La fiesta taurina tiene un origen milenario

Uno de los objetivos más acusados es la competencia. En los últimos años vemos cómo se la señala, se la ataca, se la persigue. Yo estudié en un colegio donde todos los años se reconocía a los mejores en las diversas disciplinas: el mejor alumno, el mejor deportista, el mejor lector, el más diestro en los idiomas. Desde que doy clases sigo una práctica: cada vez que alguien realiza el examen más destacado, le pido al resto de la clase que aplauda. No pienso terminar con esa costumbre porque soy un firme creyente de la competencia y sus bondades. Naturalmente, creo en la competencia leal vinculada con la ética como señalaba Adam Smith. En estos días las hermanas Caula, Sandra y Sabina, filósofa la primera y bióloga la segunda, publicaron en la edición en español de The New York Times, un interesante y debatible artículo titulado: “Más Margulis, menos Darwin”, sobre la base de las investigaciones de la bióloga Lynn Margulis por la cual: “la cooperación es el origen de uno de los más importantes saltos evolutivos: el de las células simples a las complejas, sin el cual no habría organismos pluricelulares y la vida se reduciría a un conglomerado de bacterias. La simbiogénesis —esto es, la asociación, integración y cooperación entre diferentes especies para originar nuevas formas de vida— tuvo que aceptarse entonces como una fuerza evolutiva esencial.” De allí las autoras saltan a la descalificación de la competencia y de toda la evolución darwinista, sin tomar en cuenta que muy probablemente esa eventual cooperación inicial entre las células las haría más fuertes, aptas y competentes. Esta postura de las autoras las hace defender conceptos como este: Garton Ash pide a los liberales aprender de sus errores para responder a los ‘abrumadores retos de nuestra época’, como son el cambio climático, las crisis de salud y la amenaza del autoritarismo. ¿Cuáles son esos errores? Haber olvidado la importancia de la solidaridad y del sentimiento de pertenencia a la comunidad, imposibles sin la cooperación. Haber olvidado esos viejos valores contemplados por muchos liberales clásicos, para abrazar “un liberalismo económico unidimensional”, dice Garton Ash. «Integrar las ideas de Margulis podría ayudarnos en ese sentido”. O: “Pero el auge contemporáneo de populismos y autoritarismos, y la destrucción medioambiental del planeta, nos lleva a preguntarnos si no entendimos a medias la evolución: más que la competencia, sobrevivimos por la cooperación.” Tenemos el descrédito del liberalismo, porque sus errores han traído el cambio climático, las crisis de salud y el autoritarismo. De modo que la profusión de tiranos y de déspotas es una secuela de la democracia liberal. Vaya, uno se sorprende. Y que hayamos sobrevivido gracias a la cooperación, más que a la competencia, no es más que una conjetura que se licencian y que carece absolutamente de prueba para convertirse en el colofón de todo lo afirmado. Por cierto, que la cooperación que también se entiende por solidaridad ha sido la bandera de los paraísos que la izquierda marxista ha querido construir en la tierra. Me pregunto quiénes tendrán un mejor nivel de vida: si los cooperadores de Corea del Norte o Cuba o los capitalistas competentes de los Estados Unidos de América o de la República Federal de Alemania. Por cierto, el pobre Darwin recibe bofetadas inmerecidas ya que fue Herbert Spencer el creador del concepto de la supervivencia del más apto, aunque la selección natural del viejo Charles implicaba la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, para lo cual urge ser competente.

La doctora Lynn Margulis

Como en el caso de los veganos que quieren prohibir el consumo de carne, las autoras reivindican el tema de la cooperación y eclipsan la competencia. No se trata de negar las virtudes de la cooperación, pero denostar de la competencia es desconocer un factor intrínseco en los individuos que los hace luchar por el reconocimiento y convertirse en factores de la construcción de la historia. Sin competencia habría una grisácea e intolerable igualdad. La evolución de la sociedad occidental ha alcanzado sus esplendores gracias a la competencia y ha expresado sus miserias cuando ha querido reducirla. Como no creo sino en la igualdad ante la ley, la igualdad a rajatabla que se quiere fijar en la sociedad de nuestros días no es más que un ardid para el establecimiento de candados ideológicos y mordazas.

La competencia y la cooperación pueden encontrarse en un espacio común, porque no se excluyen entre sí. La diferencia entre las sociedades libres y las amordazadas es que en las primeras la cooperación es una decisión sobre la base de la solidaridad con los demás. Lo demuestran sin más los grandes filántropos de Estados Unidos como la familia Rockefeller, Bill Gates o Warren Buffett. No puedo masticar la óptica de desarticular el individualismo, y reducir todo a un proceso de integración comunitaria y de complementariedad. Esto significaría volver a la ilusión de los juegos utópicos que tantas deformaciones ha traído desde Platón hasta Gramsci. Y estas afirmaciones negadoras de la competencia no ocultan su vocación por articular una hegemonía de nuevo cuño.

Charles Darwin

Hablemos para reivindicar la competencia y sus extraordinarios aportes de dos casos históricos recientes. Incluyamos también a la cooperación. En primer lugar, la propia pandemia de covid-19 ante la que los laboratorios farmacéuticos comenzaron a competir trayendo como consecuencia, un elenco de vacunas para enfrentar el virus. Una vez obtenidas, por lo menos examinando el caso de las políticas de salud pública en Estados Unidos, fueron dadas de manera gratuita a la población y a otros países. El liberalismo económico fue la base que permitió esa competencia y sus resultados. ¿Se habría obtenido el mismo efecto por una vía distinta a la competencia? Me parece que no porque estaban envueltas cuestiones como el reconocimiento, el prestigio, el honor, la superación, la excelencia, el llegar primero, todos elementos de primerísima importancia que expresan y sostienen el propósito de ser mejores. De otro lado, está la apuesta por alcanzar el espacio que libraron Richard Branson y Jeff Bezos. Demostraron que la iniciativa privada, el liberalismo económico una vez más, es un factor de cambio, que la empresa sigue estando en el centro de la discusión por la motivación y la generación del avance; que el deseo de superación trae superación, que la nota distintiva sigue partiendo del individualismo. Que el egoísmo, una palabra conceptuada como antipática y que no debería serla, es el principio y la piedra fundacional de todas las sagas civilizatorias. Y que después de todo, esas victorias civilizatorias pasan a ser patrimonio de la humanidad.

Richard Branson

A la deposición posmoderna si algo hay que reconocerle es su contribución a la duda más que a las conclusiones inequívocas. Por ello, no nos toca más que mirar de reojo y con aprehensión cuando nos someten a una conclusión tan peregrina como pretender patear a la competencia, cuando el mundo libre es producto de ella. La burguesía liberal, demócrata, competidora, innovadora, es la razón de ser de las mayores dichas de la creación humana. De modo que es temprano todavía para disponer que el señor Charles Darwin se vaya a las duchas y abandone la competencia.

Jeff Bezos

@kkrispin