El proyecto político que tiene la izquierda militante para el país, más allá de la habitual crítica al ‘neoliberalismo’, apunta esencialmente a refundar Chile.

Como lo han señalado destacados pensadores y analistas como Fernando Mires y José Joaquín Brunner, la crisis que vive Chile es bastante compleja. Por un lado, una crisis de representación y en ese punto hay cierta unanimidad. Pero, como lo recuerda Fernando Mires, hay algo más que eso.

“Nos encontramos frente a la posibilidad de una crisis que, si no es politizada a tiempo, puede llegar a transformarse en una crisis de autoridad en el sentido que acordaba Hannah Arendt al término, a saber: una crisis en donde se desconoce la autoridad de las instituciones, la del gobierno, de las elecciones y, no por último, la de las leyes. para decirlo en pocas palabras: la tarea que enfrentan tanto el gobierno como los partidos no solo es atender a las demandas de la multitud desorganizada, sino mucho más: defender los pilares sobre los cuales reposa la democracia chilena. A esa democracia pertenecen los partidos, incluyendo a los que se pronuncian en contra de ella”. (Fernando Mires, “Chile defendiendo su democracia”, Polis: Política y Cultura, 9 noviembre 2019).

Por su parte, el ex ministro del gobierno del presidente Eduardo Frei Ruíz-Tagle y académico, José Joaquín Brunner, señala que lo que tenemos hoy en Chile, “es una crisis dentro de nuestro sistema que involucra aspectos políticos-institucionales, económicos, sanitarios y de gobernabilidad. Todo esto en un ambiente de élites ideológicamente polarizadas, un debilitamiento del Estado en cuanto al control de la violencia, un incremento de la informalidad en la economía, servicios sociales fuertemente tensionados y un intenso ciclo electoral durante el segundo semestre del presente año. Envolviendo a esta compleja trama, segmentos de la sociedad chilena y de su clase política se mueven dentro de un imaginario —si no revolucionario— en cualquier caso, refundacional”. (José Joaquín Brunner, “Doble poder: ¿revolución o refundación?”, diario El Libero, 14 julio 2021).

Es en este complejo escenario, agudizado por las secuelas que ha dejado la pandemia, la inestabilidad política (sobre todo en la región de La Araucanía), la crisis social y económica que afecta a gran parte de la población chilena (que se ha empobrecido a un ritmo vertiginoso), es posible comprender las propuestas de la izquierda militante chilena que aspira a ganar las próximas elecciones presidenciales previstas para fines del 2021. ¿Cuáles son esas propuestas? ¿Qué principios filosóficos e ideológicos las sostienen? Son estas interrogantes las que queremos abordar en estas reflexiones.

I

El proyecto político que tiene la izquierda militante para el país, más allá de la habitual crítica al ‘neoliberalismo’, apunta esencialmente a refundar Chile, esta refundación implica pasar de un Estado nacional, cuya identidad se define desde la nacionalidad chilena, a un Estado plurinacional donde dicha nacionalidad se dispersa o desintegra en varias naciones agrupadas por un Estado común. Esta mistificación de la realidad, algo tan propio de la ideología, llega al extremo de plantear que los chilenos de origen mapuche (araucanos en la terminología tradicional), pertenecen a otra Nación, y por tanto no tienen ningún vínculo con la nacionalidad chilena. En rigor pertenecen al Estado chileno, pero no a la Nación chilena.

La tesis de un Estado plurinacional no solo era el eje central del Programa de Gobierno del precandidato presidencial del partido comunista chileno Daniel Jadue, sino que también caracteriza al discurso habitual tanto del Frente Amplio como del conglomerado de ‘independientes’ autodenominado Lista del Pueblo. Al mismo tiempo, este Estado plurinacional debe ser un Estado feminista (obviamente no cualquier feminismo sino el feminismo radical), construido sobre una nueva Constitución plurinacional y feminista. De ahí que una mayoría importante de los miembros de la actual Convención Constituyente (encargada de redactar una Nueva Constitución para Chile), se encuentre simbióticamente ligada a los postulados de Daniel Jadue, postulados que permanecen vigentes, independiente de la reciente y catastrófica derrota electoral del candidato comunista.

En las primeras páginas de las ‘bases programáticas’ de su Programa, Daniel Jadue señalaba los principios filosóficos que sostenían arquitectónicamente su visión sobre Chile y sus objetivos para el país: “Necesitamos un marco constitucional que asegure una vida digna para todas y todos e iniciar un proceso de transformación de nuestro país en un Chile Plurinacional, Intercultural, Feminista, Paritario y con un enfoque de derechos sociales y sin exclusiones”. (p. 1). Este planteamiento se explicita y completa en un párrafo posterior: “Chile es un territorio habitado por diversas naciones y pueblos, pero aún no lo asume de manera justa, franca y abierta. Nuestro país debe reconocer su plurinacionalidad, avanzando en verdad, justicia, reparación y memoria para las primeras naciones que habitaron este territorio. Proponemos avanzar hacia la interculturalidad, la autodeterminación y a la integridad cultural y lingüística” (p.2). En esta lógica refundacional, “volver a la normalidad no puede ser una alternativa” (p. 3).

Es difícil encontrar en la historia republicana de Chile, un planteamiento político de una tal radicalidad ideológica y política. Lo que se busca es instaurar el año cero de una nueva historia, a partir del cual se construya una nueva identidad chilena, que se exprese a través de un Estado plurinacional, dejando tras de sí siglos de “usurpación” y “discriminación”. Estas son las mismas tesis que encontramos en la Convención Constitucional, especialmente en quienes se sienten portadores del fuego iluminador de los padres fundadores de una nueva sociedad (PC, Frente Amplio y Lista del Pueblo), cuya tarea no sería otra que acabar con todo vestigio opresor del “Antiguo Régimen” chileno. Como tantas veces en la Historia Contemporánea, el mito revolucionario se funde con la utopía de una Nueva Humanidad.

II

¿Se puede afirmar con cierta seriedad y rigor histórico que Chile es un Estado conformado por diversas naciones (o nacionalidades), como lo fue en su momento el Imperio Austrohúngaro, Yugoslavia, Checoslovaquia o la misma URSS y que, por consiguiente, estaría llamado en nombre de su realidad histórica, a transformarse en lo que realmente es: un Estado plurinacional? ¿De dónde se toma esta idea completamente ajena a nuestra realidad histórica y que niega de facto la existencia de un Estado nacional chileno, como si se tratase de un ente abstracto construido artificialmente por los detentores del poder, en detrimento de las otras naciones que vivían en nuestro territorio antes de la Conquista y Colonización española? ¿Hasta qué punto está presente el viejo sueño marxista de la dialéctica como motor de la historia y la sociedad enquistado en esta visión mistificada de la Nación chilena? ¿A qué nueva ‘ilusión dialéctica’ nos conduce? Son estas cuestiones las que queremos abordar de manera sucinta en estas breves líneas.

Lo primero sobre lo cual hay que tener claridad es que la visión de un Estado plurinacional como la idea de refundación (y muchas otras ideas), que postula el PC y otros grupos de izquierda cercanos a su visión sobre el presente y futuro del país, encuentran en Evo Morales y la Constitución de Bolivia su primera y permanente fuente de inspiración. Esto no deja de ser sorprendente para cualquier conocedor del tema, particularmente para el historiador, antropólogo, sociólogo o filósofo, pero también para el ciudadano común que posee un mínimo de cultura general. En efecto, si existe un país que tiene diferencias sustantivas con la realidad histórica chilena tanto en su pasado prehispánico (Bolivia formó parte de la Civilización Inca), e hispánico (Bolivia fue parte del Virreinato del Perú), y en su formación como Estado independiente es justamente el país altiplánico.

No olvidemos que Bolivia en muchos aspectos corresponde a lo que la historiadora francesa Marie-Danielle Demélas ha llamado con otros autores (incluido destacados historiadores bolivianos), un “Nacionalismo sin Nación”, para poner de manifiesto cómo la nacionalidad boliviana y el sentimiento nacionalista se construyó después de la Independencia y sobre todo a partir de las guerras con Chile, en particular la Guerra del Pacífico. Sin embargo, este hecho no plantea problemas para la izquierda militante y sus representantes en la Convención Constitucional, porque los principios ideológicos provenientes del marxismo cultural de corte chavista están plenamente asumidos por la Constitución de Bolivia:

“El pueblo boliviano, de composición plural, desde la profundidad de la historia, inspirado en las luchas del pasado, en la sublevación indígena anticolonial, en la independencia, en las luchas populares de liberación, en las marchas indígenas, sociales y sindicales, en las guerras del agua y de octubre, en las luchas por la tierra y territorio, y con la memoria de nuestros mártires, construimos un nuevo EstadoDejamos en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal. Asumimos el reto histórico de construir colectivamente el Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, que integra y articula los propósitos de avanzar hacia una Bolivia democrática, productiva, portadora e inspiradora de la paz, comprometida con el desarrollo integral y con la libre determinación de los pueblos”. (Constitución Política del Estado, Preámbulo, 7 febrero 2009).

Todas estas ideas que estaban en el Programa de Gobierno de Daniel Jadue son también parte constitutiva de la coalición política que agrupa a la izquierda militante chilena. Es desconcertante para cualquier analista serio, encontrar una propuesta de gobierno elaborada para la situación chilena, construida sobre la realidad histórica y cultural de otro Estado, como si se tratase de países idénticos. Hay que remontarse a los tiempos de la Revolución cubana para encontrar un tal delirio obsesivo por buscar implementar un modelo foráneo con un claro sesgo ideológico.

Lo otro que llama la atención —en las propuestas de Daniel Jadue y la coalición a la que pertenece— es la confusión de realidades (y conceptos) sobre las cuales parecieran tener un completo desconocimiento. Tales son los casos de la idea de Nación, Estado, Sociedad, Cultura o Pueblo. Se trata de realidades que están o pueden estar vinculadas pero que en ningún caso se pueden tomar como equivalentes. Tanto la Historia como las ciencias sociales por un lado como la filosofía por el otro, son bastante claras al respecto, independiente del legítimo ‘conflicto’ de interpretaciones o la existencia de paradigmas, escuelas o corrientes de pensamiento que puedan darse al interior de cada uno de estos saberes. Ciertamente, se trata de realidades y conceptos que no son estáticos, porque están intrínsecamente entrelazados con la temporalidad histórica.

Al igual que en la Constitución de Bolivia, de la cual Evo Morales fue el artífice y director de obra, el Programa de Daniel Jadue dirigía sus dardos contra la existencia de una Nación chilena y, a través de ella, contra el Estado chileno o para usar la expresión tan propia del mundo de la izquierda militante, contra la ‘República oligárquica’, porque no es representativa de la genuina realidad histórica y cultural de nuestro país. Al contrario, es justamente el Estado nacional chileno el responsable de marginar a las otras ‘naciones’ que habitaban Chile antes de la llegada del imperio español a América, de la participación del Estado chileno, al no reconocer su ‘identidad nacional’ y sus derechos como ‘naciones’, especialmente el derecho a la autodeterminación. Esta última idea tiene hondas repercusiones políticas y jurídicas porque pone en jaque al mismo Estado chileno.

¿Cuáles serían esas naciones? La pregunta queda sin respuesta, porque se trata de una afirmación ideológica —o un relato ficcional— y por tanto no tiene ningún fundamento histórico o antropológico, salvo que se quiera tomar como equivalentes la idea de Nación con la idea de cultura, lo que nos llevaría a afirmar necesariamente —la lógica obliga— que todas las culturas han sido o son naciones, lo cual es insostenible. Para ser más específico: ¿los diaguitas, atacameños, changos, pehuenches, puelches, tehuelches, picunches, araucanos, huilliches, poyas, chonos, alacalufes, yaganes…, eran diversas ‘naciones’ que existían y que en algunos casos todavía existen en Chile? ¿Qué entiende por Nación Daniel Jadue y la izquierda militante?

Del punto de vista tanto antropológico como histórico, se trata de diversos pueblos o culturas que, en el caso de Chile, pertenecían a las dos formas de organización social más básicas que conocemos en antropología como son las bandas o la sociedad de bandas, característica de los pueblos cazadores y recolectores (changos o yaganes), y las sociedades tribales o simplemente tribus, las que carecían de algún tipo de unidad política permanente, lo que en etnohistoria llamamos pueblos acéfalos. Los estudios al respecto son decisivos. Nada que se asemeje a un ‘señorío’ (con excepción de los Diaguitas y Atacameños, siendo los primeros dominados por el Imperio Inca en el último tercio del siglo XV), menos a una Civilización. La Civilización tal como la conocemos en América prehispánica se dio básicamente en dos áreas, Mesoamérica y los Andes Centrales.

III

Esta es la nueva ilusión dialéctica que la izquierda militante (PC, Frente Amplio y Lista del Pueblo), pretende imponer en Chile, negando no solo la realidad histórica del mestizaje —sobre todo en la región de La Araucanía— sino también la existencia de una Nación chilena cuyos primeros esbozos lo encontramos ya presentes en el siglo XVI, con mayor nitidez en el siglo XVII y sobre todo en el siglo XVIII, a medida que el mestizaje étnico y cultural y el trasvasije cultural europeo avanza hasta consolidarse definitivamente en el siglo XIX.

Sobre la relación existente entre el Estado y la Nación en Chile —lo mismo que en la mayoría de los países hispanoamericanos— encontramos diversas visiones o interpretaciones históricas. En efecto, para Jaime Eyzaguirre, Bernardino Bravo Lira o Sergio Villalobos la nación o nacionalidad chilena preexiste al Estado en Chile. Para otros historiadores como Mario Góngora, “la nacionalidad chilena ha sido formada por un Estado que ha antecedido a ella” (Cf. Ensayo Histórico sobre la Noción de Estado en Chile en los Siglos XIX y XX). Sin embargo, a pesar de las diferencias sobre los orígenes de la nacionalidad chilena, estas visiones no cuestionan en modo alguno la existencia de una Nación chilena con una identidad clara. Menos aún que el Estado chileno sea un Estado nacional con una clara identidad cultural que lo distingue de otras naciones como Perú, Bolivia o Argentina.

Esto explica que no encontremos en Chile nada que se parezca a una visión indigenista de la sociedad o de la historia o algún movimiento indigenista, tal como lo encontramos en los países de los Andes Centrales, como fue la propuesta indigenista-marxista de José Carlos Mariátegui, o la narrativa de José María Arguedas en Perú, o el caso de Alcides Arguedas Díaz en Bolivia o Jorge Icaza en Ecuador por mencionar solo algunos pensadores, literatos y políticos relevantes. Ni hablar del caso de México donde la presencia del indigenismo como pensamiento y movimiento siempre ha tenido una fuerte presencia dentro de la sociedad. ¿Cuándo podemos situar entonces el origen de esta tendencia en Chile? El fenómeno catalizador ha sido, sin lugar a duda, el Quinto Centenario del Descubrimiento de América, donde el indigenismo se exaltó en todo el Continente y nuestro país no permaneció indiferente a esta tendencia (Cf. Sergio Villalobos, La Araucanía. Historia y Falsedades). Junto a este proceso habría que mencionar el derrumbe previo de los ‘socialismos reales’ en la URSS y Europa Oriental, lo que puso en evidencia el fracaso del marxismo-leninismo, como modelo de sociedad y de desarrollo para los pueblos de América Latina.

La obsesión y urgente necesidad de la izquierda militante por encontrar nuevos actores que pudiesen encarnar la utopía del Hombre Nuevo —sobre todo después del ocaso del proletariado— ha llevado a los herederos de las viejas tesis del marxismo y del poder popular’ —socialismo del siglo XXI— a buscar en el indigenismo pero también en el feminismo radical y en otros ‘actores sociales’, sus nuevos referentes y caballos de batalla para imponer su visión de sociedad y junto con ella el pensamiento único. De este modo, la dialéctica opresor y oprimido, o amigo y enemigo, se desplaza progresivamente de la burguesía y el proletariado, hacia el conflicto entre el Estado y la Nación, en este caso concreto entre el Estado Nacional chileno y la invención de la ‘nación’ mapuche.

En el campo del debate de ideas, no deja de sorprender el silencio que la centroderecha ha guardado con respecto a estas propuestas de la izquierda militante. Es una muestra más del economicismo y la lógica tecnocrática que los ha caracterizado en los últimos años y que les impide comprender que la esfera de lo humano —en este caso la política y el bien común, pero también el Estado y la Nación (chilena)— no se agotan ni se reducen al ámbito de la economía. No se debe olvidar que, tras el lenguaje conciso de cifras y estadísticas, siempre se encuentra la persona concreta, el rostro viviente y doloroso de cada persona, de cada ser humano, sobre todo del indigente y marginado, con sus penas y alegrías, con sus frustraciones, con sus angustias y sus esperanzas en un futuro mejor. No sería exagerado señalar que nuestro país atraviesa por una crisis integral, para emplear la expresión del destacado economista y ensayista chileno, Jorge Ahumada Corvalán, fundador del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes) en Venezuela. Desgraciadamente, una vez más el gobierno del actual presidente Sebastián Piñera ha llegado tarde a la cita de la historia donde se define el presente y el destino de la Nación chilena.

Rodrigo Ahumada Durán. Profesor Asociado de Historia y Filosofía. Ex director Licenciatura en Ciencia Política-UGM. Pedagogía en Historia y Geografía-USS

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