Interestelar 1
Curiosa vuelta de tuerca la de ‘Interestelar’ (2014), pues es acá el padre –Matthew McConaughey- quien realiza el desplazamiento físico, aventurero en el espacio, mientras su hija –Jessica Chastain/Mackenzie Foy/Ellen Burstyn- realiza el viaje emocional.

Una vez más, el viaje. Por supuesto, el viaje homérico. La vuelta al padre, la vuelta a la patria. Ir en pos de un mundo nuevo para terminar en el hogar. Aunque más adelante los hermanos Nolan —Christopher y Jonathan— terminen por abrir un quiebre más a su historia de mundos y dimensiones de tiempo y espacio. Esto es, ese viaje a la nueva patria cuando el padre ya no está —y esto, ojo, no es un spoiler—-, que vuelto a empezar deja de ser Ulises para convertirse en un Eneas capaz de atravesar agujeros negros y más.

La ciencia ficción se abraza de nuevo a esa estructura narrativa para sumergir al espectador en un viaje alucinante. Conceptualmente complejo en apariencia Valgo que ya hicieran los Nolan con Origen/Inception—– que remite finalmente a la raíz.

Curiosa vuelta de tuerca la de Interestelar (2014), pues es acá el padre —Matthew McConaughey— quien realiza el desplazamiento físico, aventurero en el espacio, mientras su hija —Jessica Chastain/Mackenzie Foy/Ellen Burstyn— realiza el viaje emocional. Ella va hurgando entre fórmulas y ecuaciones, intentando atrapar al fantasma que la completa.

El tándem fraternal parte del idea del planeta finito. Un planeta ahogado en su capacidad para seguir respondiendo a la explotación humana. Ante ello, el viaje comienza en un lugar en medio de la nada, a decir, en medio de la geografía estadounidense, en el corazón de la patria.

Así, se trata de un viaje redondo, un círculo que sólo al final consigue romperse en ese epílogo que trae de vuelta los ecos de Roland Barthes: “¿Para qué seguir contando historias cuando el padre ya no está?”, se pregunta el semiólogo francés en El placer del texto —y de nuevo, esto no es spoiler. Los Nolan dan una respuesta.

Su giro más interesante no tiene que ver con las hermosas imágenes de esos nuevos mundos por recorrer, ni siquiera con la peripecia física que alienta y justifica semejante relato. Tiene que ver precisamente con ese punto de quiebre en la estructura narrativa que emplean. Es allí, y no en la sucesión de explicaciones, donde su relato tiene asidero, y donde las emociones, a fin de cuentas las que terminan abrazando al espectador, emergen.

Deudora, sin duda, de 2001: Odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick y sí, de Solaris (1972) de Andrei Tarkovski, el film de Nolan es, sin embargo, un film contenido. No va más allá en su reflexión filosófica, ni tampoco más allá en el significado de la oscuridad que representa ese oscuro infinito de un agujero negro. El suyo es más bien un cuento de hadas, una fábula romántica que se viste con los trajes de la ciencia ficción. Acá, un traje interesante que contrasta con el hiperrealismo que se ha hecho una marca dentro del cine de gran presupuesto en Hollywood.

Nolan apuesta una vez más por el cine en su forma más clásica. Más cercana, aun y cuando las nuevas narrativas se cuelen en ese entramado monumental. Un entramado que se hace más digerible gracias a los compases de Hans Zimmer, sin duda una de las mejores bandas sonoras del año.

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