Nolita 1
Nolita, que es el resultado de la asociación de Mokambo con inversionistas venezolanos y colombianos, ninguno de éstos del mundo gastronómico.

Bogotá. Ana Belén Myerston, la experimentada, y reconocida, chef merideña, de apenas 38 años, está de vuelta en la capital colombiana desde septiembre del año pasado, ciudad que disfruta y en la que ve crecer, sin sobresaltos, a sus hijos Emiliana y Gastón. Regresó para ponerse al frente del restaurante Nolita —cuyo nombre surge de North of Little Italy, un lugar neoyorquino en el que concurren artistas y diseñadores— que ambiciona ser una casa cultural gastronómica y que ella puso a andar en 2012 en el inicio de la internacionalización del Grupo Mokambo.

Nolita ocupa una amplia casa de más de 600 metros cuadrados en la carrera 13 con calle 85, en plena Zona Rosa de la capital colombiana, el lugar de la rumba y la diversión nocturna. Muy próxima a la Zona T, un par de calles atiborradas de cafés y bares, donde se respira un aire europeo, y que remata, sobre la carrera 11, el Centro Comercial Andino, un lugar exclusivo, con más de 200 locales comerciales y un ajetreo interminable, en el que se confunden artistas, ejecutivos de paltó y corbata y gente del poder que ahora anda a su aire.

Ana Belén Myerston 3
“Ha sido y es duro pero estoy contenta y quiero quedarme mucho tiempo aquí”, dice Myerston.

“Colombia vive un momento mágico, de bonanza, de apertura”, dice Myerston, enfundada en su uniforme de chef, impecable; una cinta negra le ayuda a recoger el pelo y se acompaña, mientras habla, de una sonrisa franca y ancha. “Hasta ayer aquí se comía carne con papas y no hacía falta más, era un país en guerra, sufrido y nadie quería saber de él, se hablaban cosas horribles”, cuenta para explicar su entrada en el mercado local, una decisión a la que llegaron los cinco socios de Mokambo luego de examinar otros escenarios, si se quiere más glamorosos, como Nueva York, Berlín y Barcelona.

La conversa transcurre en el jardín o patio de Nolita, uno de los cuatro ambientes del local, junto con el comedor, la sala lounge y la terraza, decorados con gusto exquisito y amable, para hacer sentir al comensal que está en su casa. “Siempre buscamos sitios así, dice Myerston, que se vean bien en la mañana, en la tarde y en la noche”. Dar con el lugar indicado, con la casa imaginada y negociar su precio fue una odisea, recuerda. Abren del mediodía hasta la noche, pero muchas mañanas en el local se celebran juntas de negocios, se presenta un libro o hay una actividad corporativa. Más de 20 personas -10 de ellas cocineras- integran el equipo operativo del restaurant.

Myerston resume su experiencia en Colombia en una sola palabra: dura. Y luego la explica con muchas más. “Aunque hablamos el mismo idioma los ritmos son completamente diferentes”, suelta. Admite que se estaba volviendo loca al principio, cuando abrieron, porque era muy difícil —de la Nasa, dice— encontrar un cocinero que supiera los cuatro términos de un lomo o cocinar unos langostinos. “Me tuve que traer al chef de Mokambo —Eulogio Hernández que ahora ya está de vuelta en Caracas— porque requería un interlocutor”, explica. Ella se encargaba al mismo tiempo de armar la empresa, administrar el local, entender al proveedor, atender al comensal y a la vez preparar, por ejemplo, una salsa bearnesa. “Una locura, repite, más los hijos, el marido, los negocios en Caracas… en fin”.

Pero ahora, en la vuelta, dice que ya habla colombiano, que descubrió excelentes proveedores —en especial de pescados y mariscos frescos que llegan del Pacífico—, que aprecia un comensal que quiere probar otras cosas y que está encantada con los empleados colombianos. “Yo estaba saturada del personal venezolano, necesitaba decir stop y también disgustada con el país”, revela. Además ha aprendido a lidiar con los tiempos y las maneras diferentes, lo que le ha exigido jornadas de 24 horas de trabajo por cada día de la semana porque no basta con hacer las cosas bien: “tienes que ofrecer descuentos, pensar en promociones, concretar alianzas con empresas y meterte en las redes sociales…”

Nolita, que es el resultado de la asociación de Mokambo con inversionistas venezolanos y colombianos, ninguno de éstos del mundo gastronómico, requirió una inversión superior a los 2 millones de dólares (4 mil millones de pesos largos) para su arranque, que estima recuperar en un plazo de cinco años, contado desde su apertura en 2012. “Este es un mercado muy competido, donde unos cuantos grupos son dueños de muchos, pero muchos locales”, añade. En la propia cuadra donde está Nolita, hay cinco establecimientos de un solo dueño.

“Ha sido y es duro pero estoy contenta y quiero quedarme mucho tiempo aquí”, dice Myerston, una mujer que desde los 13 años vislumbró su vida en una cocina, se preparó para ello en su Mérida natal, en Bruselas y Nueva York, y que sigue aprendiendo cada día. “Es como todo en la vida”, e instala su sonrisa que, al final, ya se hace familiar.

About The Author

Deja una respuesta