Hugo Chávez va a la ONU e insulta a George W. Bush. De inmediato la formación radical libanesa chi Hezbolá —“el partido de Dios”— rinde homenaje al presidente venezolano. Es decir, se realiza públicamente la identificación de dos formas de actuación política —el chavismo y Hezbolá— por la vía de la confrontación y de la guerra. ¿Chávez no está en guerra? Cuando el teniente coronel promete la solidaridad de Venezuela con Irán —en el caso de una invasión norteamericana— ofrece derramar sangre venezolana en la lucha contra el Imperio, entendiendo como tal la actual administración de George W. Bush. Típico gesto demagógico y discursivo que pocas veces se torna realidad pero que define una vocación. Algo similar prometió en el caso de una agresión estadounidense a Cuba. Claro, es fácil y efectista ofrecer sangre en una acción heroica siempre que esa sangre no sea la de Hugo Rafael.

Pero me gustaría saber qué opina la señora Marvel, allá en Petare, cuando le planteen que su hijo Juancho irá a defender Teherán de los marines yanquis. Sobre todo porque se habla insistentemente de derramar sangre venezolana, es decir, la de Juancho, no la de Hugo Chávez. Me sorprende que, ante el discurso guerrerista del presidente más belicoso y militarista que hemos tenido, la oposición venezolana no haya levantado las banderas de la paz. No se trata de abogar por la paz como lo hicieron los hippies de los años sesenta ante la guerra de Vietnam sino de poner de bulto que la confrontación con EEUU sólo conviene al presidente venezolano. Venezuela es un país que desde la insurrección guerrillera de los tempranos años sesenta no ha entrado en combate con nadie. No estamos preparados ni entrenados para hacer la guerra. En rigor, no existen condiciones objetivas para librar un conflicto bélico con país alguno. No obstante, el gobierno compra fusiles, helicópteros y otros equipos militares para una eventual invasión norteamericana. Claro, si al señor Bush se le ocurriera la insensatez de invadir a Venezuela de nada valdrían los kalashnikov AK comprados a Rusia ni los equipos obsoletos por los cuales Chávez ha pagado una millonada.

Después de los insultos de Chávez contra Bush en la ONU la policía neoyorquina requisó y retuvo por hora y media a Nicolás Maduro en el aeropuerto JFK. Pobre Maduro. Oficiales del NYPD asustaron al Canciller venezolano. Le revisaron el pasaporte. Lo miraron de forma sospechosa. Pero no lo golpearon. Ni siquiera lo tocaron. ¿Qué esperaba? Tal vez Maduro no recordó cómo las bandas chavistas agredieron —hace unos meses— con tomates y otros “proyectiles” domésticos al embajador William Brownfield en Caracas. Eso no fue simbólico. Fue real. Una consecuencia efectiva de la cultura militarista y guerrerista del presidente. La misma que promete derramar sangre venezolana. La nuestra, no la de él.

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