¿Mandarán las prisas o la prudencia?

Cuando Gabriel Boric Font asuma la presidencia de Chile el próximo 11 de marzo, tras su contundente victoria de este domingo, tendrá tan solo 36 años y un mes de vida. El más joven presidente de la historia del país austral, el más votado en la elección más concurrida, el más ‘izquierdista’ desde Salvador Allende —derrocado aquel primer 11 de septiembre, en 1973— y el único en perder la primera vuelta y salir victorioso en la segunda: un dato clave.

Boric, nacido en los confines de la Patagonia chilena, apenas aprendía a caminar cuando el dictador Augusto Pinochet perdió el plebiscito sobre su continuidad en el poder tras 15 años de férreo mandato. Hace tan solo una década encabezó las protestas estudiantiles contra el primer gobierno de Sebastián Piñera, a quien sucederá en marzo, y, ahora, lidera la coalición Apruebo Dignidad que integran los partidos y movimientos del Frente Amplio y el Partido Comunista: un disímil polo de izquierda donde cohabitan, entre otros, quienes respaldan la Nicaragua de Daniel Ortega y la Venezuela chavista.

Un tránsito de Fórmula Uno hacia el liderazgo político, coronado con su próximo arribo al emblemático Palacio de La Moneda, cuya imagen ardiendo en 1973 aún está en la memoria de generaciones como la mía que descubrieron la política en la tragedia chilena.

Etiquetado por la prensa y despachos de agencias como  la “extrema izquierda”, prolongación, con sus matices, de la “ola bolivariana” que recorre América Latina en lo que va de siglo, el Boric que se impuso el domingo a José Antonio Kast —su rival etiquetado en la “extrema derecha”— parece ser uno distinto al que el 21 de noviembre, hace un mes apenas, fue superado por Kast en la primera vuelta.

Del 1,8 millones de votos que obtuvo en la primera vuelta (25,8%) pegó un salto gigantesco hasta 4,6 millones (55,8%) el domingo, 11 puntos más que su rival, al atraer adhesiones a su izquierda y, lo que resultó decisivo, hacia el centro y la derecha moderada.

¿Cómo lo logró? Lo ayudó la mayor participación electoral, un millón de votantes más; también el empeño de su adversario en insistir en un discurso de orden y autoridad que recordaba épocas pasadas y las aún frescas del manejo del estallido social de 2019 y, sobre todo,  su propio viaje hacia lo que algunos observadores califican de socialdemocratización de su propuesta social y económica, término con el cual no se siente a disgusto, como admitió en el último debate con Kast seis días antes de los comicios.

¿Un viraje táctico, destinado a lograr los réditos electorales que alcanzó, o expresión de las convicciones que ahora parecen guiarlo, de construir consensos y condenar la violencia? ¿Lo acompañará su coalición en la senda de cambios graduales, o el holgado triunfo del domingo tendrá un efecto sobre la discusión del nuevo texto constitucional y se optará por el camino refundacional? ¿Mandarán las prisas o la prudencia?

Kast en el  último careo con su adversario, quizás intuyendo su derrota, dijo que el próximo debate era de Boric contra Boric. El presidente electo de los chilenos ha tenido el coraje para reconocer errores y valentía para ofrecer disculpas por actitudes suyas que ha considerado, sin tapujos, “inaceptables”. Para millones de sus compatriotas encarna una nueva esperanza. América Latina cuenta, a partes iguales, las ilusiones y los fracasos.

(*) Javier Conde es periodista hispano venezolano que escribe para El Progreso de Lugo, Galicia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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