Pieza emblemática de un tipo de teatro británico, La ratonera constituye el paradigma determinante de la obra literaria de Agatha Christie. Sintetiza su fórmula más certera y productiva para establecer un estilo propio, tanto en sus novelas como en su trabajo teatral. El juego de las apariencias atraviesa cualquiera de sus historias y especialmente esta trama de equivocaciones. ¿Quién es quién en este juego? En la respuesta a esta pregunta reside su éxito durante seis décadas. Ocho personajes reunidos en el salón de una vieja mansión convertida en casa de huéspedes, en las afueras de Londres, van revelando secretos del pasados en una situación confusa que involucra un crimen. Recuerdo vagamente el montaje que en 1972 realizó Juan Lamata en el desaparecido Teatro Las Palmas y tengo entendido que Daniel Uribe la puso en escena durante el Festival Interclubes de Teatro del año pasado. Su trama estaba perdida en mi memoria hasta que vi su representación en el Centro Cultural BOB Corp Banca, bajo la dirección de Vladimir Vera y la producción de Nohely Arteaga y Catherina Cardozo. Una propuesta de buen teatro comercial llevada adelante con profesionalismo.

Estrenada a finales de agosto, la pieza ha atravesado más de dos meses en cartelera con la preferencia del público que encuentra una opción muy profesional de teatro comercial que se aleja claramente de otras ofertas no solo superficiales sino totalmente prescindibles. Estuve de viaje por varias semanas y a mi regreso encontré que mantenía sus puertas abiertas en el mismo lugar, lo cual no es usual en nuestra escena caraqueña. Ver su representación confirmó mi apreciación de hace varias décadas: posee los  ingredientes necesarios  para componer una propuesta de teatro de suspenso donde la escritora inglesa maneja sus personajes como marionetas de una culpabilidad insospechada.

La ratonera cuenta el encuentro de un puñado de personajes atrapados en la mansión Monkswell Manor durante una noche de tormenta de nieve, totalmente aislados y visiblemente condenados a sufrir del juego de las apariencias. Los úncios medios de comunicación son el teléfono y la radio. Sus anfitriones, Giles y Mollie Ralston, van recibiendo, poco a poco y por separado, al nervioso y desconcertante Christopher Wren, la amargada y endurecida señora Boyle, el tradicional comandante Metcalf, la poco femenina señorita Casewell, el misterioso y cínico señor Paravicini y, finalmente, el inquisidor sargento Trotter, quien intenta proteger a los huéspedes de un asesino que acaba de matar a un mujer en Londres. De forma pausada pero continua, el texto de Christie va arrojando pistas falsas hasta descomponer totalmente el cuadro de actitudes y conductas de sus personajes.

En esta oportunidad Vera se distanció del tipo de teatro que ha hecho hasta ahora para enfrentar un reto muy válido: montar un texto muy conocido a la manera clásica, sin experimentación de ningún tipo y con evidente dominio del dispositivo escénico. La orquestación de iluminación de Gerardo Terán, la escenografía de Enrique Bravo, el vestuario de Ana Karina Silva, la música también de Bravo y de las actuaciones de un elenco muy profesional luce armónica, bien estructurada, de gran eficacia para capturar la atención de los espectadores y conducirlo al campo de las equivocaciones y del misterio.

La función que me tocó presenciar contó con las actuaciones de Catherina Cardozo (Mollie), Gerardo Soto (Giles), Nacho Huett (Wren), Flor Elena González (Boyle), Gonzalo Velutini (Metcalf), Paula Woyzechowsky (Casewell), Manuel Salazar (Paravicini) y  Martín Brassesco (Trotter), quienes compusieron un cuadro interpretativo bastante parejo, sin sobresaltos, ubicados dentro de los límites de cada personaje. Se adaptan a las características del diseño de Christie.

Han pasado sesenta años desde el estreno de La ratonera en Londres y luego en prácticamente todas las ciudades de América y Europa. Forma parte de la tradición escénica del Reino Unido. Esto le otorga una perspectiva muy particular y muy docente: así era el teatro de antes. Porque la obra ha perdido vigencia, no solo por la ausencia de tecnología ni de situaciones contemporáneas sino fundamentalmente por la concepción conservadora que le impuso su autora. No recuerdo bien si los personajes de Wren y Caswell fueron dibujados originalmente por su conducta sexual no aprobada por el resto de los personajes, pero evidentemente concuerdan perfectamente con la moralidad inglesa de 1950, cuando aún se sentía el peso de la posguerra.

Lo mejor de este tipo de teatro comercial y profesional es que permite que se afiancen tendencias de teatro de calidad, donde puedan convivir las tradiciones con las experimentaciones.

LA RATONERA, de Agatha Christie. Dirección: Vladimir Vera. Producción: Nohely Arteaga y Catherinna Cardozo. Productor artístico: Tulio Cavalli. Iluminación: Gerardo Terán. Escenografía: diseño de Enrique Bravo y realización de Jesús Requena. Vestuario: Ana Karina Silva. Música: Enrique Bravo. Elenco: Verónica Schneider, Catherina Cardozo, Gerardo Soto, Nacho Huett, Flor Elena González, Gonzalo Velutini, Paula Woyzechowsky, Manuel Salazar, Augusto Galíndez,  Martín Brassesco y Stephanie Cardone. Centro Cultural BOD Corp Banca. Viernes y sábado a las 8 pm. Domingos a las 6 pm.

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