Belén Lobo
La delicada Belén, como la recordamos en los últimos tiempos.

Me ha costado mucho escribir este texto. A veces las palabras son escurridizas. Xiomara y yo vamos a extrañar su mirada, su risa y su nobleza. Belén lobo fue una mujer extraordinaria hasta el último de sus días en este espacio terrenal. Bailarina, promotora de la danza y docente, su sensibilidad se manifestaba en sus frases, sus gestos y sus acciones. La conocí hace mucho, siempre al lado de su Rodolfo, a veces guiñando el ojo a su Boris o besando a su Valentina y mimando a su Razil. Fueron tantas las veces que compartimos. Disfrutábamos mucho oyéndola hablar de la legendaria Nena Coronil, fundadora de la Escuela Nacional de Ballet en 1948, o evocando las creaciones de su gran amigo Vicente Nebrada o las exquisiteces de Graciela Henríquez o contando anécdotas de su debut en Las sílfides, del ruso Mijail Fokine con coreografía de Nebrada. Hablamos mucho sobre la danza en el cine —un tema en la que era especialista—- y nos enseñó a comprender mejor el trabajo simultáneo —como coréografos y cineastas— de Bob Fosse y Busby Berkeley. Se destacó como directora del Departamento de Danzas del Consejo Nacional de la Cultura (Conac) a finales de los años setenta y como cofundadora del Instituto Superior de Danza en 1982. Y no hay que olvidar que en 1987 ganó el Premio Conac de la Danza por sus aportes como bailarina, maestra y por los esfuerzos realizados por la profesionalización e institucionalización de la danza en el país. Pero lo esencial, más allá de sus virtudes artísticas, se halla en su calidad humana, su dulzura y su capacidad para entender a los otros seres humanos. A su manera, fue una luchadora por el arte, la inteligencia y la justicia. Entendía la vida como un acto en movimiento. Así era Belén. Como una danza eterna.

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