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La abstención será alta, qué duda cabe, sobre todo entre los electores que podrían votar por la oposición.

Una idea medular de entrada: el régimen organizó las elecciones del próximo domingo 21 de noviembre para no perderlas. Mientras la oposición luce desmantelada y sin dirección política, con marcados conflictos internos y una miopía cortoplacista, el régimen afina los mecanismos para sostenerse en el poder regional y local y demostrar al mundo que ganó limpiamente los comicios. Dato más, dato menos, eso es lo que va a pasar.

Si bien el mayor responsable de esta situación es el régimen de Maduro, siguiendo los consejos de la inteligencia cubana y la estrategia de Daniel Ortega en Nicaragua, no podemos ignorar los errores de los partidos del llamado G-4, los mismos que obtuvieron una victoria el 5 de diciembre de 2015 —con una dirección política unitaria y estratégica— y que luego cada cual tomó su camino sectario, con los resultados que vemos seis años después. A pesar de sus errores, no hemos escuchado autocrítica alguna.

Mientras en los iniciales diálogos en México se planteaban elecciones libres y transparentes, el cese de la represión a los líderes opositores, la libertad de los presos políticos, el regreso de los exiliados y la observación imparcial internacional, entre otros temas, en Venezuela se dio el espectáculo de la rebatiña electoral con el argumento de reconquistar espacios de gobierno, por un lado, y la postura de la abstención sin plan alternativo, por la otra. El régimen de Maduro canceló las conversaciones mexicanas —como era de esperarse— e impulsó la división entre las fuerzas opositoras —con dinero, con influencia, con promesas— para debilitar su impacto político. Además incrementó la violación de derechos humanos, aumentó la represión contra los líderes sociales, cercenó la libertad de prensa y propició aún más la corrupción. ¿Se pueden ganar las elecciones bajo estas condiciones?

Hay que repetirlo aunque ya lo sepamos: tenemos un país con una grave crisis humanitaria compleja en los campos económico, social, institucional y de servicios públicos. Son condiciones objetivas, reales, inocultables… pero el régimen asesino de Maduro sigue en el poder, con el respaldo de regímenes no democráticos, las fuerzas armas y el narcotráfico.

La muerte del general Baduel en prisión, la extradición de Alex Saab a Estados Unidos, las declaraciones del Pollo Carvajal en España y la decisión del fiscal Karim Khan de la Corte Penal Internacional constituyen cuatro expresiones de la corrupción generalizada y la violación de los derechos humanos por parte de la dictadura. Sin embargo, han sido obviados en las campañas electorales.

Un ejemplo notable: Tomás Guanipa abandonó de súbito la Embajada del gobierno interino en Bogotá para incorporarse a los diálogos en México y, casi de inmediato, decidió aterrizar en Caracas como candidato. ¿Cómo lo logró? ¿Con quién negoció? Lo mismo pasó con el médico José Manuel Olivares, quien después de haber ingresado a Colombia huyendo por las trochas y de pasar tres años en el exilio aquí, regresó a Venezuela para optar a una candidatura. ¿Cómo así?, como se dic en Colombia. El pleito entre Carlos Ocariz y David Uzcátegui por la gobernación de Miranda expone el canibalismo instalado entre las fuerzas de oposición. Muy lamentable. Esas y otras contradicciones en los sectores que se oponen a Maduro han sido percibidas por los ciudadanos.

La abstención será alta, qué duda cabe, sobre todo entre los electores que podrían votar por la oposición. Pueden ser calificados como indiferentes pero también como indignados. Este término es más adecuado. Rechazan el gobierno de Maduro en casi 80% pero no terminan de apoyar las opciones en la acera contraria. No confían en una oposición inmediatista, sin estrategia y con movimientos que delatan ciertas sospechas. Porque en la oposición hay de todo: los buenos, los malos y los feos.

Algunas firmas encuestadoras poseen algunas cifras alarmantes que no han revelado públicamente aún, pero lo más importante es que en las campañas por gobernaciones y alcaldías no ha habido medición de la opinión de sus ciudadanos. Es decir, no existe percepción y evaluación real y directa de sus necesidades y expectativas, sino suposiciones adaptadas al discurso de los candidatos. Es un discurso unilateral. Incompleto.

Mientras tanto, casi seis millones de venezolanos desperdigados por el mundo no tenemos la opción de intervenir en el proceso, ya sea con nuestra participación o con nuestra oposición. Cada vez vemos más lejos la opción de regresar a nuestro país. Por el contrario, debemos prepararnos a recibir a nuevos compatriotas que huirán de la crisis humanitaria compleja que se agravará después de las elecciones, después de la Navidad y después de la decepción.

Pero lo más importante es que el resultado de estas elecciones —sean las que fueren— debe obligarnos a replantearnos una estrategia que vaya más allá de los comicios, deponer visiones parciales y mirar el futuro con una dirección política unitaria. Como en diciembre de 2015.

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