Son veintidós textos de Gabriel García Márquez leídos en sendas oportunidades ante auditorios disímiles y en ocasiones de signos diferentes, siempre bajo la forma de discursos. Desde el concebido a los diecisiete años, en noviembre de 1944, para despedir a sus condiscípulos de bachillerato en el Liceo Nacional de Zipaquirá, cuando apenas contaba diecisiete años, hasta el ofrecido en marzo de 2007 en el Centro de Convenciones de su amada Cartagena, ante las Academias de la Lengua y los reyes de España, poco después de cumplir sus ochenta años. Textos breves, concisos, pertinentes, reunidos en No he venido a decir un discurso —su primer libro publicado desde Memorias de mis putas tristes— y distribuidos en todo el ámbito de la lengua castellana desde octubre del año pasado. La mayor virtud del volumen reside en su carácter personal, íntimo, conversacional, pleno de anécdotas y comentarios agudos. Detrás de esas palabras se revela la intimidad de un hombre en un libro, revelada para comprende mejor a una personalidad controvertida de las artes y el pensamiento de América Latina.

En esas páginas anidan sus visiones sobre la literatura, el cine, la política colombiana, la geopolítica internacional, el rumbo de las sociedades, el periodismo, el medio ambiente, las diferencias entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado y otros temas. Disfruté mucho leyéndolo, no sólo por su magnífica escritura sino porque pude apreciar su evolución personal en el marco de las transformaciones operadas en el mundo. Como aquel García Márquez en Caracas, de cuarenta y cinco años, que el 2 de agosto de 1972 —al recibir el premio Rómulo Gallegos por Cien años de soledad— confió “estoy aquí, amigos, sencillamente por mi antiguo y empecinado afecto hacia esta tierra en que una vez fui joven, indocumentado y feliz, como un acto de cariño y solidaridad con mis amigos de Venezuela, amigos generosos, cojonudos y mamadores gallo hasta la muerte. Por ellos he venido, es decir, por ustedes.” O al confesar, también en Caracas, dos años antes, que resolvió escribir un cuento (su primer cuento) «para taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda», quien había escrito que las nuevas generaciones de escritores colombianos no ofrecían nada. Lo escribió y lo mandó al El Espectador y para su sorpresa el periódico lo publicó en su edición dominical a página completa, con una nota del propio Borda reconociendo que se había equivocado y que “en ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana”. Lástima que no indica cuál de sus cuentos fue el alabado.

El increíble humor de Álvaro Mutis, la sabiduría de Julio Cortázar, la bonhomía de Belisario Betancur, la curiosidad de Carlos Fuentes y la maestría de William Faulkner habitan en varias de sus páginas. García Márquez no escatima elogios y se muestra generoso con la gente que ha conocido y de quienes ha aprendido. Reconoce que «el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se práctica».

Uno de los textos fundamentales del libro es el hermoso discurso que leyó al recibir el premio Nobel, titulado La soledad de América Latina. Una visión amplia de los rasgos particulares de América Latina con respecto al mundo desarrollado. «América Latina es el primer productor mundial de imaginación creadora, la materia básica más rica y necesaria del mundo nuevo…», afirmó entonces y en seguida formuló una pregunta: «Ã‚¿por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social?».  Y continuó: «Ã‚¿por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?».

Yo no vengo a decir un discurso es un libro que se lee de un tirón, con placer, con la sonrisa al acecho. Tal vez García Márquez no vuelva a escribir una novela deslumbrante como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, y sería injusto perdírselo, pero de seguro nos seguirá legando su inteligencia y su experiencia. Amén.

YO NO VENGO A DECIR UN DISCURSO. Gabriel García Márquez. Random House Mondadori, Barcelona, 2010. P. 151.

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