Luigi Sciamanna ejecuta una actuación brillante como el pintor de Macuto.

La fascinación que Armando Reverón ha ejercido sobre el cine venezolano es sólo comparable con el apasionante trabajo analítico de los críticos Alfredo Boulton, primero, y Juan Carlos Palenzuela, después, quienes privilegiaron el genio del artista sobre su esquizofrenia. En el plano cinematográfico, Edgar Anzola en 1934, Roberto Lucca en 1945 y Margot Benacerraf en 1951 realizaron sendos documentales, todos en blanco y negro, sobre el pintor caraqueño que indagó en la luz del trópico para proponer su visión de un mundo fulgurante. Con el largometraje Reverón, surge la interpretación de Diego Rísquez sobre el viaje personal del arte a la demencia de un creador poco común, desde 1924 hasta 1954, año de su muerte, a través del amor y la pintura. No es el Reverón del Círculo de Bellas Artes ni el de su formación en Europa sino el que se encierra en su Castillete de Macuto para dedicarse exclusivamente a pintar, a imaginar, a elaborar objetos, a cumplir sus propios rituales, a tratar de escapar de los recuerdos de su madre y su represivo padre militar. Todo esto al lado de Juanita, su amor, su musa, su compañera. En este enfoque residen las grandes virtudes de una película que deviene en homenaje al arte, el amor y la vida a través de un artista singular e irrepetible.

Cabe recordar que en 1977 ya Rísquez había realizado su cortometraje A propósito de la luz del trópico, de marcado carácter experimental, sobre la concepción lumínica del pintor. «La luz está en todo», le confiesa Armando Reverón a Oscar Yanes en una escena capital. «La pintura es luz, la música es luz, la fotografía es luz, el cine es luz» revela el pintor ante el periodista. Ya entonces se encontraba en su peregrinaje a la locura, aunque el joven reportero de Últimas Noticias sentenciara que —en un país dominado por los locos— «en esta casa vive el único cuerdo». Locura y cordura se convierte en el gran antagonismo dramático. Esta condición binaria atrapa la contradicción medular del artista y lo lleva a extremos que nadie pudo controlar.

Esa relación entre enajenación y sensatez domina el flujo de la película. Al principio el relato es contemplativo ante la labor del pintor, quien en un baile de tambores en la costa descubre a Juanita y se la lleva a Macuto. En su Castillete recibirá la visita de Nicolás Ferdinandov, el pintor ruso que quería zarpar en un barco con muchos artistas a bordo. Allí obtiene una radio, único vínculo con la realidad política externa en pleno gomecismo. Pero el giro de trama que da inicio verdadero al film es cuando Juanita exige una precisión afectiva a Reverón. De allí en adelante la narración adquiere una intensidad casi desmesurada, en la que la personalidad del pintor se impone sobre cualquier circunstancia. De hecho, Reverón y Juanita son los dos personajes principales, muy por encima de la aparición del fotógrafo y crítico Boulton, del poeta Vicente Gerbasi, de Luisa Phelps y de otros personajes secundarios. En casi la totalidad de los planos se hallan el artista y su mujer.

Esta omnipresencia conduce a un valor medular de Reverón: la actuación extraordinaria de Luigi Sciamanna, un magnífico hombre de teatro y cine que debutó en la pantalla en 1995 interpretando al Gran Mariscal de Ayacucho en Sucre, de Alidha Ávila, y luego ha protagonizado en el cine, de manera sobresaliente, a distintos personajes secundarios, hasta la oportunidad que le brindó Diego Rísquez de apropiarse de la vida y del arte de Armando Reverón. Su mirada, sus gestos, la entonación de su voz, su expresión corporal, todo, permite la construcción, paso a paso, de un personaje complejo y contradictorio. Creo que su trabajo expresivo establece un hito en la escena venezolana. Esta entrega de Sciamanna no se limitó al campo interpretativo pues también participó como coguionista, al lado de Armando Coll y el propio Rísquez y como autor de la letra de una de las canciones de la banda sonora. A su lado, Sheila Monterola, desconocida para muchos, descuella con valor propio como Juanita de los Ríos, la mujer fascinada por un hombre genial. Ella es la contraparte del actor y la marca del equilibrio dentro de la historia.

La importancia que adquieren Reverón y Juanita minimiza la participación de los personajes secundarios, a pesar de contar con muy buenos actores. Boulton y Gervasi, por ejemplo, no pasan de ser meras presencias alrededor del pintor, su nexo con la academia, así como otros protagonistas menores ofrecen un aporte, pero ninguno tiene desarrollo. En la realidad, Boulton fue el primer gran crítico que estudió al pintor en los años treinta, mostró su obra en el Ateneo de Caracas y organizó una exposición itinerante en Estados Unidos en 1955. De pronto este personaje desaparece, en especial cuando Reverón es conducido al hospital psiquiátrico. Qué pasó con Juanita constituye una pregunta sin respuesta. Este desequilibrio se siente como una debilidad dramatúrgica.

En cambio, el excelente trabajo visual de Cezary Jaworski logra expresar la luminosidad de la pintura de Reverón, con una fotografía que comienza con la muy colorida escena de los tambores y se desplaza con el proceso de descomposición cromática a partir de la inclemencia del sol del trópico. A este trabajo de imagen se suma la dirección de arte de Rísquez, quien reprodujo con vigor y verosimilitud los espacios internos y externos, la mesa de los encuentros, la habitación donde yacen juntos el pintor y la muchacha, las muñecas Niza y Serafina y todos los objetos del Castillete de Macuto, que como se sabe fue arrasado por la vaguada que destruyó el Litoral central en diciembre de 1999. En la banda sonora destacan el diseño de sonido de Jesús Guevara, complementado con la grabación de Mario Nazoa, y la música original de Alejandro Blanco Uribe, sugerente, expresiva, armoniosa.

Reverón es el film más complejo y maduro de Rísquez, suerte de compendio de sus inquietudes tanto en la plástica como en el cine. Es una obra ambiciosa y hermosa que impacta por la fuerza de su personaje y por el minucioso trabajo de una producción sustentada en la comprensión global y en el trabajo de detalle, a cargo de Antonio Llerandi. Es lo mejor que el cine venezolano nos ha regalado este año.

REVERÓN, Venezuela, 2011. Dirección: Diego Rísquez. Guión: Armando Coll, Luigi Sciamanna y Rísquez. Producción: Antonio Llerandi. Fotografía: Cezary Jaworski. Montaje: Leonardo Henríquez. Diseño de sonido: Jesús Guevara. Sonido de campo: Mario Nazoa. Música: Alejandro Blanco Uribe. Dirección de arte: Diego Rísquez. Elenco: Luigi Sciamanna, Sheila Monterola, Luis Fernández, Antonio Delli, Héctor Manrique, Prakriti Maduro, Adrián Delgado, Diana Volpe, Francis Rueda, Jorge Pizzani, entre otros. Distribución: Cinematográfica Blancica.

About The Author

Deja una respuesta