Blue Jasmine 2
La australiana Cate Blanchett merecía el Oscar que recibió por su interpretación de Jasmine Francis.

Woody Allen regresa al drama y a su país —después de filmar varios años en Europa— para narrar las desventuras de Jasmine, una mujer rica y glamorosa de la alta sociedad de Nueva york, quien de pronto se queda sin dinero y sin casa cuando su millonario marido Hal es acusado de estafa y condenado a prisión. Da un salto a la nada, sin referencias ni recursos. Decide entonces mudarse a un barrio pobre de San Francisco a vivir con su hermana Ginger, una mujer de clase trabajadora que vive con su novio en un pequeño apartamento. Jasmine, que atraviesa el momento más crítico de su vida, se dedica a tomar antidepresivos y martinis y a evocar inútilmente su antigua vida en Manhattan.

En esta trama relativamente sencilla se revela una parábola sobre la mentira y las distintas maneras de creer en ellas. Porque las promesas de la mentira ayudan a sobrellevar la desgracia y los rincones de la memoria constituyen un refugio ante la realidad. Blue Jasmine se revela como una obra notable del viejo realizador neoyorquino que evoca algunos de sus dramas memorables como Hanna y sus hermanas (1986), Crímenes y pecados (1989), Maridos y esposas (1992) y Match point (2005). La clave de todos ellos reside en el engaño como recurso de la mentira y en la crítica a la ética que se acomoda a situaciones extremas.

Me permito hacer una digresión. En los últimos años ha surgido una moda intelectual que condena las nuevas películas de Allen como expresiones de su decadencia. Más allá de comedias menores como Scoop (2006) 0 Vicky Cristina Barcelona (2008), este veterano incansable de 78 años ha propuesto en la última década filmes de un ingenio desconcertante como Medianoche en París (2011), que le valió el Oscar como guion original y que recuerda el absurdo de Zelig (1983) y La Rosa Púrpura de El Cairo (1985), comedias con mucho de drama, en los cuales construye su propio discurso moral a partir de la fantasía. En todo caso, nadie puede pedirle a un realizador que haga puras obras maestras. Eso no lo hicieron Antonioni, Bergman o Kurosawa, que ya es mucho decir. Pero así son las modas. Pasan.

Vuelvo a Blue Jasmine, a mi entender una de las obras más profundas del maestro en los últimos tiempos. Se inspira libremente en Un tranvía llamado deseo, pieza teatral de Tennessee Williams que Elia Kazan adaptó al cine en 1951, con Vivian Leigh y Marlon Blando. Pero la Blanche Dubois del dramaturgo sureño no es exactamente la Jeannett «Jasmine» Francis del cineasta de Brooklyn, a pesar de compartir una anécdota similar. Allen plantea de entrada al espectador la crisis de su personaje principal, expone sus contradicciones, no oculta sorpresas al respecto. Ella no guarda un pasado misterioso —como la Blanche en furtiva visita a Nueva Orleans— sino uno muy conocido por la crisis financiera que desmontó las estafas y los delitos. Más bien el film se fundamenta en la contraposición de dos universos personales distintos, en el contraste entre visiones íntimas y, sobre todo, en la coincidencia entre Jasmine y Ginger —dos mujeres afines familiarmente pero diferentes en sus vidas— en el terreno de la mentira. Cada una vive su propia y dramática mentira.

Allen expone de manera dramática estos dos mundos opuestos —con cierto humor en algunos momentos— para poner de relieve dos expresiones femeninas de la sociedad norteamericana actual. Aficionada a la evasión, Jasmine pasa de la frivolidad a la tragedia, de la riqueza a la pobreza, tratando de adaptarse a una nueva vida pero sin comprender las fisuras de su pasado. En cambio, Ginger al principio cree encontrar una oportunidad de cambio en su vida, en la búsqueda del amor, en su ascenso social, pero al final prefiere la seguridad de la rutina y lo cotidiano. elige creer su propia mentira.

No obstante, el personaje principal, que conduce la trama, es Jasmine y domina esta historia narrada en dos tiempos: un pasado esplendoroso pero fatuo y un presente real y deprimente. El guion de Allen y el montaje de Alisa Lepselter alternan esos dos momentos, contrastando la vida lujosa y la dureza del día a día de una mujer arruinada por un marido adúltero y promiscuo, y la que comienza a vivir de pedir prestado, estudiar computación y trabajar como recepcionista en un consultorio odontológico. La fotografía del español Javier Aguirresarobe ilumina esos dos mundos diferentes y plantea sus diferencias visuales en el Manhattan de la socialité y el San Francisco proletario.

La australiana Cate Blanchett acaba de ganar el Oscar por su interpretación como Jasmine: rica, profunda, completa. Sus voces, miradas y gestos se deslizan de una situación a otra con la fluidez alterada de su personaje. graciosa, triste, elegante, amable, detestable. A su lado, la inglesa Sally Hawkins destaca como Ginger y comunica su sencillez, inocencia y conformismo de una manera precisa. Alec Baldwin construye en breves apariciones su personaje de timador financiero.

Finalmente, pero no menos importante, la mirada moral de Allen define un dilema ético en su personaje principal, aunque ella no esté completamente consciente de ello. Jasmine padece las consecuencias de la conducta de su esposo pero en su momento se hizo la indiferente ante sus estafas. Ella culpa a Hal pero no se culpa a sí misma por su visión complaciente y cómoda. Ella vive su tragedia personal pero no logra entender el porqué de esa tragedia. Por eso Allen propone ese final enajenado y solitario.

BLUE JASMINE (Blue Jasmine), EE UU, 2013. Dirección y guión: Woody Allen. Producción: Letty Aronson, Stephen Tenenbaum y Edward Walson. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Montaje: Alisa Lepselter. Dirección de arte: Santo Loquasto. Elenco: Cate Blanchett, Alec Baldwin, Sally Hawkins, Alden Ehrenreich, Andrew Dice Clay, Louis C.K., Charlie Tahan, Bobby Cannavale, Max Casella, Peter Sarsgaard. Distribución: Cinematográfica Blancica.

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