El instinto de supervivencia y la necesidad de afecto constituyen las variables fundamentales de una película venezolana poco usual, hablada en español y yanomami, sobre el viejo tema del encuentro de dos mundos. Cenizas eternas, primer largometraje de la realizadora venezolana Margarita Cadenas, conforma una visión muy femenina sobre dos culturas diferentes y a menudo excluyentes. A mediados de los años cincuenta, en un accidente en el Orinoco, Ana se pierde en la selva amazónica y es dada por muerta. En Caracas, a sus siete años, Elena crece con la esperanza de encontrarla algún día. Madre e hija construyen sus propias vidas bajo un destino caprichoso que las separa. Ana se integra a una tribu indígena. Elena marcha a estudiar a Suiza. Ambas vertientes narrativas se desarrollan de forma paralela hasta alcanzar una convergencia dramática que no parece tener salida. El elemento dominante de la historia reside en la capacidad de Ana de adaptarse a la vida yanomami, a sus costumbres, su cultura y sus conductas. El otro factor esencial reside en la búsqueda de la afectividad. Un escenario donde los hombres son secundarios, no importa la etnia y el idioma que hablen.

Cenizas eternas se estructura en dos grandes mitades concebidas alrededor de cada mujer. En la primera la figura central es Ana en su proceso de integración a la tribu, gracias a su necesidad de adaptación que  supera cualquier limitación personal. Es, sin duda, el personaje más desarrollado del film y el hilo conductor de la trama. Toda la historia se halla teñida por su presencia. En la segunda mitad se desarrolla el personaje de Elena, quien siente que su madre está viva y viaja a la selva a buscarla. En el camino tropieza con un sacerdote y un antropólogo, con ópticas muy distintas sobre el universo indígena. En la primera parte domina la cultura yanomami, en la segunda la presencia del hombre blanco en territorio de los habitantes originales.

En esos dos escenarios las labores de fotografía de Alfredo Cova, el sonido de Frank Rojas, la música de Tulio Cremisini y la dirección de arte de Renny Barrios y Erasmo Colón adquieren relieve como herramientas expresivas de vidas y ámbitos diferentes. Cadenas (coautora del montaje junto con Zoum Domínguez y Juan Teppa) articula estos elementos no sólo desde una perspectiva estética sino como especificidad cultural. La narración fluye con agilidad, la trama se desarrolla, la idea central adquiere cuerpo.

Existe un desequilibrio entre uno y otro mundo y entre ambas partes del film. A mi forma de entender, la primera mitad es mucho más rica e interesante que la segunda, en la medida en que Ana explora un universo desconocido y se confronta consigo misma. Lo íntimo y lo colectivo se rechazan primero y se integran después. Al punto que el espectador se pregunta qué quiere esa mujer: regresar a su vida anterior o permanecer en su vida actual. El rasgo determinante reside en su necesidad de reencontrarse con Elena. Cuando ésta interviene en la trama no revela su interioridad sino reitera su intuición sobre la supervivencia de su madre. A diferencia de Ana, que ha mostrado su mundo interior, no sabemos quién es Elena. Sólo tenemos pequeños rasgos. Es un personalidad que se manifiesta bajo el dominio de su búsqueda pero no de su intimidad.

Siempre he tenido cierto recelo sobre las modelos que desean convertirse en actrices,  incluida la propia Patricia Velásquez, a quien he visto actuar en El jaguar,  La momia y otras películas francesas y norteamericanas. En el caso de Cenizas eternas, debo reconocer que su interpretación como Ana es muy compleja y convincente, tanto en español como en yanomami. Más de lo que yo esperaba. Logró expresar la angustia de un ser humano que de súbito se encuentra en un universo distinto de donde no puede escapar. No es una mujer bella, no es una modelo. Es una mujer en conflicto. Eso sólo lo expresa una actriz.

En un grado menor, Danay García construye eficazmente el personaje de Elena. No se destaca. Simplemente cumple con profesionalismo. Un poco más allá, el trabajo interpretativo de Arlette Torres, Francisco González, Ángeles Cruz y Marcos Moreno en sus personajes indígenas posee un alto grado de verosimilitud. En un tercer plano, Beatriz Vásquez como Aída, hermana mayor de Ana, Erich Wildpret como el antropólogo Ricardo y Alejo Felipe como el padre Felipe se manejan con la soltura y profesionalismo que les conocemos. Lo que no pude entender es el personaje de Camacho, protagonizado por Julio Mota. Si el montaje lo hubiera sacado de la historia no habría pasa nada.

Margarita Cadenas cumplió su sueño de estrenar una vieja historia que había venido masticando con paciencia y constancia. Cenizas eternas le abre un camino para otras películas, otras historias y otras rutas. Le llegó la hora de dejar de ser productora de las películas de otros para convertirse en la autora de sus propias crecaiones.

CENIZAS ETERNAS, Venezuela, 2011. Dirección, guión y producción: Margarita Cadenas. Producción ejecutiva: Pilar Arteaga, Patricia Velásquez y Cadenas. Fotografía: Alfredo Cova. Montaje: Cadenas, Zoum Domínguez y Juan Teppa. Sonido: Frank Rojas. Música: Tulio Cremisini. Director de Arte:. Renny Barrios y Erasmo Colón, Elenco: Patricia Velásquez, Danay García, Erich Wildpret, Arlette Torres, Francisco González, Ángeles Cruz, Marcos Moreno, Beatriz Vásquez, Alejo Felipe, Enrique Dorante y Julio Mota. Distribución: Cinematográfica Blancica.

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