilas. Paciencia. Ah, pero allì cerca sigue el amigo fiel que desde ayer es amor a primera vista. Lo retomo sobre la silla del balcón bajo radiante luz natural.
El profesor Angel Rosenblat —bendito su recuerdo y el de nuestra libertaria UCV— nos obligò a descifrar palabras. En latìn, liber es lo más interno en la corteza de las plantas y libertas la capacidad de no ser esclavo. En esta era cibernética, el libro persevera como un objeto que nos libera de la mentira inmediata, si en cada letra y por entre lÃneas llegamos a lo oculto  por las fachadas.
Este que disfruto ahora es corto y de un magnìfico autor. Por lo general, escribe largo y fluido, sabio y sabroso, profano y divino, en volúmenes muy gruesos. Su tÃtulo me atrapa, La neblina del ayer (TusQuets, primera edición, 2005), verso del bolero tangoso Vete de mÃ, de los argentinos Virgilio y Homero Expósito. Cantado por Bola de Nieve es bálsamo eficaz contra el guayabo del hasta más racional cuando se enamora poco pero de verdad-verdad.
Tras su aspecto de novelita detectivesca y canto sentimental de pasión por la música, las bibliotecas y los libros isleños, el policÃa reincidente Mario Conde, fijo personaje alter-ego del escritor Leonardo Padura, nacido y radicado en Cuba, sin dudas incómodo y molesto pero astutamente intocado por la caribeña tiranÃa roja, se retrata sin maquillaje un siglo de Las Habanas antigua, vieja, nueva, liberal, militarizada y comunista, siempre doble, virtuosa y pecadora. Condensa la fotografÃa nÃtida de un paÃs en ruina fÃsica y espiritual, muy agotado por cansancio histórico luego de tanto nadar entre esplendores y miserias para regresar a la orilla, pero no a la misma, salvadora de un naufragio, sino a la convertida en pantano, basurero y alcantarilla por donde desembocan los residuos del nefasto régimen chulo, parasitario y multiplicador de las taras capitalistas que prometió erradicar.
Cuando convenga polÃticamente, Leo Padura quizá reciba el premio Nóbel por sus monumentales novelas El hombre que amaba los perros (2009), Herejes (2013) y las que vendrán junto a sus continuos relatos breves. Pero esta obra pequeña, intensa y densa, con mÃnimos defectos formales, algo normal en toda primera joyita preciosa y de todo lo artÃsticamente humano, inició  con delicioso brillo literario, su vivencia entrañable, testimonio directo del totalitarismo tropical.
Libro-espejo, sin neblinas del ayer ni del hoy donde los venezolanos pueden leerse bien clarito. Somos una sociedad en vÃas de protectorado a punto de consolidarse militarmente como petrolera colonia oficial del castrismo.
Pero el despecho polÃtico no se calma y la vuelta democrática no se logra, ni con el mejor de los boleros.