Cierta vez, a partir de leer poemas de José Pulido, sentí el impulso de escribir algo siguiendo su estilo: un lenguaje transparente con el que confiere cualidad lírica a cosas sencillas. Escribí un relato breve sobre la relación de un hombre con una libélula, sin saber nada sobre ese insecto que fuera más allá de reconocerlo por sus alas translúcidas brillantes y coloreadas y sus movimientos raudos; unos pequeños seres que me fascinaban al encontrarles similitud con una de mis obsesiones, las hadas. En lo que no estaba tan errado. En efecto, mis indagaciones me han llevado a saber que para algunos pueblos indígenas de América del Norte y en regiones de Italia, Irlanda y Escocia son vistas como brujas que viven en el bosque.
Las libélulas han sido fuente de mitologías y leyendas de muchos pueblos dispersos por todo el planeta; en algunas culturas figura como portadoras de la buena fortuna, en otras se las relaciona con la mala suerte y con entes malignos.
Una leyenda de las más sugestivas cobró forma en el antiguo Japón, donde se la respeta y aprecia como motivo de su pintura, poética y canciones tradicionales; figura hasta en su identificación como pueblo.
La libélula fue el emblema de los guerreros samuráis; estos le daban el nombre de kachi mushi, ‘insectos victoriosos’, a partir de una leyenda según la cual el emperador Yuryako Tenno cazaba en la llanura de Yoshino cuando fue picado por un tábano. Intervino en su defensa una libélula que deshizo al tábano; el emperador quedó tan agradecido que bautizó a la región con el nombre de Akitsu-no, es decir, Llanura de las Libélulas. De ahí surgió el antiguo nombre de Japón: Akitsu Shima o las Islas Libélula.
Volviendo al asunto de mi relato, aquí está el texto.
Ella es Ninoska, mi libélula. Un buen día apareció en mi estudio; huyó despavorida pensando que iba a matarla, ¡nada más lejos de mi intención! Me aproximé al tembloroso insecto y le hablé con ternura, asegurándole que nada debía temer y que, muy en sentido contrario, contaba con mi cariño. De modo que la adopté y la bauticé Ninoska. Le traje flores de mi jardín por si quería alimentarse. La verdad es que muy poco sé sobre libélulas; creo que comen polen de flores. Pasamos tres días felices, yo le hablaba y le recitaba poemas de José Pulido y ella batía sus alitas. Un día la noté decaída, no respondió a mis palabras; me pareció ver que hizo un esfuerzo y voló, dio dos o tres vueltas en torno a mi cabeza; en una de ellas me rozó los labios, y murió. Volví a quedar solo.
¿Por qué el deleite siempre es tan efímero y el dolor tan largo?
Ahora me he vuelto a tropezar con las libélulas en un relato de autor desconocido publicado por Elsy Concepción.
Cuentan que… En el fondo de un estanque vivían un grupo de larvas que no comprendían por qué cuando alguna de ellas ascendía por los largos tallos de lirio hasta la superficie del agua, nunca más volvía a descender donde ellas estaban…
Tres amigas larvas se prometieron unas a otras que cuando alguna de ellas subiera hasta la superficie volvería para decirles a las demás lo que allí arriba ocurría…
Poco después, una de dichas larvas sintió un deseo irresistible de ascender hasta la superficie… Comenzó a caminar hacia arriba por uno de los finos tallos verticales y cuando finalmente estuvo fuera, se puso a descansar sobre una hoja de lirio…
Entonces experimentó una transformación maravillosa, aunque no sencilla ni exenta de miedo; una transformación que al final, la convirtió en una hermosa libélula con unas alas bellísimas…
Trató de cumplir su promesa y decirles a sus amigas larvas que ella seguía allí; quería explicarles lo que ocurría al final de los tallos de lirio pero fue en vano…
Volando de un extremo al otro de la charca podía ver a sus amigas sobre el fondo, pero no podía descender allí abajo… Se acercaba todo lo que podía al agua y les gritaba a sus amigas: “¡¡¡Soy yo..!!! Miradme, he vuelto”… “Mirad que ocurre al final de los lirios”… Pero sus amigas larvas no la escuchaban…
Entonces comprendió que incluso si ellas hubieran podido verla, nunca la habrían reconocido; su cuerpo ahora era distinto, su mundo ahora era el cielo, sus pensamientos ahora eran otros…
También entendió que todas las larvas que subían por los lirios no es que no quisieran volver, si no que cuando tu forma de vivir, de ser y de sentir cambian tanto, ya es imposible que los que continúan allí abajo en la charca puedan reconocerte…
Aunque no se presenta como tal es un cuento, como aquellos de Calleja leídos en mi infancia, con moraleja; vale decir, con una reflexión final que le confería al relato una intención educativa; en este caso, percibo en el pensamiento un contenido filosófico-social.
El hecho es que los dos cuentos inspirados por la libélula son de insólita candidez; los autores nos dejamos llevar por su parecido a un ser fantástico de seductor encanto y misterio, tal cual es el hada, y por la belleza del insecto, tal como se percibe de lejos; y digo de lejos porque al verla de cerca, detallándola con la lupa, a manera de los entomólogos, empieza la realidad del animal; en efecto, no luce nada bella; más bien su aspecto tiene algo de siniestro con dos ojos inmensos que ocupan toda la parte superior de la cabeza, una mandíbula descomunal y una boca en la que pareciera estar grabada una sonrisa sarcástica. En otras palabras, como prácticamente todos los insectos, es un monstruo.
La ingenuidad de los escritores se acentúa al darle un vistazo a la información que aportan los naturalistas; a la libélula le importan un comino sus hermanas larvas, y si vuelve al agua es para comérselas; y mi idea sobre su alimentación mediante polen de flores es del todo idílica.
El nombre científico de la libélula es anisoptera; pertenece al orden de los odonatos, palabra proveniente del griego cuyo significado es ‘dotado de dientes’; fue acuñado por el zoólogo danés Johan Ch. Fabricius (1745-1808) impresionado por el tamaño y la fuerza de su mandíbula. Los odonatos comprenden cinco mil especies identificadas, entre las cuales las más cercanas en parentesco son libélula y caballito del diablo (zigóptero); se diferencian apenas en algunos detalles anatómicos. Estos insectos miden entre 2.4 y 10 cm; pueden volar a una velocidad de hasta 100 km por hora y son muy versátiles en sus movimientos.
La libélula y otros del citado orden pasan por tres etapas a partir de su salida del huevo: larva, ninfa y adulto. La mayor parte de su vida discurre en el agua (unos cinco años); al llegar el momento de transformarse en adulto busca una superficie seca, se despojan de su piel larval, esperan que el sol seque sus alas y se echan a volar elegantemente. Deja de ser acuática, aunque siempre se mantiene próxima al medio donde nació, y en su última condición vive poco tiempo, unos dos meses.
Las libélulas son depredadores, es decir, carnívoras; se alimentan principalmente de otros insectos. Son devoradoras insaciables, y muy eficientes cazadoras. Estas pequeñas criaturas pueden comer su propio peso en unos treinta minutos.
Lo que hace de la libélula un depredador implacable de otros insectos, son los atributos mencionados: los ojos inmensos que le dan excelente visión y la formidable mandíbula, a los cuales deben añadirse velocidad, habilidad de acción y la movilidad de la cabeza que puede orientar prácticamente en todas las direcciones.
Las libélulas adultas se convierten en soberanas de su territorio y no vacilan en hacerlo evidente a casi todos los insectos de su entorno. Están diseñadas por la naturaleza para formar una especie de canasta con sus patas, en las que atrapan insectos más pequeños durante el vuelo: así capturan jejenes, moscas, mosquitos, mariposas, hormigas, polillas y hasta abejas descuidadas; aunque con estas deben ser prudentes, porque en cuanto perciben peligro se defienden en grupo y la respuesta del enjambre es temible.
Usualmente las libélulas son cazadoras solitarias oportunistas, pero también responden al instinto de cazar en grupo cuando encuentran grandes colonias de insectos biosociales vulnerables, como termitas y hormigas. Su acción depredadora es benéfica para la humanidad por mantener en control las poblaciones de otros insectos perjudiciales, como los mosquitos.
Debido a su poder y velocidad, muy pocos insectos pueden salir de sus extremidades una vez que adoptan la forma de cesta para agarrarlos, justo antes de machacarlos con su formidable mandíbula, volviéndolos una masa pegajosa, y tragarlos.
Al saber cómo son las libélulas y su forma de alimentarse nos preguntamos, no sin inquietud, ¿qué sucedería si algunas de las especies de libélulas más antiguas, encontradas como fósiles, reaparecieran hoy? Estas especies eran insectos igualmente carnívoros, pero de impresionante tamaño, con una amplitud de poco más o menos un metro entre las alas; lo que ha llevado a los arqueoentomólogos a calcular que el cuerpo del animal pudo haber sido de metro y medio de largo.
Las libélulas prehistóricas comían lo mismo que las actuales y, dado su tamaño y poder, podían cazar piezas más grandes; tomando en cuenta su aptitud para actuar en grupo a tal efecto, la conclusión conduce a que de existir en esta época, no sería nada improbable que eventualmente un humano terminara siendo el almuerzo de esos animales. De hecho, los pequeños seres de nuestros días no podrán devorarnos, pero cualquiera corre el riesgo de llevarse un doloroso mordisco en un dedo de pretender atrapar uno de los odonatos agarrándolo inadecuadamente.
¡Qué tristeza! Como efecto de mi curiosidad se rompió tanto la idílica imagen de la libélula polinofágica parecida a un hada, como la de aquella que, de súbito, ‘entendió’ la dinámica de la vida social y quiso, fiel a su compromiso, volver a informar a las larvas, dando lugar a una reflexión filosófica.
Razón tuvo el filósofo de la siguiente reflexión, y tal vez la misma contribuya a explicarnos por qué se la ha dado el nombre de caballito del diablo al más cercano pariente de la libélula: Dios hizo al humano inocente para mantenerlo feliz en su ilusión del Jardín del Edén; ergo, el saber no es un don divino, sino un aporte del Diablo con el fin de violentar la inocencia al revelar la realidad cruel a la criatura, y así amargarle la vida; y al mismo tiempo irritar al Supremo Hacedor y perturbar su plan de dominio, porque cuanto más ignorante es la criatura, más fácil de hace su control.
El poder de Dios se basa en la ignorancia del Hombre; le está vetado el acceso al árbol de la sabiduría y de la vida, y sólo le será permitido conocer lo que provenga de la boca del Señor (véase Génesis). Es la misma doctrina de que se valen los regímenes totalitarios con el fin de controlar a los pueblos. Tanto como en el Creador lo impuso a la pareja primordial en el Edén, el saber permitido es el que proviene del Líder Supremo (he aquí la figura del pensamiento único proclamada por las autocracias) y se prohíbe el acceso del Hombre al árbol de la sabiduría en forma de represión física, censura, control de los medios de comunicación, idiotización de la persona común mediante la demolición de los sistemas educativos y la alteración del lenguaje, el cambio de la Historia y otros recursos infames.