Sol negro 1Soy hermano de la espuma
de las garzas de las rosas
y del sol y del sol.

Rafael Bolívar Coronado Alma llanera 

(…) mi sola estrella ha muerto, y mi laúd constelado
ostenta el negro Sol de la melancolía.

Gérard de Nerval El desdichado

Éramos, todos éramos, hermanos del Sol. Pero los disparos que derramaron la sangre del hermano y de la hermana han roto el vínculo y ahora, negro sobre nosotros, ofuscado, oscurece y no alumbra a esta tierra de garzas y de rosas, esta tierra que era de gracia y ahora es solo de puro llanto, de puro dolor.

Sí, sí, se me dirá que no es la primera vez que eso sucede. Pero no. Siempre es la primera vez. Es la primera vez para cada madre, para cada padre, para cada familiar que vio salir a uno de los suyos en la mañana y ya no pudo verlo regresar en la tarde. Sí, siempre es la primera vez. ¿Nunca será la última?

Sol negro que no quiere darnos tregua y junto con los guerreros y las guerreras de la tribu se lleva también a su mejor cantor para que ya no nos consuele y sostenga su “toda pena se cura”.

Sol negro sobre nosotros como ese antiguo símbolo de los pueblos nórdicos que a través de él simbolizaban el último día del mundo, el día de la batalla en que los dioses luchaban contra los jotuns, “los come hombres”  o “los sedientos de sangre”. Sol negro sobre nosotros en estos días en que la palabra fascismo, casi siempre mal escrita y peor entendida, se cierne sobre el otro para justificar el disparo fratricida.

Sol negro del nacionalsocialismo y del fascismo, hermanos también entre sí, pero salidos de una casta distinta a la que elevó al venezolano al rango de familia del Sol. Sol negro de aquellos iniciados de la SS y de la Gestapo para quienes el gran maestro ocultista Heinrich Himmler otorgaba perdones y justificaciones dándoles carta blanca para sus desmanes.

Sol negro de algunos iniciados locales a un esoterismo pagano que degüella gallos en la madrugada para que sus cantos no despierten al Sol; ese mismo Sol que ahora, eclipsado, existe todavía detrás de ese otro de un rojo crepuscular  a fuerza de beber sangre joven.

Sol negro que viola a punta de caño de fusil y que usa la electricidad —esa que tanto falta en los pueblos venezolanos— para torturar, esa electricidad que, hecha para crear luz, solo aumenta con su chisporroteo de terror las tinieblas. Sol negro como el que en la Rusia soviética hizo escribir al poeta Evgeni  Evtuchenko: “La revolución ha torcido en sentido contrario lo que ya estaba torcido para el otro lado”.

Sol negro, en fin —y cegador en su oscuridad—, sobre el cuerpo de quien anoche en la Avenida Panteón es abandonado a su suerte mientras los hacedores de horror huyen, y él, como otro Arauca incontenible, se va vaciando de sí, íngrimo y solo, para aplacar la sed de sangre de quienes había supuesto sus hermanos.

Sol negro sobre tantos y tantas que salieron a manifestar por su propia voluntad —pero fueron obligados a irse en contra de ella— y que de haberlo sabido hubieran podido tomar para sí esas palabras de Gérard de Nerval para decir a los suyos: “No me esperes hoy porque la noche será negra y blanca” (1).

 (1) Ne m’attends pas ce soir car la nuit sera noire et blanche

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