Fue también en esa década de los años cuarenta que se implementa la creación de la Ciudad Universitaria que se convertiría en sede de la Universidad Central de Venezuela (UCV).

En los últimos tiempos en Venezuela muchísima gente se ha aterrado ante el nombramiento de la nueva ministro de Educación del régimen, una señora nada agraciada, en ningún sentido, que siguiendo las normas de sus líderes sólo sabe gritar y amenazar y hasta ahí.  Nada sorpresivo para lo que se ha vivido en los últimos años, pero vale la pena hablar un poco sobre eso que alguna vez llamamos la educación en el país.

Difiero enormemente de aquellos que dicen que un país se sustenta en la economía. Yo creo que la base fundamental de toda sociedad es la educación y dentro de ella, desde luego, la educación económica, que es consecuencia de la primera y no válida por sí misma. Ningún país del mundo ha surgido o se ha mantenido sin un sistema educativo sólido. Incluso, muchos países europeos de la órbita soviética mantuvieron un régimen educativo más o menos estructurado, a pesar de las tendencias ideológicas o sectarias, y precisamente ese sostén fue el que les permitió a muchos de ellos superar las carencias políticas y económicas para desarrollarse y ponerse a la par de los otros europeos.

Detengámonos en el ejemplo asiático. Décadas atrás, muchos de esos países se encontraban bastante atrasados con respecto a otros del mundo y decidieron dar un gran respaldo a la formación de su juventud. Europa y EEUU recibieron millares de ellos que —luego del retorno a sus países— fueron el pilar fundamental del desarrollo. China fue pionera en eso y fíjense donde está. Como dato curioso está Vietnam —un país gobernado por un partido comunista— desde hace años. Sólo en EEUU cursan estudios universitarios o postgrados, más de veinticinco mil ciudadanos de ese país. México, que es el país latinoamericano que más alumnos tiene en EEUU, anda por los quince mil. Creo que las cifras hablan por sí solas. Vietnam, destruido por una guerra feroz, se ha apoyado en su contrincante, para desarrollarse, y lo ha hecho bastante bien. Muchos conspiracionistas dirán que lo de Vietnam es para poder vengarse en el futuro de su enemigo yanqui, pero no, no es así, Vietnam le tiene hoy en día más miedo a China que al coloso del norte.

Pero volvamos a ese país al norte de Suramérica que alguna vez llamamos Venezuela. Hasta bien entrado el siglo XX era un país fundamentalmente rural, atrasado y poco formado. A partir de la década de los cuarenta, el gobierno de Medina, y los sucesivos de Acción Democrática emprendieron una serie de esfuerzos para empezar a estructurar un sistema educativo sólido. Se comenzó una política de edificaciones y sobre todo de formación de personal capacitado, con la creación de Escuelas Normales que formaban maestros y, sobre todo, a finales de esa década, con la creación del Instituto Pedagógico de Caracas, donde fueron invitados una serie de profesores, en especial de Chile, para su creación. Fue también en esa década de los años cuarenta que se implementa la creación de la Ciudad Universitaria que se convertiría en sede de la Universidad Central de Venezuela (UCV).

Todas esas bases, sumamente sólidas, se fueron sustentando cada vez más y, afortunadamente, durante los diez años de la dictadura de Pérez Jiménez, ese empuje educativo no se detuvo, sino que continuó, sobre todo apoyado ahora con los indiscutibles ingresos petroleros. No hay que olvidar que para ese momento Venezuela era el primer exportador de petróleo del mundo. Muchas de las obras inauguradas por el dictador habían sido planificadas e incluso comenzadas a construir durante los gobiernos anteriores, de la junta de gobierno presidida por Rómulo Betancourt y el corto gobierno —de sólo ocho meses— del insigne escritor Rómulo Gallegos.

Ese impulso inicial tuvo una cúspide, producto desde luego de los altos ingresos que suministraba el petróleo, treinta años después, cuando la educación primaria, secundaria y universitaria ya estaba solidificada y hubo algunos picos importantes para la formación en Venezuela, entre ellos, el plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho, que permitió a miles de jóvenes cursar postgrados en el exterior. Vale la pena también señalar que Venezuela se benefició enormemente de los inmigrantes y sus enseñanzas. Atraídos por el bienestar económico, y/o ahuyentados por dictaduras en sus respectivos países, recalaron en una Venezuela pujante y joven.

Cuál era la característica fundamental de ese sistema que se había construido: la educación pública.  Una educación masiva, gratuita y bien estructurada. Las clases adineradas nunca han tenido problemas, en ningún país del mundo, en educar a sus descendientes. Pues bien, esa educación gratuita y generalizada en todo el país fue la que permitió el impulso de desarrollo que se implantó por algunas décadas. El efecto positivo cundió por mucho tiempo. Todo aquél que tenía ganas y capacidades podía optar por desarrollar sus conocimientos. Con algunas excepciones desde luego, aquellos que no despuntaban mucho en el aspecto del conocimiento, los mandaban a las escuelas militares. Ejemplos creo que sobran.

Puedo decir que, personalmente me beneficié enormemente de ese sistema, ya que mis estudios primarios, secundarios y posteriormente en el Instituto Pedagógico de Caracas y en la Universidad Central de Venezuela, no le costaron ni un centavo ni a mi familia ni a mí. Incluso fui favorecido con becas que ayudaban a mi manutención. Mi familia nunca hubiera podido pagar por ello, no tenían cómo. Como yo, millones de personas, gente de origen más o menos humilde, cuyos hijos y nietos se formaron y empezaron a subir en el escalón social hacia una clase media, ahora con más recursos, producto de su esfuerzo y de su trabajo.

Paralelamente siempre hubo educación privada, pero era la peorcita. Los mejores centros educativos eran los públicos que gozaban de mejor formación, profesores más capacitados y mayor competitividad. Los colegios privados eran para aquellos que no daban la talla en los públicos y las universidades también. Recuerdo que, en mi época, la Universidad Santa María, privada, tenía su sede en los alrededores de la Plaza Washington de El Paraíso, y su formación era calificada por muchos como pirata. Había un dicho que lo relataba todo. Lo difícil en la Santa María era estacionar el carro, lo demás era facilito. Hasta a Blanca Ibañez, presidente de Venezuela durante el gobierno de Lusinchi, la graduaron de abogado allí.

Cada vez más la democracia construyó otras universidades: la Universidad de Oriente, la Universidad Simón Bolívar, que, unidas a las ya existentes, la Universidad de los Andes, de Carabobo, del Zulia, constituyeron una red de formación gratuita y de primer orden.

Sin embargo —siempre aparece un pero— esa clase media que comenzó a escalar en sociedad, fue olvidándose cada vez más de los de abajo y mirando hacia arriba, hacia los más pudientes, y muchos de ellos comenzaron a buscar la manera de competirle en oportunidades. Grave error. Ahí comenzó el declive de la educación en Venezuela. Venció el racismo, el racismo económico que es el peor de todos.  Empezaron a proliferar colegios privados y, paralelamente, los sucesivos gobiernos democráticos se enfrascaron en una contienda de corrupción y deterioro de los valores éticos que fue disminuyendo el peso y la calidad de la educación en general. Lo gratuito comenzó a malograrse. Las luchas sindicales se orientaron más a los beneficios económicos de los docentes y cada vez menos en el rigor y la disciplina necesaria para una buena educación. Comenzó a ganar la mala educación. Ya el año escolar no comenzaba el 15 de septiembre, sino a mediados o finales de octubre. Cada vez había más vacaciones, cada vez se suspendían las clases por motivos diversos, cada vez más se exigía menos. El rigor fue disminuyendo paulatinamente. Comenzó el juego de las estadísticas, a ver qué gobierno graduaba más gente, no importaba la solidez de lo que allí se impartía. Los textos educativos fueron declinando. La supervisión desapareció y la excelencia dejó de estar presente. La educación se deslizó cuesta abajo en la rodada, como dice el tango.

Cuando el difunto tomó el mando ya la cosa venía decayendo. Él venía del grupito de los inservibles, de los que mandaban a las escuelas militares, para ver si los enderezaban pues —total— no es que prometieran mucho. Y él y otros como él tomaron el asunto en sus manos. Y de mano en mano, cada vez peor, llegamos a la señora que por sus incapacidades le otorgaron el deshonroso encargo de acabar de destruir lo que de educación queda en Venezuela. El plan de acabar con las universidades públicas viene desde hace tiempo, han sido centros de conocimiento, de ciencia, de cultura y eso el régimen no lo permite. Como un ejemplo significativo, hace cinco años —me imagino que ahora será más— la Unefa, la universidad de las fuerzas armadas, creada hace pocos años, contaba con 44 sedes en todo el país y más de 250.000 estudiantes. Qué estudian, qué se les enseña, quiénes dan clases poco importa, son borregos para la manada. En el Consejo de Universidades, como contrapeso a las autónomas, se ha creado un Arbol, sí señor, asociación de rectores bolivarianos, un árbol que no da frutos, sino porquería.

Espero que la clase media, huida a la carrera del país, para no hundirse con él, reflexione donde esté y se de cuenta de toda la culpa que tuvo en hacer peso en el desastre. Por eso hablo de una sociedad fracasada. Una sociedad que no supo defender sus logros es una sociedad fracasada. Ojalá que sirva de lección.

Hoy en día, como siempre, sobreviven los de mayores recursos. Los pudientes —corruptos o no— siguen mandando a sus hijos a las universidades privadas, centros educativos que han tenido un resurgimiento. Un renacer un poco al amparo de los cadáveres de las públicas. Si un profesor de una universidad pública que percibe un salario miserable de diez dólares mensuales, decide, mucho a su pesar, empezar a trabajar en una universidad privada por trescientos o cuatrocientos dólares, es lógico y razonable. Si no come se muere. Pero eso significa que la educación privada en Venezuela, como muchas otras cosas en el país, se sustenta en la muerte de otros. ¿Y los pobres? Que se jodan, dirán algunos, quién los manda a ser pobres. En toda guerra lo difícil es la supervivencia, con todo lo terrible que eso significa.

 

 

 

 

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