El Bond de Craig fue un Bond más físico, más acrobático, más cínico, más letal.

Daniel Craig ha cerrado —contundentemente— su ciclo con James Bond. El personaje que le convirtió en (súper) estrella internacional siguió, en la era Craig, un hilo conductor tejido en torno al personaje de Vesper Lynd. Su presencia, ausencia y todo lo que orbitó alrededor de su muerte, le persiguió hasta el final del quinto largometraje: Sin tiempo para morir (2021) de Cary Joji Fukunaga (Beast of no Nation, Jane Eyre, True Detective).

A diferencia del derrotero previo al debut de Craig como agente 007, desde Casino Royale (2006), los productores decidieron trazar un arco dramático distinto. Un arco que buceaba en el lado menos conocido del personaje. Su lado más personal y la naturaleza de sus relaciones con el resto del entramado icónico de la serie, que en este último ciclo devengó en saga.

Cinco largometrajes con resultados desiguales que construyen un perfil distinto del personaje, pero que en su último tramo ha terminado sucumbiendo a las presiones de una era que reclama con gritos altisonantes los estandartes de la corrección política. Las furias han terminado reduciendo la esencia del personaje hasta convertirle en un héroe proclive al sacrificio, menos hedonista, menos capaz, menos Bond, menos 007; apenas un número una frase que se repite en el film como una sentencia que nadie parece querer llevar en pecho o espalda.

El Bond de Craig fue un Bond más físico, más acrobático, más cínico, más letal. Con juguetes cada vez más ingeniosos, sofisticados y una presencia global como nunca. En una era de superhéroes, el Bond de Craig fue casi Batman. Ese Batman detective, vigilante, superhéroe implacable y suicida que hizo palidecer al propio Superman. Como el guardián de Ciudad Gótica, el Bond de Craig cobraba fuerza a partir de sus tragedias.

Al menos así fue hasta llegar a su punto más alto en Skyfall (2012); un fresco que dialogó en mucho con la vieja escuela al menos en su tramo final y que ya asomaba el cierre de un ciclo. No obstante, a partir de allí y a juego con la fructífera relación entre el héroe y la taquilla, el Bond de Craig apostó por seguir un tanto más. Y ese tanto más sólo ha servido para asistir al declive.

Si Casino Royale (2006, Martin Campbell) se encuentra en el punto más alto de ese arco, Spectre (2015, Sam Mendes) se ubica en el más bajo. Solo un poco, y muy poco más arriba, Sin tiempo para morir busca ascender con un tono operático hacia el altar de la saga, aboliendo todo aquello que desde 1953 inició Ian Fleming y continuaron casi una decena de escritores y un nutrido grupo de guionistas.

El Bond de Craig ha terminado sucumbiendo ya no a las locuras de Spectre ni a la CIA, ni a las traiciones o el fuego amigo. El Bond de Craig ha sido aniquilado por las buenas intenciones de este mundo.

La trepidante acción, los viajes alrededor del mundo, las invenciones de Q, las sospechas en contra de sus aliados más cercanos o las fechorías de un villano sin lustre han convertido esta entrega en una historia más cercana al Armagedón de Michael Bay que al Casino Royale de Apted. Cerrado el ciclo, sólo queda esperar al punto de reinicio. Por ahora el juego ha terminado.

Publicado originalmente en https://cinemathon.wordpress.com

 

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