El reciente asesinato del presidente de la FCU de la Universidad de Zulia se añade a la larga lista de víctimas que ha convertido a Venezuela en una potencia mundial en la producción de cadáveres y en el país que rivaliza con México en el triste certámen de la violencia. De todo tipo de violencia.  La de los hechos y la de las palbras. Hablamos de los secuestros, del sicariato, del asesinato político, del ajuste de cuentas, del robo a mano armada, de los «gatillos alegres», de los «lamentables errores», de la guerra entre bandas, de los fanáticos que atacan Globovisión, de los colectivos armados que «ejercen» en El 23 de Enero, de los insultos que profiere un mercenario de Venezolana de Televisión, del lenguaje soez y escatológico del teniente coronel, de la anulación de un pasaporte para amedentrar, todo, todo está inundado por la violencia. Los numerosos titulares que ha tenido en diez años el Ministerio del Interior y justicia han estado más ocupados «haciendo la revolución»Ã‚  que combatiendo la violencia que ya forma parte de nuestra cotidianidad. Hemos aprendido a vivir —¿o a morir?— con sus manifestaciones más crueles. La hemos incorporado a nuestras existencias y ya casi no sorprende a nadie. Al punto que hemos creado una verdadera cultura de la violencia. Somos los trágicos especialistas de la violencia.

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