No. No hablaré del inmenso y poderoso dragón oriental, o de la belleza y profundidad del I Ching, ni de su muralla, ni de su revolución que costó la vida a millones de personas, sin incluir en esta cuenta de iniquidades el fascismo de la Plaza Tiananmen, suceso que vieron los ojos del mundo el mismo año de la caída del muro de Berlín. No hablaré, lo prometo, del enorme trabajo de marketing de este verano en Beijing, como para que todos pasemos por alto la lucha por los derechos humanos en esa parte del mundo, incluyendo lo que pasa en el Tibet y Birmania. Ni siquiera me referiré a la lamentable actuación de nuestro equipo olímpico, manifestada en la derrota —antes de concluir el primer asalto— del semipesado Luis González, o a la bofetada que implica que un gringo imperialista mehmo, blanco para más señas, haya obtenido él solito más medallas doradas que toda América Latina junta. O que toda América India junta, para satisfacer la ignorancia histórica, etimológica y cantinflérica del Gran Hermano.

No. Hablaré y poco acerca de Luisa Ortega Díaz, desde hace algunos meses Fiscal General de la República (no confundir con Fiscal de la República de los Generales) a quien le decían «la China», allá en sus años mozos y maracayeros, cuando antes de vestirse de seda se calaba su uniforme de militante del PRV-RUPTURA: botas Frazzani, camisa marrón manga corta y bluyins. Fueron los gloriosos años de las grandes huelgas de los obreros textiles y caucheros de la región central del país, cuando «la China» prestaba su presencia y su apoyo al equipo de abogados laborales, comandado por Priscila López y el inefable Isaías Rodríguez. Gloriosos años en los que pensábamos equivocadamente que pertenecías, junto al inefable Isaías, a la familia de los justos, de los patria o muerte, como le gustaba decir a Olga María Arguinzones.

Amigos comunes me preguntan con frecuencia: ¿y qué le pasó a la China? Les respondo —sin inmutarme— que absolutamente nada te pasó, que desde siempre ustedes fueron así y que sólo hace falta cambiar de look y llegar al poder para conocer realmente a las personas. De ese hilo ya tengo kilómetros en el costurero de mi alma.

Años después, frente a este pelotón de fusilamiento que es la revolución bolivariana, he llegado a entender con profundidad por qué te decían «la China».

No. No es por tus rasgos faciales. Es porque ahora simplemente te haces la china, declarando que las 26 leyes promulgadas a última hora por el Gran Hermano no necesitan consulta, como si acá no pasó nada el 2 de diciembre de 2007.

Treinta y cinco mil bolívares fuertes mensuales, más ocho meses de aguinaldo, suman al año setecientos mil bolívares fuertes, algo así como 876 salarios mínimos y 24 veces lo que gano yo como docente universitario. ¿Cuándo en tu vida, mijita?

Mira lo que son las vainas, China. Tus amigos de Maracay ya no te extrañan. Ni tú tampoco deberás extrañar, a estas alturas del juego, las boticas Frazzani.

* Tomado de http://laliebrelibre.com.ve/w/la_china/

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