El poder de la palabra y la palabra del poder.
CARMEN IGLESIAS
(Discurso de ingreso a la Real Academia de la Lengua)
Cuando por razones de trabajo me tocó leer parte del discurso de ingreso de la Dra. Carmen Iglesias a la Academia de la Lengua no sabÃa que bastantes años después iba a medir en carne propia, modesta y vulgarmente (de vulgo, pueblo, se entiende) ese poder que tiene la palabra del poder. Pero vayamos con orden. Admirada por algunos, detractada por otros, esta académica de número de la RAE pasó a ocupar en 2002 el sillón E, el mismÃsimo que antes ocupara Gonzalo Torrentes Ballester. A mà me bastó, en principio, leer los fragmentos citados en el trabajo que corregÃa para caer seducida por esa facilidad con que Carmen Iglesias se pasea por la historia y la literatura dando saltos cuánticos con la gracia de esas gacelas que describe Saint Exupéry en Tierra de hombres. Y recién ahora que acabo de escribirlo me doy cuenta de cuál fue la asociación inconsciente que hice entre el libro de Exupéry, la Academia y Carmen Iglesias, cuarta mujer académica de número en esa tierra (solo) de hombres que habÃa sido la RAE desde 1713 hasta 1978.
Mucho menos inconsciente fue asociar mi reciente experiencia en una carnicerÃa caraqueña con uno de los pasajes del discurso de la académica, concretamente aquel del parágrafo Espejos y máscaras. Narración y realidad, que deberÃa ser lectura obligada para quienes vivimos en estas tierras en donde tan a menudo ficción y realidad se confunden. Para ilustrar la frase que coloco como epÃgrafe, cito a la autora: “Cuando, según se cuenta, el zar Pedro I pronunciaba contra algún enemigo de su poderosa nobleza la sentencia: ‘Yo te hago loco’, el poder de la palabra y la palabra del poder, en este caso, acababan convirtiéndole en tal, pues al tratarle todos los demás como demente, el desgraciado vivÃa la realidad de la sinrazón y perdÃa toda corduraâ€. Y eso fue exactamente lo que me pasó –a mà que ya dudaba bastante de mi razón– el dÃa en que, atraÃda por la pulcritud, la ausencia de mal olor y la escasa cantidad de compradores, entré en la ya mencionada carnicerÃa caraqueña. “Prepáreme un lomito, por favorâ€, dije mirando de reojo la lista de precios para cerciorarme de que habÃa visto bien. El dueño interceptó e interpretó mi mirada, dedujo los cálculos que yo habÃa hecho y, con cierta condescendencia, me espetó: “Mire que esos no son los verdaderos precios, ¿eh?â€. “¿Ah no?â€, pregunté sorprendida, “¿y por qué los tiene ahÃ?â€. “Por la ordenanza que nos obliga a publicar la lista de preciosâ€, dijo. “Pero es una lista falsaâ€, aduje. “Pero es la lista de precios†replicó él. “Pero no es realâ€, insistà yo. “Ay, señora, quién sabe hoy en dÃa qué es real y qué no en este paÃsâ€, me contestó pasando de simple carnicero que habÃa sido para mà hasta ese momento a filósofo cartesiano. Fue entonces cuando me acordé de la sentencia de Pedro I y, apenas entrar a mi casa, olvidada ya del frustrado y frustrante lomito, me puse a leer sobre esa Rusia que en sus diferentes etapas parece estarnos sirviendo de modelo o convirtiéndonos en su sosias tropical.
Casi exactamente cien años después de ese Pedro El Grande con poder de volver loca a la gente, aparece en el panorama ruso Nicolás I, nombrado sucesor por decreto de un muerto [sic]. Solo que él, en un principio, declinó el ofrecimiento aduciendo falta de preparación para conducir el paÃs. La historia sigue y se retuerce, es larga, imposible de reducir en este artÃculo, aparece la Revuelta Decembrista con su cuota de sangre y, finalmente, Nicolás I logra hacerse con el poder absoluto… y esto es parte de lo que cuenta la Historia de su reinado:
Nicolás carecÃa completamente de la amplitud intelectual y espiritual de sus hermanos; y contempló su papel simplemente como un gobernante autócrata y paternalista con su pueblo. Después de haber experimentado el trauma de la Revuelta Decembrista en su primer dÃa de reinado, Nicolás estaba determinado a controlar a la sociedad rusa y evitar toda difusión o cultivo de ideas liberales que cuestionaran su absolutismo. Una policÃa secreta creada especialmente para tal efecto, la Tercera Sección de la CancillerÃa Imperial, mantuvo una enorme red de espÃas e informantes sobre aristócratas y funcionarios de todo nivel, con la ayuda del Especial Cuerpo de Gendarmes. El gobierno ejerció la censura y otros controles en la educación  (ExtraÃdo el 09/10/2013, disponible en:http://es.wikipedia.org/wiki/Nicolas_I_de_Rusia).
En cuanto a nosotros y la cordura: cuando se nos dice que la Habilitante será para luchar contra la corrupción y que el corrupto es solo la vÃctima inocente de la mano peluda del corruptor; cuando oÃmos hablar de soberanÃa alimentaria y no conseguimos los productos básicos; cuando la realidad, esa que se palpa, se huele y se ve en las calles, hace cortocircuito al entrar en contacto con el discurso oficialista, es entonces cuando sentimos y medimos el poder de la palabra del poder y, a la inversa de santo Tomás, no pedimos ver para creer, si no todo lo contrario: acorralados entre los espejismos y la realidad solo pedimos no ver, no saber, no escuchar para poder conservar la cordura.