Una joven pareja provinciana visita Roma sin saber lo que sucederá en sus vidas.

Al estilo de aquellas comedias italianas de los años sesenta y setenta, la más reciente película de Woody Allen se fundamenta en el manejo del humor y la ironía para desarrollar una idea sencilla y compleja a la vez: la afectividad como espacio medular de la vida. El amor, la sexualidad, la aventura, la infidelidad y la sorpresa constituyen las herramientas de expresión de una historia que ha puesto a reir a mucha gente en el mundo, aunque haya sido atacada por algunos sectores de la crítica norteamericana e italiana. Pienso que A Roma con amor conforma no solo un homenaje a la ciudad eterna, desde la perspectiva de un intelectual neoyorquino, sino fundamentalmente un reconocimiento de la comeddia all’italiana que practicaron maestros como Mario Monicelli, Dino Risi, Lina Wertmüller, Ettore Scola, Luigi Comencini y Pietro Germi con las estrellas de esa época: Sofia Loren, Gina Lollobrigida, Mariangela Melato, Alberto Sordi, Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni, Ugo Tognazzi y tantos otros que construyeron un género muy particular de su país. Esa reminicencia se halla desde las primeras y torpes palabras del fiscal de tránsito hasta su breve despedida de estas pequeñas historias sobre amores breves en una ciudad maravillosa. Es el tributo de Allen al cine y la cultura italiana.

Como en todos sus filmes ambientados en ciudades europeas, A Roma con amor posee la óptica genuinamente norteamericana de un creador que sabe que su trascedencia se halla más fuera de su país que en su propio patio. Allen se da el lujo de estrenar una película cada año gracias a la taquilla del resto del mundo. Esa perspectiva estadounidense sobre otros países se pone de manifiesto —al igual que en Medianoche en París— a través de una pequeña secuencia inicial que reúne —y despacha de una vez— los íconos turísticos de la capital italiana. No en balde se escucha a Domenico Modugno cantando su paradigmático Volare. Luego comienza este conjunto de historias que se yuxtaponen en tiempo y espacio con la participación de personajes locales pero también de EEUU. Por ejemplo, ese empresario operístico neoyorquino que —en contra de la opinión de su esposa, su hija y del novio de su hija— cree encontrar en su futuro consuegro la nueva estrella del canto lírico italiano. O el famoso arquitecto estadounidense que retorna a la Roma donde vivió en su juventud para convertirse en el ángel consejero de un compatriota más joven, también arquitecto, que se debate entre su amor y una nueva experiencia con la amiga de su novia. O el funcionario público romano que de pronto se convierte en una celebridad perseguida por los paparazzi sin saber el porqué de tanta atención, en una abierta referencia a La dolve vita (1960), de Federico Fellini. O la parejita de provincia que llega a la gran ciudad para vivir su historia de amor, a pesar de que cada cual transita su propio rumbo. Seres humanos frágiles u obstinados, decididos o angustiados, que viven sus aventuras en un espacio romántico predeterminado.

Lo que diferencia esta nueva obra de Allen de otras películas norteamericanas clásicas ambientadas en la ciudad eterna —como Vacaciones en Roma (Roman holidays, 1953, de William Wyler), con unos emblemáticos Gregory Peck y Audrey Hepburn, o Los amantes deben aprender (Rome Adventure, 1962, de Delmer Daves), con los hiperromántcos Troy Donahue, Suzanne Pleshette, Rosanno Brazzi y Angie Dickinson— se encuentra en la actitud irónica y hasta burlona de su director que se salta las reglas de la temporalidad y el espacio para convertir este collage de cuentos morales en un juego fantástico de situaciones absurdas. El extravío de la esposa provinciana no solo se lleva a cabo en las intrincadas calles de Roma sino también en su propia ruta matrimonial, de la misma forma que su esposo experimenta otras situaciones en ambientes distintos, aunque ambos callen sus propias vivencias. ¿Cuánto tiempo transcurre desde la salidad del hotel hasta su reencuentro en la misma habitación, como si nada hubiera pasado? O el joven abogado romano que conoce a una bella chica norteamericana en las escalinatas cercanas a Plaza de España (¿dónde más podría ser?) y en un dos por tres sus futuros suegros aterrizan en Fiumicino y descubren que el padre del novio es un tenor de regadera y deciden montar una ópera de vanguardia. O la locura inocultable que vive un mesurado funcionario público de clase media convertido en la estrella de Via Veneto que asiste a estrenos y fiestas aquí y allá, con su cuarto de hora de fama. O la ridícula actitud de la chica estadounidense que pretende rebelarse contra el status quo y en ese tránsito destruye sus propios mitos y altera la estabilidad afectiva de su amiga. Personajes imposibles en una trama desmesuradamente fantasiosa. No es precismente realista el estilo de Allen en A Roma con amor.

Hablado en inglés e italiano, con un variado y efectivo elenco de ambos lados del Atlántico, el film se permite ironizar sobre ciertos estereotipos de EEUU e Italia, con el estilo muy característico de su director. En el fondo, sigue siendo una película muy personal, que habla más de Woody Allen que de la trama formal que presenta. Esta Roma es irreal. Simplemnet es la Roma de Allen. Me recordó un capítulo muy divertido de Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo pero temía preguntar y otro que dirigió en la trilogía de Historias de Nueva York, junto a Martin Scorsese y Francis Ford Coppola.

A ROMA CON AMOR (To Rome with love), EEUU, España e Italia. Dirección y guión: Woody Allen. Producción: Faruk Alatam, Gian Paolo Letta, Letty Aronson, Stephen Tenenbaum. Fotografía: Darius Khondji. Dirección de arte: Anne Seibel. Elenco: Woody Allen, Alec Baldwin, Roberto Benigni, Penélope Cruz, Judy Davis, Jesse Eisenberg, Greta Gerwig, Ellen Page, Riccardo Scamarcio, Isabella Ferrari, Ornella Muti, Alessandro Tiberi. Distribución: Cinematográfica Blancica.

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