Lo decÃa muy bien y además cantando Liza Minelli en Cabaret (de Bob Fosse, 1972): money makes the world go around (el dinero hace que el mundo gire). Ahora que nuestros marxistas de opereta han caÃdo en cuenta del dicho minelliano, vale la pena pasearse por un tema que el cine ha rozado, a menudo con buena fortuna. No hace falta remontarse a los presupuestos filosóficos del asunto.
El ser humano percibe las cosas como un valor respecto a sus necesidades y ese valor necesita de un correlato práctico e inmediato que permita su intercambio. Eso es el dinero. PodrÃa argumentarse que el elemento tiene mala prensa. Nadie en su sano juicio lo predica como un medio para generar empleo, mejorar el nivel de vida propio y de los demás. Algún maestro, el siempre austero Robert Bresson, lo veÃa como un camino de perdición en su último film llamado precisamente El dinero en 1983. Cuatro años más tarde, Oliver Stone la emprendÃa contra Wall Street, en el film homónimo que despedazaba la codicia corporativa de los especuladores bursátiles dándole vida a Gordon Gekko, un villano a la imagen y semejanza de Donald Trump. Con estos y otros ejemplos el capital y sus desvarÃos se fueron abriendo paso como uno de los grandes temas del cine. PodrÃamos hablar de thrillers financieros, asà como se habló de los thrillers polÃticos que afloraron en la década de los setenta.
El mejor ejemplo de este tránsito es una pelÃcula no estrenada por aquÃ, de un director muy conocido: Costa Gavras. Sus pelÃculas de los setenta lucen hoy probablemente el peso de los años, porque afortunadamente los coroneles griegos o los milicos uruguayos (por hablar de Z o Estado de Sitio) son un mal recuerdo, en la mayor parte del mundo (vale la aclaración, en la mayor parte del mundo). Más vigentes pueden resultar La confesión, sobre el estalinismo, Missing sobre el golpe de Estado de Pinochet o Caja de música sobre un criminal de guerra nazi asimilado al American way of life. Su última entrega se llama, también puntualmente, El Capital, y su interés tiene menos que ver con su trama, un drama muy conversado sobre mega-adquisiciones y luchas internas entre facciones corporativas en una gigantesca banca de inversión, con el hecho de ser uno de los pocos ejemplos europeos sobre el tema.
Por algún motivo sigue siendo un coto casi exclusivamente norteamericano, probablemente porque los mayores desastres del gremio se han iniciado por ahÃ. En el plano de la ficción The narrow margin narraba cómo un grupo de vendedores tenÃa menos de 24 horas para deshacerse de activos tóxicos y el bueno de Oliver Stone resucitaba a su archivillano Gordon Gekko para recordarnos que en Wall Street el dinero nunca duerme. Eran tÃtulos correctos pero los mejores buceos en el terreno de la rapacidad financiera siguen estando en el campo documental.
Los chicos más listos de la sala era una autopsia del caso Enron y cómo a través de jugarretas contables y contactos, lograron evaporar cientos de miles de millones de dólares. The inside job diseca el drama del 2008 expandiendo su área de denuncia a los auditores y académicos que, a cambio de generosas sumas, cabronearon la larga serie de dislates que terminó en una ventolina de humo que algunos tomaron por valioso alguna vez.
Cliente 9, de Alex Gibney, es otro documental que vale la pena ver porque el director (un tipo prolÃfico y serio) revisa la caÃda en desgracia del gobernador de Nueva York Elliot Spitzer, a quien, para su perdición, le gustaban las chicas que fuman y cobran por sus favores. Ocurre que antes, Spitzer habÃa sido Procurador del Estado y se habÃa metido con los tiburones de Wall Street que, por cierto, aparecen en la pelÃcula restregándose las manos de satisfacción. En todo caso el capital, el dinero y todas esas frivolidades de la vida contemporánea han pasado a tener carta de ciudadanÃa en el cine actual, que tal vez algún dÃa le hinque el diente a un tema que harÃa palidecer a todos los mencionados. Como una banda de ignorantes capitaneados por un golpista iluminado logran dilapidar la renta petrolera de los quince años de precios más altos que el mundo registre. Un temazo para Oliver Stone, siempre tan acucioso.