Hace diez años Prima Lejana fue la revelación de un escritor hábil en el diseño de una trama cuyo suspenso traspasa el final de su novela. Y una prosa de erótico lirismo que a Federico Vegas le sirve para abrir temas tabú de la sociedad y la literatura venezolanas. Leída en la nueva y reciente versión (Ediciones B) se acentúa el deleite ante esta pequeña obra maestra, con un agregado vital. Aquel drama limitado a una secreta intimidad familiar, hoy se proyecta en la percepción lectora, como el doloroso arquetipo de una tradición extramuros con implicaciones históricas y políticas. La familia disfuncional de padre en vivo presente, o no, y afecto casi ausente, madre legal, o no, de frágil trato conyugal, toda una parentela, de cerca o lejos, que teje vínculos de diversa complejidad sujeta al estatus social donde se origina y convive. El retrato grupal muestra una difícil relación vulnerable, sorpresiva y desdichada.

De la casa a la plaza, nuestro primer gesto oficial independentista fue la puesta en escena de abril 19, 1810, cuando una porción de caraqueños entonces llamados “pata en el suelo” fue manipulada desde señas ocultas para gritar “no” al representante del imperio monárquico. La firma del Acta de Independencia, Julio 5, 1811, le dio soberanía teórica al ilustrado sector civil que pudo mantener su poder, aliado con los victoriosos militares, luego terratenientes, (fue cuando el civilismo perdió su virginidad) hasta décadas después de aquella Declaración, gracias a la mano de obra esclava. Esa costumbre de aparentar desde la secretiva mudez hasta el ruidoso y solemne montaje, consagrada desde el sarcasmo de José Ignacio Cabrujas en su Acto Cultural, se militariza durante las dictaduras directas o disfrazadas por caudillos todo el siglo 19, en el 20 con las de Gómez y Pérez Jiménez y el 21 con la Revolución, parodia involutiva.

Cuando el espejo del domicilio privado penetra los resquicios del maquillaje y refleja el embuste de una leal hermandad con su oculto complejo Caín-Abel (¿hay un modelo de guerra civil entre reclusos, funcionarios y guardias?) devela esa fingida soberanía patria sobre una creciente dependencia material y mental, miedos ante la opresión oficial y/o doméstica, una fija mitología de amor/odio ante la autoridad endógena o foránea.

Rasgada esa vestidura pudiera comenzar la autonomía personal luego colectiva y concluir la farsa, idéntica en alcobas, palacios del poder, entes de espacio público y pantallas vigiladas, con su oratoria heroica, de tan elevado costo, irritante sonido bélico y gestualidad agresiva.

Pero sigue la imitación, desde el secreto a voces al decreto en una sola voz, ahora en un juego con tiempo a capricho sobre una fangosa cancha donde el oficialismo desde su fanático arbitraje ataca con futbol tramposo y la disidencia se defiende con decente y lento béisbol.

Los Indignados aportan un legítimo enfoque de aspecto antipolítico para promover en los factores de la política activa una dura introspección que lleve a los hechos. Sí, la democracia requiere de partidos políticos y para nada de clan, tribu, comparsa, pelea de gallos, idolatría personalista (en busca del taita Guaicaipuro, Bolívar, Boves y sus payasos imitadores) ese tenaz espejismo castrense por 150 años, que inició su liberación en el difícil medio siglo democrático pero no maduró porque los caciques rurales y sus hijos pródigos de la tercera generación urbana derivaron en sordera, culto al glamour y sumisión al carisma, donde estamos.

Luce que los Arrechos, aquí, pueden ser el dínamo para que la MUD salga del inútil declaracionismo, se active y al menos recupere en tiempo legal y sobre campo limpio las reglas de un juego parejo.

Acaso el inicio de una real nación emancipada, lista para unificarse sin uniformes..

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