BRAY_20110614_UW_1862.CR2Algo más que un sello personal, lo que ha venido construyendo el cineasta norteamericano Paul Thomas Anderson es un arquetipo temático en torno al hombre y a la condición humana. The Master (2012) es su regalo al homo sapiens, tal cual se lee en los prefacios del libro El sable dividido, sobre los principios de La Causa,  culto religioso parcialmente basado en la cienciología y dianética, cuyo líder y autor, no L. Ron Hubbard pero sí un ficticio y carismático Lancaster Dodd, acoge a un soldado de la Segunda Guerra Mundial,  descarrilado por la vida, para surtirlo de un destino impostergable: su auto realización.

La película cuenta con las asombrosas participaciones de Joaquín Phoenix (en un regreso triunfal tras el documental mofa I’m Still Here), Philip Seymour Hoffman y Amy Adams, quienes recibieron nominaciones al premio Oscar por conformar una trifecta de personajes –el discípulo, el amo y su esposa- que subsiste dentro de las posibilidades narrativas y de dirección en las que Anderson se permite navegar con “maestría”.

“Los tres personajes representan la identidad, el ego y súper ego, tal como lo describió el sicoanalista Sigmund Freud en su modelo estructural de la psiquis”, expone en un video ensayo el británico Darren Foley. “En ambos extremos del espectro evolutivo está el simio y el súper hombre. Freddie Quell (Phoenix) representa la conducta básica, violenta e impulsiva, mientras que Dodd (Hoffman) es la voz de la razón y sentido común. Pero es Peggy (Adams), su yo superior, la verdadera devota y controladora del culto; es quien domina al ego a través de una postura crítica, moralista, perfeccionista e idealista”.

Desde la primera escena el mar dicta la turbulenta fase del protagonista, un hombre en conflicto consigo mismo, resguardado en las trincheras, cuyo único componente de unión hacia sus companneros es una estatua de mujer hecha de arena (a la que trata como un objeto sexual tras la ausencia del amor que dejó  atrás, como más adelante se revela) y el alcohol, su único refugio o lubricante. Al final de la guerra no encaja en la vida civil, ni en los distintos trabajos. En un escape sin rumbo fijo, Quell sube a bordo de un barco llamado Aletheia (que traduce verdad) y, aunque el encuentro nunca es mostrado por el realizador, el vínculo que se establece entre él y Dodd a la mañana siguiente queda cimentado. El amo, quien también es débil ante la pecaminosa bebida, ha encontrado al discípulo perfecto, vulnerable e influenciable para su adoctrinamiento en la secta.

En una simple pero a la vez ingeniosa composición, a cargo del director de fotografía Mihai Malaimare Jr., quedan establecidos dos extremos que identifican a La Causa (el lado izquierdo) y los impulsos naturales de Quell (el derecho). Durante una auditacion, en la sala de una casa, al conejillo de indias le instruyen caminar -y describir- la pared que está hacia un lado y una ventana, por el otro. Repetidamente. Un lado representa lo que él es y el otro lo que el culto quieren reformar. Ello se refuerza más adelante, en el desierto, cuando Dodd maneja su moto con sentido a la imaginaria pared, sólo para regresar un poco después al mismo punto de partida u origen; Quell, por su parte, toma el rumbo contrario, como un animal que se sale de su jaula luego de un largo cautiverio. Nunca más regresa. Aunque el culto no lo cambia, a la larga aprende a ser más tolerante hacia las personas y controlar sus impulsos, como cuando visita a la madre de su antigua novia. Se ha convertido en su propio amo. Phoenix desaparece en un papel que lo lleva a expresiones faciales y postura física muy inquietantes.

The Master viene siendo la pieza del medio en una trilogía que abarca la soledad extrema del individuo hasta encontrar más adelante el amor definitivo. Esto comenzó de manera cronológica (no por sus años de estreno sino por periodos descritos) con Petróleo sangriento (2007), donde la presencia femenina era inexistente en el cuasi barbárico Daniel Plainview.

“En la otra vida serás mi enemigo jurado y no voy a ser compasivo”, anticipa Dodd a Quell en un último encuentro. No es coincidencia. Hoffman es el antagonista deEmbriagados de amor (2002),  primera en filmarse, en la que el personaje de Adam Sandler no termina de sacudir algunos traumas antisociales transferidos por Quell hasta que conoce a la chica que transforma finalmente el alma existencial en este universo temático planteado por el propio PTA. Se evidencia un patrón heredado de Stanley Kubrick cuando realizó su propia trilogía sobre la evolución humana con la satírica Dr. Strangelove y las futuristas 2001: Odisea espacial y La naranja mecánica.

Paul Thomas AndersonPaul Thomas Anderson es una de esas criaturas del cine de quien nunca se sabía dónde terminaba de trazar la línea de la realidad y dónde empezaba la fantasía. Cuando era niño fue a ver E.T. y comenzó a vestirse como el personaje Elliot, determinado a correr en su bicicleta hasta alcanzar el cielo. Otras influencias incluyeron Rocky, que lo llevó a beber cinco huevos crudos antes de salir a trotar cada madrugada.

“Nunca tuve un plan de respaldo que no fuera el cine. Recuerdo hacer exactamente lo que las películas me decían que hiciera. Cada vez que como puré de papas, se me viene a la mente la escena deEncuentros cercanos del Tercer Tipo”, relató en una entrevista a Los Ángeles Times, publicada el 12 de diciembre de 1999.

Actualmente espera su cuarto hijo con la comediante del programa Saturday Night Live, Maya Rudolph. En apenas 17 años de carrera ha realizado un total de seis largometrajes y ha obtenido cinco nominaciones al Oscar, sin lograr el primero aún. La noche en que Ben Affleck ganó el Globo de Oro como Mejor director por Argo, en enero pasado, reconoció en su discurso el hecho de que Anderson ni siquiera estuviese en la contienda. “Es el Orson Welles de nuestra generación”, enfatizó.

Este singular director nació y se crió en Studio City, California el 26 de junio de 1970. Heredó su pasión por el cine desde temprana gracias a su padre, Ernie Anderson, anfitrión de un programa televisivo que transmitía películas de terror, en Cleveland, quien luego se mudó con toda su familia a Hollywood para convertirse en actor de doblajes. Cuando su hijo cumplió 12 años, le regaló una cámara filmadora. Al igual que Steven Spielberg, empezó a realizar películas caseras con sus amigos de escuela o del vecindario.

Paul Thomas, quien ocasionalmente utiliza la abreviación PTA, rodó en su último año de la secundaria el documental falso The Dirk Diggler Story (disponible en YouTube), sobre un actor de la industria del cine pornográfico; un prototipo de lo que después vendría a ser su segundo largometraje: Boogie Nights.

Apenas duró dos días en la Universidad de Nueva York para estudiar cine. Al igual que su amigo y colega, Quentin Tarantino, es un autodidacta. Prefirió trabajar como mensajero y asistente de producción en el show de concursos Quiz Kid Challenge, experiencia que llegó a incorporar en Magnolia (1999). Con el dinero que no llegó a invertir en sus estudios, realizó por 20 mil dólares un cortometraje –Cigarettes and Coffee– que le valió una invitación al Taller de Realización Cinematográfica del Instituto Sundance. A los 24 años dirigió su primera película: Hard Eight (1996), sobre un apostador sin suerte que es reclutado por uno más experto en los casinos de Reno, Nevada.

Pero su ópera prima, originalmente titulada “Sydney” y con Gwyneth Paltrow en el reparto, entre otros, sufrió la mala promoción y mercadotecnia de la compañía productora Rysher Entertainment, ya en bancarrota. La cinta pasó muy por debajo del radar y no quedó terminada como su director había visionado.

“Aprendí que 50% de mi trabajo es dirigir, el otro 50% es negociar con el estudio”, admitió Anderson, quien a partir de esa experiencia supo obtener control absoluto como director, productor y guionista de su siguiente proyecto: Boogie Nights (1997), sobre la ascendente carrera de un joven dentro de la industria pornográfica en la década de los setenta y su eventual declive en los ochenta, con una duración de 2 horas y 30 minutos.

La primera vez que PTA fue expuesto al cine de contenido erótico no fue tan diferente al resto de los chicos: tenía diez años cuando, a escondidas, colocó en el VHS una película que su padre guardaba en el armario, titulada Misty Beethoven.

“En los años cincuenta los jóvenes descubrían las revistas Playboy de sus padres. Mi generación tuvo videocasetes. Verlas no me convirtió en un maniático obsesivo. Además de la natural reacción que evocan, me despertó curiosidad pensar en esos actores fuera de cámara, en su rutina diaria como personas normales. Una de las más alocadas percepciones sobre esa industria es asumirla como totalmente malvada, corrupta o que la gente que labora en ella no son seres humanos, mucho menos que tuvieron una infancia feliz”.

Boogie Nights es, en cierta forma, la historia de un grupo de personas dañadas emocionalmente que juntos conforman una especie de familia sustituta. Cada uno de los actores tiene un momento para brillar, no importa qué tan grande o breve el papel. También cuenta como un documento histórico que relata el declive en la calidad técnica dentro del género porno, cuyas tramas cargadas de pasión pasaron a segundo plano cuando se convirtieron del formato celuloide al video casero.

Los planos horizontales, tomas extensas, los movimientos de cámara que se paseaba por ese mundo como un observador de la época, la música retro que abrigaba momentos pop en la vida de los múltiples personajes, muy al estilo de Martin Scorsese en sus majestuosas Toro salvaje, Buenos muchachos y Casino, colocaron a Anderson en el mapa de Hollywood con tan sólo 27 años, cerca de la edad de  Welles cuando dirigióCiudadano Kane. Su épico no giraba en torno a un magnate sino en el joven y aspirante a estrella Eddie Adams, después conocido como Dirk Diggler, dotado de un enorme miembro. El filme guarda ciertos paralelismos con la vida de John Holmes, quien cayó en desgracia tras su adicción a las drogas. Por dicha actuación, Mark Wahlberg dejó atrás su fase de rapero y modelo de Calvin Klein.

Siguiendo los consejos de Francis Ford Coppola, de que su siguiente obra fuera lo más personal posible, Anderson su aventuró en el mosaico de hombres y mujeres en el Valle de San Fernando, al borde de la desesperación y eventual redención en Magnolia, donde la influencia venía directa del cine de Robert Altman, específicamente de una de sus tantas obras maestras, Short Cuts. Logró, a su manera, una parábola acerca de los niños que son lastimados y esos adultos, algunos de ellos sus padres, que se hacen daño a sí mismos. El filme se alzó con el Oso de Oro en la Berlinale de 1999.

“Es una historia que habla de la pérdida y tristeza, sobre la amargura y resentimiento que se acumula con el paso del tiempo y de las pequeñas grandes ayudas que se les presenta. Los personajes son unidos por sus acciones y elecciones. Esta, definitivamente, no es la película que yo recuerdo haber visto, aquella sobre las coincidencias que se suscitan en tramas entrecruzadas. Ahora que la he revisitado, mi admiración es más profunda”, escribió el recién fallecido crítico de cine Roger Ebert hace unos años.

Ciertamente, en ese entonces la atención recayó en Tom Cruise como el gurú motivacional del juego sexual Frank T.J. Mackey. “Respeta el miembro y… ¡domina la concha!”, fue su famosa frase de apertura en una charla para hombres. En una hermosa escena de pausa melodramática, todos los personajes -que incluían a los ya recurrentes Hoffman, Julianne Moore, William H. Macey y John C. Reily- cantaban en simultáneo el tema original It’s Not Going to Stop, compuesto por Aimee Mann.

Pero la secuencia que dio de qué hablar fue el final, cuando del cielo cayeron miles de ranas, en directa referencia bíblica Éxodo 8:2, que dice: “Pero si te niegas a dejarlos ir, entonces heriré todo tu territorio con ranas”. En el análisis que realiza Ebert, sugiere que el pasaje encaja en el filme no para hablar de las personas en sí sino de sus propios miedos, penas y pecados.

El siguiente proyecto de Anderson, Embriagados de amor (Mejor director en el festival de Cannes 2002), lucía más ligero respecto a las anteriores. Contó con la participación del comediante Adam Sandler, en un rol muy atípico, como un vendedor con dificultades de comprender el mundo que lo rodea y de expresar correctamente sus emociones, hasta que conoce y se enamora de una estupenda mujer (encarnada por Emily Watson). Descrito así, el arco del personaje Barry Eagan podría compararse con la del propio Superman en la famosa cinta de 1978. Pero Anderson codificó los elementos en cada plano, jugando con los colores para que el espectador capturara el mensaje a partir del análisis. Tal vez fue su respuesta a la ola de películas de superhéroes que empezaron a predominar en la industria en esa época. Lo hizo a su manera, sin entregarse a la gran maquinaria.

Pasaron cinco largos años para su quinta aventura cinematográfica. Con Petróleo sangriento alcanzó un nivel autoral comparado con el de Stanley Kubrick. Basada en la novela ¡Petróleo!, de Upton Sinclair, el filme es una exanimación a Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis, en otro electrizante papel que le valió un segundo Oscar de Mejor actor), un excavador de pozos en la California a principios del siglo XX cuya ambición por el “oro negro” lo transforma en un monstruo-magnate.

“Tengo una competencia en mi. No quiero que nadie más tenga éxito. Odio a la mayoría de la gente”, es la confesión de un hombre que bien pudiera simbolizar los demonios que merodearon los fundamentos de una época y de esa industria en particular. También predomina el choque entre la consumación de la codicia y el poder (economía) y la palabra conciliatoria de Dios (religión), en la contrafigura de un pastor evangélico con intereses propios. Ambos representan la misma cara de una moneda social. Tras un final casi abrupto, que incluye otra famosa frase (“Me bebo tu merengada”), uno se impone sobre el otro de manera violenta, definiendo así el siglo 20.

Al igual que épicos como Lawrence de Arabia o 2001, The Master fue rodada completamente en celuloide y en un radio angular de 70 mm. Lamentablemente, Venezuela no cuenta con pantallas de esa magnitud para apreciar la fidedigna calidad visual de su obra. En el festival de Venecia, presidido por el cineasta Michael Mann, Anderson fue premiado por su dirección y tanto Phoenix como Hoffman compartieron el premio de mejor actor. Otro atributo que ha llamado la atención de los críticos es la colaboración que mantiene con el rockero Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead, como compositor y conductor de las partituras originales en sus dos últimas películas, que rompen con las melodías convencionales del drama.

Durante su rodaje, The Master era catalogada como un la obra que expondría los inicios de la cienciología. Al momento de realizarse la rueda de prensa en La Mostra veneciana, un periodista internacional preguntó qué opinión le había merecido la película a Tom Cruise, ex colaborador en Magnolia y la imagen más famosa que tiene tan controvertida religión. “La vimos juntos hace poco. Seguimos siendo amigos”. Anderson afirma que nunca quiso crear polémica con el tema, porque considera que el núcleo de la historia reside no en una secta sino en la relación entre dos hombres diferentes, que de alguna manera cósmica están unidos entre sí.

Por fortuna, el próximo proyecto de Anderson no tardará cinco años en concretarse. Para el 2014 está prevista Inherent Vice, de nuevo con Joaquín Phoenix. Es una adaptación no fidedigna, más bien “servicial” (como él lo ha llegado a decir en el portal web Collider) a la novela de Thomas Pynchon, sobre un detective adicto a las drogas que investiga un secuestro en Los Ángeles en la década de los sesenta. Y es que para sentar las bases de su visión y temas de interés autoral, Paul Thomas Anderson ha sabido romper las cadenas que imponen los grandes estudios de Hollywood al momento del hecho cinematográfico.

“Aún no decido si quiero conquistar al mundo como Spielberg o refugiarme en una mansión como Kubrick”, llegó a comentar Anderson una vez, a quien ya no le debe importar esos extremos del espectro. Hoy camina libre en su propio trayecto, atiborrado de influencias. Es su propio amo.

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