En estos tiempos tan duros, marcados por la muerte y la tristeza, recuerdo una conversación que hace años tuvimos Gustavo RodrÃguez y yo, recordando a Hendrik Hoefgen, el personaje de Mefisto (1981), aquella extraordinaria pelÃcula del húngaro Itsván Szabó sobre un actor alemán que obtiene gran popularidad interpretando el Fausto, en el marco de la consolidación del poder nazi en la Alemania de los años treinta. Un hombre de teatro proclama estar por encima de la polÃtica —afirma con orgullo «soy un actor, me debo a mi arte» cuando sus compañeros lo alertaban sobre el monstruo nacionalsocialista— pero que poco a poco va asumiendo los criterios de los nuevos dueños de su paÃs. Pretende sobrevivir asÃ, mientras sus colegas y amigos tratan de escapar del terror nazi o son vÃctimas de las SS de Hilter. Pero no, al final la Gestapo lo va a buscar, implacable, como a miles de alemanes, mientras balbucea esa patética e inútil frase: «soy un actor, sólo un actor». Nadie escapa a la naturaleza del régimen. Comentábamos entonces la actitud de Hoefgen como el modelo de conducta que habÃan asumido artistas y creadores a favor del chavismo. Como han hecho empresarios, banqueros, poetas, sindicalistas, actores, etcétera, en estos quince años. Gustavo hablaba de la mirada del actor, de su capacidad para ver y comprender lo que sucede alrededor para convertirlo en su propia creación crÃtica de la hegemonÃa oficialista, sin el servilismo del adulador. El actor que se formó en el Teatro Universitario de la UCV y que protagonizó en televisión metáforas del poder como Boves, el urogallo y EstefanÃa, mantuvo hasta el final de sus dÃas una visión critica sobre lo que ha pasado en nuestro paÃs. La mirada de un verdadero actor. Lamento mucho su partida. También lamento que no haya visto el capÃtulo final de esta tragedia nacional. Adiós.