Miedo y deseo 1Casi quince años sin una película de Stanley Kubrick. Es demasiado tiempo. Afortunadamente para sus seguidores alguien ha roto la maldición que pesaba sobre su primera película de 1953 y Fear and Desire (Miedo y deseo), finalmente ve la luz en una copia restaurada para DVD y BluRay. Vale una introducción. En 1953 Kubrick es un joven fotógrafo de buen nombre que ha hecho sus armas en la revista Look. Todavía está lejos de despertar la atención con su primer film profesional (El beso del asesino), un gélido policial que vendrá en dos años, y mucho menos con una superproducción como Espartaco o el desafío a los límites del cine como 2001, odisea del espacio, que lo consagraría en 1968. Con unos diez mil dólares que consigue con familia y amigos, resuelve escribir y dirigir un film con los amigos. El equipo de producción es de quince personas, los recursos son mínimos así como la trama. Al comienzo, sobre una lenta panorámica una voz en off advierte que “hay una guerra en este bosque, no una guerra pasada ni futura, sino una guerra cualquiera, con enemigos que no existen a menos que los hagamos existir”.

En la próxima hora cuatro soldados, atrapados tras las líneas enemigas intentan volver a su base, pero en el camino, se enredarán con una campesina que los descubre, atacarán el cuartel del enemigo ejecutando a un general y básicamente cometerán todo tipo de tropelías. Es fácil adivinar por qué el director se resistía a mostrar este primer trabajo. Más que una película de ficción (que además fracasó miserablemente en la taquilla) es un ensayo, un film que Kubrick desestimó como amateur. Tiene un valor histórico que lo rescata, porque en embrión, están casi todos los temas que desarrollará en su carrera posterior. Notablemente el tema del Otro entreverada con la siempre recurrente denuncia de los extravíos de la mente militar. De ahí el tono abstracto del film que, a falta de un momento histórico preciso,  parece, con los años pasados, un plan de vuelo futuro. Los héroes de Kubrick siempre están sobrepasados por su momento y atrapados en algún vericueto grosero de la Historia.

El caso más inmediato será el inmenso cretinismo de los generales franceses en Senderos de Gloria. Intentando capturar sin éxito una posición inexpugnable llamada “el hormiguero”, un general ordena disparar contra sus propias tropas que se repliegan. No contento con esto, y para rematar, ordena un juicio sumario contra tres soldados tomados al azar. El movimiento es interesante, porque si  Miedo y deseo plantea un ejercicio abstracto sobre los militares, Senderos de Gloria trae un caso histórico y lo proyecta como advertencia sobre los peligros del militarismo. Recordemos que son tiempos de paranoia, McCarthy  y Guerra Fría.

En 1964, Dr Insólito atisbaría al futuro, con la misma animosidad. Un general (Jack T. Ripper, por Jack el Destripador) toma control de un centro nuclear y desencadena un conflicto entre las dos potencias, gracias a la locura militar (hay un escalofriante monólogo belicista de George Scott, anunciando el holocausto final) y la pasividad de los políticos.

El capítulo final sobre el tema vendría con Full Metal Jacket  en 1987. Mas que una denuncia de la guerra (que había terminado hacía 14 años), la película nos hundía, a través de una larga secuencia inicial en el campo de adiestramiento, en la miseria de la mente militar. Los reclutas apenas si podían hablar, el tono era brutal, a punta de gritos y la amistad solo era posible con un fetiche: el rifle al cual se abrazaba y se cantaban loas. La secuencia se cerraba con un homicidio y suicidio, claro, una forma última y desesperada de resistencia frente a la servidumbre de la vida militar. Y luego, el infierno y la monumental estupidez de una guerra sin sentido.

Héctor Concari 2En todo caso, el conflicto, el autoritarismo imbécil siempre fueron, junto al tema de lo Otro (fuera éste un monolito extraterrestre, el enemigo a vencer, o los fantasmas de un hotel desocupado) los dos grandes temas de Kubrick. Como en toda obra mayor, tienen la virtud de perdurar y mantenerse siempre vigentes.

Cada día más vigentes.

Héctor Concari

About The Author