La diversidad es flujo natural de la sociedad y el territorio.

Una característica notable de Israel es la abundante, desigual y visible sobredeterminación. Un mosaico de vivos intereses y un enjambre de ecos fantasmales, inquietan constantemente el organismo social. Esa ebullición es democrática pero involuntaria.

La diversidad de orígenes culturales, referentes históricos, ideológicos, lingüísticos y étnicos configuran un ensamblaje líquido de identidades perplejas. La innegable multiplicidad, el carácter caleidoscópico, casi inasible, pero espejeante, en toda la superficie nacional, suscita una identidad en ciernes, un inacabamiento esencial. Sucede tanto en el espacio como en el tiempo, en la geografía y en la arqueología. El Estado o la Nación no pueden suturarla en una anatomía homogénea, solo existe como fugaz desenvoltura. Perdura en esa condición flotante algo de la abigarrada historia judía en una burbuja propia, con su singular temporalidad mítica y una geografía simbólica. A esa férrea unidad dispersa habría que sumar las heterogéneas y cambiantes identidades del entorno, el ambiguo Medio Oriente que subyace a los estados actuales. La diversidad es flujo natural de la sociedad y el territorio.

No es ajena a esta propiedad heterogénea una suerte de disposición inventiva, un talante de improvisación, que fertiliza el notorio empuje emprendedor que caracteriza la población israelí. Aparte de las vertiginosas empresas de alta tecnología que expresan esa multiplicidad inspiradora, debe registrarse el saludable efecto pluralista que tiene en la vida cívica. Un ejemplo reciente es la fortaleza de la frágil coalición pergeñada por el gobierno que sustituyo la prolongada presencia del ministro Benjamin Netanyahu. La  «inédita»  bolsa de gatos” electoral,  de pesimista desenlace, perduro airosamente e incluso logro limar muchas asperezas al imponer, por designios superiores, explorar la izquierda y la derecha y probar las mieles tan temidas de cada opuesto. En algún sentido, fue también un emprendimiento que logro desencajar el país de un estrecho callejón.  Es también un ejemplo alentador en esta época de mundial populismo y polarización.

Mi posición altamente subjetiva, y el menguado conocimiento del lugar, me obligan a consideraciones muy prudentes. Limitan mi visión el complejo presente israelí y mi acumulación de ideales, preconceptos y creencias durante años de lejanía diaspórica. No obstante, ese equívoco lugar permite también observaciones en escorzo y evaluar hechos cotidianos mínimos, poco notables para la exasperada percepción local. Me sorprendió por ejemplo la autonomía de los niños, la confortable seguridad que disfrutan en parques y plazas, la presencia notoria de la población de tercera y cuarta edad en la ajetreada vida urbana, también es palpable la ausencia del plus de poder que suele tener el uniforme, especialmente en América Latina, discreción tanto más notable por el desarrollo de un ejercito que muchas veces llevo a pensar que el ejército tenía un país, y no al revés. Esa condición saludable es aquí previa al estado y enfatiza la fortaleza de la sociedad civil. Los conflictos se tratan, la confrontación es visible, la solidaridad fluida, como una expresión directa de igualdad y diferencia. Estos rasgos indican una pluralidad profunda, esencial e involuntaria. A diferencia de América latina, donde buena parte de la sociedad civil derivó del estado, aquí el Estado emergió de la sociedad civil. Antes del Estado existió la universidad, los institutos de investigación, arte y cultura, las fuerzas de defensa, los organismos municipales, las tendencias políticas, los organismos de salud y educación, y las simientes institucionales de organismos más complejos. Esa condición original se trasluce en el vigor institucional, el poderío particular de las entidades que sostienen el pluralismo. La tendencia populista que arrasa en tantos paises y favorece la autocracia, aquí es detenida por esa silenciosa pero vital presencia institucional. La tendencia populista es un rasgo electoral demagógico casi inevitable, pero es controlada por la pluralidad social. Es cierto que la tonalidad populista es la cubierta mayor de tramas de corrupción, pero la transgresión no afecta la normatividad general. Junto con las dificultades que trajo la secularización del pueblo judío y su trabajosa constitución de nación y estado normalizado, debería agradecerse este dique inesperado a las tentaciones populistas y nacionalistas, los anticuerpos sembrados por una larga y minuciosa historia civil contra los desvaríos totalitarios y la exaltación idólatra de las identidades publicas convencionales. Quizás el exacerbado oscurantismo religioso, los síndromes sectarios, la tensión entre estratos históricos y culturales, sea el duro costo por la natural pluralidad heredada. Por otra parte, muchas de las abstracciones que fueron bendiciones y anatemas para Occidente, nacieron aquí y preservan su duro vestigio y testimonio. La noción de infierno (Gehena en hebreo) esta ligada a un territorio con esa palabra, zona sombría y maldita donde se despeñaban castigados y suicidas en tiempos bíblicos; también el Armagedón es un territorio concreto, desfiladero de las invasiones del norte donde se encontraban en combate los ejércitos. Topografía terrestre y celestial. Esto permite un ejercicio valioso de reduccionismo, un tamaño asible de conceptos extremos y cardinales. Así como la noción de Eden configuró imaginariamente los territorios de América descubiertos por los españoles, y las ideas  paradisíacas taparon las abigarradas mitologías indígenas y permitieron organizar las utopías volcadas en la organización cívica republicana, también aquí la vida cotidiana esta contenida en mitos. La doble inscripción de sentidos inmediatos y trascendentes del mundo bíblico suscita una reflexiva controversia de gran riqueza, un contorno sombreado por un fondo milenario. Las malévolas pasiones nacionalistas infiltradas en ese intersticio, no afecta su potencial valor creativo para la imaginación constructiva.

El crepúsculo de la política

El cuestionamiento de los políticos y la política es un fenómeno que suele preceder al fascismo, pero actualmente esa descalificación ha cambiado. La disminución de su importancia social es metódica, insoslayable, y deriva de un saber tecnológico que los excluye. Quedan marginados, no de los tradicionales errores y aciertos menores vinculados a los viejos saberes, sino de un complejo destino colectivo sin señales. La guerra como continuación de la política continúa, pero su tejido conector es tecnológico y sucede a través de una honda ceguera cívica. Los políticos están acorralados por un poder que desconocen y al que terminan sometidos, pero siguen gesticulando con una experticia que carecen. No es improbable que el ascenso populista registrado se deba a una necesidad de renovar certezas que ya no tienen fundamentos teóricos, solo cotidianos. A falta de alguna erudición social, reflotan los dialectos iracundos, el empuje irracional, los inmediatos prejuicios y nociones emotivas que cautivan sin mayor elucidación. El cambio radical en las nociones de tiempo y espacio que arrojó la digitalización, tuvo un efecto todavía indefinible en los sistemas de valores y las jerarquías. Se desvanecieron las nociones culturales y cognoscitivas de centro y periferia, los escalones generacionales, los saberes clasificados, los estratos de poder, las identidades fundamentales y menores, la diferencia del tiempo real y virtual. Agréguese, por si hace falta, que la madre naturaleza también se ha desquiciado. En ese cataclismo civilizatorio, los desconcertados administradores de la polis, cuando salen del abarrotado y mínimo ojo del huracán, terminan girando sin rumbo.

Como una siniestra coincidencia, esta retirada general de una política reflexiva y el epilogo de su meditación a largo plazo, cubrió de nostálgica despedida el final de la notable estadista Angela Merkel, acaecida durante la planetaria pandemia y el trastorno climático. Con esa escena, estas dos referencias pusieron a otras en un primer plano al dejar sin contexto el intervalo histórico y el ámbito social. Dislocada la permanencia de la temperatura y el agua, sin la predicción en gran escala del derrotero biológico, la lógica humana quedo pedaleando en el aire. La condición abismal se amplió geométricamente.

“La lluvia es una cosa que siempre sucede en el pasado”, dice un verso de Borges, pero esa tonalidad, que también aseveran versos de Neruda y de Vallejos, sucede por la férrea condición cíclica de un calendario natural internalizado. La trasmutación de lo que vuelve y perdura en la naturaleza incide en la noción del tiempo, la muerte y la vida. La olímpica y silenciosa naturaleza fue también la primera interioridad, casi con el paisaje el humano construyó y vistió su intimidad. El planeta sin nosotros era presencia necesaria, y la especie se descubrió a sí misma en esa prescindencia. Lo que ahora cambia tiene una escala mayor, quizás metafísica o indescifrable, pero trastorna, además del paisaje, el sujeto de la escena, invadido por el poder demoníaco de su propia especie. La madre naturaleza perdió su maternidad y la especie su aura privilegiada.

Excepto para el año y el día, configurados por la órbita de la tierra alrededor del sol y sobre sí misma, el tiempo es una arbitraria construcción humana. El reloj sustituyó con las horas el impreciso pero seguro cambio de la luz, las matemáticas, con los dedos de la mano, nos dieron las décadas, y luego los siglos y milenios, entidades más imaginarias, y casi inútiles hasta que el siglo XVIII inventó la antigüedad. Esos son los arquetipos de la Historia. La idiosincrasia del tiempo y el espacio pertenece a la física, pero el calendario humano a la memoria y a la profecía, al paraíso perdido y al mesías, los bordes míticos que nos organizaron el mundo. Sobre esas claves fluye el pasado y el porvenir, y se acurruca el presente.

La vasta mitología imaginaria que sostiene la especie tiene cimientos en la naturaleza. La expansión del desequilibrio ecológico y climático, son un capítulo menor del cosmos, pero corre un telón mayor en la sincopada historia humana. No hay nada nuevo bajo el sol decían los antiguos, pero para el sol, no para nosotros. Ahora empieza algo que solo el optimismo permite llamarlo la nueva prehistoria. Porque si bien el hombre hace la historia, también la historia hace o hizo al hombre.

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