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Su esposa Silvia Lemus habla de ‘Pantallas de plata’, obra póstuma sobre el amor que el autor sentía por el cine.

 

El escritor mexicano Carlos Fuentes estuvo ligado al cine de forma inevitable desde su nacimiento hasta su muerte, en el 2012. “Por poco nazco en una sala de cine. El 11 de noviembre de 1928, mi padre y mi madre asistían a una función de la película La bohème”, escribió Fuentes. Y por poco muere en una de ellas, pues apenas un día antes de su partida vio cine con su esposa, Silvia Lemus, en México.

De esa conexión, que comenzó con Ciudadano Kane, que le transmitió su padre; de su fascinación por el cine de los años treinta y cuarenta, y de la belleza de actrices como Greta Garbo, Marlene Dietrich o Audrey Hepburn habla Pantallas de plata, escrito por Fuentes y publicado luego de su muerte.

Como si le hiciera un guiño a la inmortalidad que permite el cine, Fuentes dejó este libro casi listo para ser publicado y sus familiares respetaron el orden en que lo escribió. Silvia Lemus habló con EL TIEMPO sobre esta publicación y sobre su relación con Fuentes y el cine:

—¿Los textos de este libro estaban listos para publicar o fue una decisión familiar para honrar el amor que él tenía por el cine?

—Carlos me comentó que se disponía a escribir un libro sobre cine, que se lo debía a él mismo. Un regalo también para su padre, el embajador Rafael Fuentes Boettiger, con quien vio por primera vez Citizen Kane, a los 11 años, y un regalo a sus hijos. Con esta película de Orson Welles, los enseñó a ver cómo introdujo la cámara a rincones, objetos en close up, la luz en primero y segundo planos; en fin, que a los tres, Cecilia, Carlos y Natasha (hijos del escritor), los inició a entrar al salón oscuro para soñar mientras veían lo que pasaba en lo que él llama ‘pantallas de plata’. Por cierto, en un principio, el título del libro lo bautizó como Palacios de plata. Sobre el hallazgo de los textos del libro, Fuentes los tenía listos para publicar, y ya había anunciado su pronta aparición. De hecho, ya estaba haciendo correcciones de los textos que había terminado. Publicamos los capítulos como los dejó, siguiendo el orden más reciente que había establecido.

—En el libro hay referencias a grandes estrellas del cine, como Greta Garbo, Marlene Dietrich. ¿Qué significaban las mujeres del cine en la vida de Fuentes?

—Carlos escribió: «Hay algo que no puede dejarse fuera del amor del cine, y es el amor y fascinación por los rostros del cine. Viendo con Luis Buñuel la Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer (eran amigos con Buñuel), el gran aragonés me confesó su fascinación por las facies, el rostro cinematográfico. ¿Qué sería de nuestras vidas como seres humanos del siglo XX sin la belleza, la ilusión, la pasión que para siempre nos dieron los rostros de Greta Garbo y Marlene Dietrich, de Louise Brooks y Audrey Hepburn, de Gene Tierney y de Ava Gardner?».

Pantallas de plata—Pantallas de plata hace referencia a sus momentos preferidos en el cine…

—Me encantan, por esto, las referencias a la mirada dentro de la mirada en el cine. Bogart a Bergman, en Casablanca: ‘Nos estamos mirando, muñeca’. Gabin a Morgan, en El muelle de las brumas: ‘Tienes muy lindos ojos, ¿sabes?’. Este ha sido el milagro mayor del cine: ha vencido a la muerte. El rostro de la Garbo en la escena final de La reina Cristina, el de Louise Brooks y su perfil con peinado de ala de cuervo en Pandora, el de Marlene entre las gasas y filtros barrocos de El expreso de Shanghái y La emperatriz escarlata, el de María Félix soñando despierta mientras oye una serenata en Enamorada, el de Dolores del Río viendo su propia muerte en la de Pedro Armendáriz en Flor Silvestre, el de Marilyn descendiendo escaleras diamantinas o resistiendo el vapor veraniego de Nueva York entre sus muslos blancos y su falda blanca en La comezón del séptimo año. Ellas son la realidad final y absoluta del cine: ninguna de ellas ha envejecido, ninguna de ellas ha muerto, el cine las volvió eternas, el cine venció a la vejez y a la muerte.

—También a usted la trataba como a una actriz…

—A él le gustaba espiarme cuando regaba las plantas de la terraza de nuestro departamento en Londres, cuando arreglaba flores en una base; cuando me maquillaba, de pronto yo sentía que alguien me miraba, y es que él entreabría la puerta y asomaba un ojo. Era muy mirón. Yo decía: ‘Me pones nerviosa’, y entonces él decía: ‘Es que me gusta ver qué haces y cómo te ves’. Le gustaba que nos encontráramos a comer en un restaurante. Él llegaba primero; al entrar yo, estaba sentado y me saludaba con la mano, me acercaba la silla y comenzaba a hablarme de algo nuevo que había visto, y su lenguaje corporal también era algo como si acabara de conocerme. La primera vez me sorprendió, pero muy rápido entré en el juego.

—¿De qué manera el cine estuvo presente en su relación?

—Desde un principio. La primera vez que me visitó me llevó un regalo, era el disco del tema de la película Summer of 42. Era el comienzo de la reseña cinematográfica y fuimos al cine Roble a ver Antonio das mortes, de Glauber Rocha. Seguimos viendo todo lo que podíamos. Las mejores ciudades para ver cine –él me decía– son París y Nueva York. A veces, cuando estábamos en NY, junto con nuestros hijos, nos programábamos y veíamos tres películas en un día.

—¿Y cuándo vieron su última película juntos?

—Carlos y yo vimos juntos una última película en México la tarde del 14 de mayo del 2012 (falleció un día después). Vimos La guerra la gano yo, de Francisco Mugica. Dos semanas antes estábamos en Buenos Aires, donde dio una conferencia, ‘La novela y la vida’, una conferencia magistral dentro de la Feria del Libro. Como siempre, la sala estaba abarrotada, ante la expectación de todos sus lectores. Amó a Argentina, y esta siempre le correspondía. Al término de la ovación y los aplausos, agradecido y diligente, firmó durante más de una hora los libros que una larguísima hilera de sus lectores se acercaba a darle y a saludarlo. Al día siguiente compró películas antiguas, le encantaban las de los años cuarenta, época que él vivió en esa ciudad, de los 15 a los 16 años. Allí aprendió a amar el tango de Aníbal Troilo Pichuco y de Gardel, a Borges y a Bioy, a las bellas actrices argentinas.

—Fuentes fue guionista de varias películas y colaboró con Gabriel García Márquez…

—Además del guion que escribió con el Gabo (El gallo de oro), colaboró con Luis Buñuel en una adaptación de la novela de Malcolm Lowry Bajo el volcán, que iba a ser protagonizada por Jeanne Moreau, Richard Burton y Peter O’Toole.

—Pero ¿es cierto que él quería ser actor?

—Sí, me lo dijo en una entrevista que le hice: ‘A mí me hubiera gustado ser actor de cine, actor de carácter, donde yo fuera el malo y Humphrey Bogart, el bueno, en una película de la Warner Brothers’. Desde niño y joven se disfrazaba, le habría gustado actuar del conde de Montecristo. Pero lo suyo fue ser escritor. Crear actores de papel y tinta.

—En el capítulo del cine mexicano habla de Alejandro González Iñárritu. ¿Cómo era la relación más reciente del maestro con el cine actual?

—Fuentes decía: ‘No hay creación sin tradición que la nutra, como no habrá tradición sin creación que la renueve’. Por eso siempre seguía y le entusiasmaba lo que estaban haciendo los jóvenes en la literatura y en el cine. De hecho, Fuentes y González Iñárritu se hicieron muy buenos amigos. En el 2014, Alejandro participó en la Cátedra Interamericana Carlos Fuentes, dedicada en esa ocasión a la cinematografía, en la Universidad Veracruzana, en la ciudad de Xalapa (Veracruz).

*Publicado originalmente en El Tiempo de Colombia.

http://www.eltiempo.com/entretenimiento/musica-y-libros/silvia-lemus-esposa-del-escritor-carlos-fuentes-en-entrevista-con-el-tiempo/15317401?hootPostID=aa637b51d29b4fe1835cdffc46d1f5fa

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