No es la primera vez en el cine mundial que se confecciona un largometraje a partir de varios cortos elaborados por otros tantos cineastas. Baste recordar Boccaccio 70, por ejemplo, rodado en 1962 por —nada más y nada menos— Federico Fellini, Luchino Visconti, Vittorio De Sica y Mario Monicelli. En Venezuela tampoco es nueva la experiencia. Hace poco Héctor Palma unió dos filmes suyos —drama y comedia— en Ni tan largos… ni tan cortos. A finales de los setenta Jacobo Penzo, Carlos Oteyza y Carlos Azpurua presentaron La propia gente —integrado por El afinque de Marín, Mayami nuestra y Yo hablo a Caracas— para ofrecer sendas visiones sobre determinadas realidades de nuestro país. Treinta años después, tres jóvenes realizadoras venezolanas acometen un reto similar a través de 1, 2 y 3 mujeres, largometraje que se estructura en Eloína, Rosario y Gregoria, historias independientes pero afines que expresan la condición de la mujer como víctima en una sociedad machista. El resultado es un film irregular, con situaciones muy interesantes al lado de escenas absolutamente previsibles, que habla mucho de la intencionalidad y la ambición de sus creadoras pero también de las limitaciones de sus cortas experiencias. Sin embargo, el film marca una propuesta y un rumbo.

La primera de las historias —bajo la dirección de Andrea Herrera— narra el desconcierto de Eloína, una mujer que trabaja en el área de limpieza de un escritorio de abogados y cuyo sueldo apenas le permite llevar comida a su humilde casa donde vive con su hijo Marco. Los primeros minutos están destinados a mostrar la cotidianidad de Eloína, el amor que siente por el chico, sus dificultades para echar adelante en un mundo difícil y el galanteo que inspira en uno de los guardias de la firma legal. Es una buena mujer que lucha día a día. Lo interesante surge cuando descubre en el baño de caballeros, oculto tras una pieza de cerámica, un sobre con mucho dinero en billetes. Dinero escondido. Evidentemente alguien está en un juego sucio. Sin embargo, Eloína no lo lleva a la gerencia del bufete sino que toma unos cuantos billetes y devuelve el resto al escondite. Esa noche fríe un gustoso biftec para su hijo Marco y para ella misma. La situación se repite —extrae algunos billetes, oculta el resto y le compra los útiles escolares al niño— aunque sabe que hay otra involucrada en el robo de la caja chica de la oficina. Ese sobre en el baño se convierte en la razón de su vida, en la forma de escapar de su pobreza, en el camino a la felicidad. Hasta se deja cortejar por Marcial, el vigilante. Pero el dinero también la enajena, la obsesiona, la transforma. En este marco dramático ra inevitable que estallara la crisis. Bien construido y bien actuado, sin ambiciones experimentales, establece un factor dramático fuera de la relación hombre-mujer: la codicia. Eloína —muy bien interpretada por Juliana Cuervo— también es víctima de sí misma y no sólo de los hombres.

El segundo capítulo —realizado por Anabel Rodríguez— desarrolla en dos tiempos el drama de Rosario: cuando siendo una niña viaja por primera vez a Caracas con su abuela, pensando en un mundo de ilusiones y —tras la muerte de la abuela— cuando debe trabajar como doméstica. Ambos momentos son narrados en primera persona a través de una carta que ella le escribe a Eulogio —su amor de la infancia— con quien sueña casarse usando su hermoso vestido de novia. Pero pronto se ve involucrada —y descubierta— en una fugaz relación erótica con el señor de la casa y es expulsada por su patrona. Se convierte en indigente y termina enterándose de que padece sida. Rosario es un personaje condenado de antemano y llevado al extremo excesivo del VIH sin profundizar lo suficiente entre la «explotación emocional» y una enfermedad tan contemporánea como letal. Interpretada cabalmente por Ogladih Mayorga, el relato carece desarrollo dramático estructural, más allá de los usos poéticos de la carta imaginaria a Eulogio y la alternancia temporal de la Rosario niña y la Rosario adulta.

A diferencia de los anteriores, el tercer corto se inserta en el mundo rural y yo añadiría andino, dado el personaje de Gregoria, una mujer madura —interpretada por Ana Isabel Llorca— que trabaja el campo para mantener a Margarita —buena actuación de Carolina Riveros—, su hija adolescente, a Ana, su pequeña de siete años, y al bebé. El esposo y padre siempre está ausente. Sólo llama por teléfono para avisar quer va a llegar pero nunca llega. Esto es motivo de conflicto entre Gregoria y Margarita. Como recurso mágico, cuando ellas pelean se produce un problema eléctrico y se va la luz. Una noche de confrontación hay un apagón en la casa. Cuando la familia acude a la parte de atrás descubren a Alonso, su esposa y su pequeño hijo que no tienden donde dormir. Comienza entonces una relación de solidaridad y amistad a través de la cual Gregoria descubre que la vida puede ser distinta, que su familia puede ser diferente y que hay que luchar para alcanzar la felicidad y no resignarse a los convencionalismos del machismo. Correctamente narrada, desarrolla el interés del espectador en una historia poco usual.

1, 2 y 3 mujeres explora una forma válida de producir y exhibir el trabajo de jóvenes cineastas que necesitan abrirse camino en un medio tan difícil como el nuestro. Esta tres directoras demuestran conocimiento, empeño y decisión. Tendremos que esperar sus próximos trabajo para evaluarlas mejor.

1, 2 Y 3 MUJERES, Venezuela, 2008. Dirección: Andrea Herrera (segmento “Eloína”), Anabel Rodríguez (“Rosario”), Andrea Ríos (“Gregoria”). Guión: Juan Ramón Pérez (“Rosario”), José Luis Varela, José Antonio Varela, Rafael Pinto (“Eloína” y “Gregoria”). Producción: Marco Mundaraín, Lorena Almarza. Fotografía: Antonio García. Montaje: Armando Silva, Andrea Ríos, Jonathan Pellicer. Sonido: Franklin Hernández. Música: Nascuy Linares. Elenco: Juliana Cuervos, Francisco Denis, Ogladih Mayorga, Katherina Cardozo, Jesus Sosa, Ana Isabel Llorca, Carolina Riveros, Eliana Barreto y Amílcar Marcano, entre otros. Distribución: Amazonia Films.

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