Belén Lobo y Rodolfo Izaguirre
Belén y Rodolfo en el jardín de su casa.

La Escuela de Cine Documental de Caracas rinde homenaje y reconocimiento a Rodolfo Izaguirre y Belén Lobo a través de un film concebido y desarrollado por César Cortez, líder de esa institución cinematográfica. Es un trabajo sobrio, de claro perfil testimonial, que recoge las reflexiones de estos dos personajes fundamentales en el universo cultural del país. El propio Cortez invita a ver este documental «para recordar a nuestra admirada Belén Lobo», quien nos ha dejado huérfanos con su reciente partida. E incluye un texto de «nuestro apreciado amigo Rodolfo Izaguirre».

En Ideas de Babel lo compartimos con ustedes. Solo pulsen el link que está a continuación para ver el documental. Luego podrán leer el extraordinario texto de Rodolfo, revelador de su densidad humana.

Rodolfo&Belén, sin bolero no hay vida

EN AUSENCIA, por Rodolfo Izaguirre.

Aprendí a escribir en la sala de redacción de un periódico, en un cubículo expuesto a las conversaciones, llamadas de teléfono y un apresurado entrar y salir de gente. Aprendí a concentrarme, a permitir que si colapsaba el gobierno y caían las paredes de la redacción, impertérrito seguiría escribiendo mi columna. Y en medio del barullo descubrí que estaba solo. Creo que lo estamos desde el momento en que llegamos al mundo. Cuando estamos enfermos sufrimos en soledad a sabiendas que estamos rodeados de personas que nos cuidan y consuelan. En la fábrica, el obrero también está solo aunque rodeado de compañeros de trabajo. Lo que angustia cuando nos encontramos en una gran ciudad es la certeza de sabernos solos en medio de la muchedumbre igualmente solitaria que avanza por cualquiera de sus grandes avenidas.

Rilke observaba que lo que hace falta es soledad, gran soledad interior:

Ir hacia sí y durante horas no encontrar a nadie. Es lo que hay que lograr. Estar en soledad como lo estaba uno de niño, cuando las personas mayores iban y venían enredadas en cosas que si parecían importantes y grandes era porque esos mayores tenían el aire tan atareado y porque nada se comprendía de su hacer. Y un día, cuando se advierte que sus ocupaciones son míseras, yertas sus profesiones y que ya no están vinculadas con la vida ¿por qué no continuar, igual que un niño, mirándolas como algo extraño, desde el fondo del mundo propio, desde el ámbito de la soledad propia, que es tambien trabajo y jerarquía y oficio?”

Mariano Picón Salas en Regreso de tres mundos, editado en 1959 por el Fondo de Cultura Económica, logró palpar esa soledad:

Cada uno siente su propia cicatriz, y aun en el amor más ardiente, en la cópula más dichosa de los cuerpos y las almas, todavía subsiste en la piel y el aliento un poco de rebelde soledad. Hay un sitio, amada, de mi memoria y de mi conciencia, donde no llega tu compañía, acaso decimos en la hora de amor más perfecto”.

Se habla de la soledad del poder. Todos los caudillos, altaneros y despóticos al modo de Muamar el Gadafi o Sadam Hussein, creen ser y pertenecer al pueblo, pero viven aterrados ante la posibilidad de que ese mismo pueblo derribe algún día sus egos perversos y desmesurados o festeje con cohetes y mucha algarabía la caída o la muerte del tirano. Son seres aislados en medio del inmenso poder nazi, castrista, maoista o estalinista en el que creen estar protegidos.

El monarca que ruge en la Sala del Consejo; el déspota tachirense que rigió los destinos del país venezolano con mano férrea y enguantada; el general fascista que nos obligó a desfilar en un militarizado Día de la Patria o el que estuvo invocándola demagógicamente desde el fondo oscuro de su corazón, se sabían aislados. Nadie podía acercárseles y mucho menos podían ser tocados. El coronel Aureliano Buendía, con el rostro cuarteado por la sal del Caribe, impartió órdenes de una severidad terminante y no permitió que nadie se le acercara a menos de tres metros, ni siquiera Úrsula Iguarán, su madre, fundadora de Macondo…

Creo estar solo cuando escribo estas crónicas. Pero, realmente, ¿lo estoy? Porque en medio de la profunda respiración de la casa, escucho el callado movimiento de quienes viven en ella y siento que Belén está allí, silenciosa, concentrando su espíritu, liberándolo de asperezas. Diseñando su estrategia para adelantarse a la muerte. Es la conciencia de la soledad que avizoró el uruguayo Juan Carlos Onetti. Me rodean también seres que van emergiendo de mi memoria, una familia, ideas que se relacionan unas con otras; la luz del sol que entra por la ventana. Viajo entonces hacia mí durante horas sin encontrar a nadie y descubro que no estoy solo porque me protege la soledad.

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