El proyecto se convirtió prontamente en un éxito, y contando con los recursos que obtuvo —precisamente por su cercanía con el poder— logró expandirlo a todo el país.

En la década de los sesenta del siglo pasado, la figura de José Antonio Abreu era frecuente en todos los eventos culturales de Caracas, fueran teatrales, literarios, visuales, musicales. Su presencia siempre era similar, con sus lentecitos y sus fluxecitos, un poco encorvado y anticuado ya para ese entonces, lo que lo hacía ver como mayor de lo que era, un veinteañero. Había estudiado música en las escuelas de Caracas y Economía en la Universidad Católica, donde desde temprana edad había ejercido la docencia en esa asignatura.

Tulio Hernández en su artículo ha destacado el origen de su amor por la música como una herencia familiar. Sin embargo, desde muy joven comenzó a ejercer lo que quizás sería su mayor vocación, además de la música: la de mecenas. Ayudó a muchos compañeros de teatro y otras actividades consiguiéndole ayudas o becas. Era una presencia permanente en todas las actividades culturales, no sólo las musicales. En la música era indiscutiblemente un conocedor, pero nunca se destacó como un gran músico. Muy tempranamente se percató —o más bien se interesó— por el poder, o, mejor dicho, con la cercanía con el poder. Desde joven se vinculó con los organismos que lo ejecutaban en el área cultural, el Inciba inicialmente y el Conac, posteriormente. Comenzó a hacer carrera dentro de ellos, hasta culminar en el segundo gobierno de CAP como ministro de Cultura.

Precisamente, durante ese ejercicio, tuvo la oportunidad —y la visión diría yo— de crear el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles, un proyecto, que amparado inicialmente en los recursos del Estado —aún éramos petroleros— pretendía transformar el sistema educativo musical de los jóvenes. Podríamos resumir brevemente que colocó el énfasis en convertir a los niños, desde muy temprana edad, en instrumentistas musicales, contraviniendo un poco los criterios educativos musicales anteriores, donde eran sometidos a la estrictez de la teoría y el solfeo, antes de llegar a tocar un instrumento. Por ahí revolucionó el asunto y muy prontamente decenas de miles de niños y jóvenes, comenzaron a tocar y convertirse por esa vía en músicos. El proyecto se convirtió prontamente en un éxito, y contando con los recursos que obtuvo —precisamente por su cercanía con el poder— logró expandirlo a todo el país. El sistema se había instaurado y convertido en un gran modelo, no sólo nacional, sino internacional. Era todo un éxito, muchos países se interesaron y lo copiaron. Se había convertido en El Sistema, así con mayúscula.

Había entendido que el talento de los jóvenes venezolanos para la música era muy grande y ahí se basó El Sistema, formando orquestas infantiles y juveniles por todo el territorio e incluso convirtiéndose en un modelo para sacar de la pobreza y la ignorancia a muchos jóvenes marginales. La música estaba llegando a todas partes, inicialmente aupada por los diferentes gobiernos, que veían en este programa un gran evento social exitoso. Abreu siempre estuvo cerca del poder —del alto poder— y aunque en sus inicios en la Universidad Católica se le podía haber considerado más cercano a los socialcristianos, otros, debido al poder que consiguió durante los gobiernos de los adecos, lo consideraron un socialdemócrata. Yo creo que nunca se sintió de ningún bando, sólo de la música, eso sí, siempre cercano a cualquier gobierno, fuese copeyano, adeco o chavista.

Hasta aquí lo bueno, lo muy bueno. Pero tantas cosas en la vida, a pesar de ser buenas, a veces también tienen su lado malo, o no tan bueno. Y El Sistema también lo tuvo. Abreu se convirtió en una especie de Zar de la música en Venezuela y otros músicos, que diferían en su manera de verla, eran marginados o no conseguían los apoyos necesarios para desarrollar su talento. Las orquestas y las ejecuciones siempre se iban por las piezas clásicas antiguas, con muy poco o ninguna apertura a cosas más modernas o experimentales. Ni hablar de la música venezolana. Estos errores iniciales, debo reconocerlo, se fueron enmendando con el tiempo, cuando El Sistema maduró, empezaron a crearse orquestas de jazz, big bands, o intérpretes de la música venezolana. Los propios jóvenes comenzaron a buscar por estos otros caminos de la música.

Infinidad de talentos aparecieron por todo el territorio nacional, llenando el país de intérpretes de todos los instrumentos posibles. Hoy que el país se ha ido desangrando de gentes, el mundo es testigo de la presencia de innumerables músicos extraordinarios. Orquestas absolutamente venezolanas o con mayoría de músicos venezolanos tocan en Miami, Buenos Aires, Madrid.

Otra parte mala —bastante mala— y que lamentablemente es poco o nada lo que se ha aireado en el país, es una serie de denuncias de acoso o abuso sexual al que fueron sometidos muchos niños y niñas asistentes del Sistema. En un país como Venezuela, donde la justicia no existe, para decirlo de una manera clara, es muy difícil que acusaciones como esas, lleguen a buen fin con castigo a los perpetradores. Otro aspecto que incluso ha aparecido en libros publicados, ha sido el manejo nada claro de los dineros. El Sistema obtuvo inicialmente grandes recursos del Estado venezolano, pero también percibió aportes de instituciones y organismos internacionales. Nada de esto ha pasado —como en general sucede con el país— por ningún tipo de control supervisorio.

Pero lo terriblemente feo de El Sistema ha sido fundamentalmente el haber sido cómplice de algunas acciones verdaderamente deleznables del régimen actual. Fue vergonzosa, por decir lo menos, ver la imagen de Abreu, venerada por tantos, como bufón de la corte en un Aló presidente, casi que sumirse ante las bravuconadas del mandamás, y además sin ninguna necesidad. El Sistema, así en mayúsculas había llegado a tal nivel de aprobación y poder internacional, que no había necesidad de esa jaculatoria ante el dictador. Pero la acción más deplorable fue la funesta intervención de la orquesta en el momento en que el régimen expropiaba RCTV y se robaba la señal y los equipos en aras de porque le daba la gana. La acción del Dr. Abreu, como le gustaba que lo llamaran, aún sin serlo, como lo aclaró El Sistema en algún momento, fue deplorable y encima utilizó vilmente a uno de sus pupilos, un pequeño geniecito musical, Gustavo Dudamel, que ya empezaba a dar señales de su innegable capacidad musical, y que como tantas otras veces le había hecho caso a su mentor, para que apareciera dirigiendo la orquesta que abrió las celebraciones de la confiscación. Creo que Dudamel nunca se ha recuperado de ese bochorno, que le reclama el país entero, aunque el verdadero y supremo culpable fue Abreu al colocarlo en tan indigno sitial. Si Abreu estaba dispuesto a hincar rodilla en tierra por el fallecido comandante, debió ser él el que dirigiera esa orquesta y no utilizar, como lo hizo, a un grupo de jóvenes en semejante bajeza. Estoy seguro que no era necesario, pues El Sistema ni peligraba, ni iba a sufrir ningún despojo por parte del régimen, pues ya había consolidado suficiente poder nacional e internacional. Ese 80% del país opuesto al régimen no se lo perdona. No fue una casualidad, el desagradable espectáculo tuvo una repetición en el Campo de Carabobo cuando las fuerzas del horror masacraban a centenares de jóvenes. Eso no se olvida, y con razón.

Días atrás se cometió otra atrocidad, si bien la ausencia física de Abreu ya no lo hace cómplice de ese nuevo despropósito, es bueno señalar que el camino que él abonó —de doblar la cerviz ante el régimen— se volvió a cumplir. Sin ninguna necesidad, repito, El Sistema se hizo cómplice de una vagabundería mayor, con una supuesta intención de colocar a Venezuela en el tope de un deplorable récord de la orquesta más grande del mundo. Eso no era una orquesta ni nada que se le pareciera como han señalado músicos de todas partes. Era caer en el vil juego del poder, de tratar de lavarse la cara de tantos horrores, sirviéndose de miles de niños y jóvenes de todas partes del país, traídos en un arrebato y desorden para —sobre todo— tratar de colocar a Venezuela en un supuesto sitial, falso y deshonesto.

Miles de jóvenes engañados y padres supuestamente orgullosos de la presencia de sus hijos en tan fatuo acontecimiento, me hacen pensar una vez más que el venezolano, típicamente opositor, sobre todo de la clase media, se asemeja enormemente a un toro bravío, que bufa y patalea en el ruedo, pero que con cualquier trapo rojo se le marea y se le conduce fácilmente a la inacción y a la muerte.

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