El artista cantando con sus perros. Foto de Petruska Simme.

Hace algunos años, José Pulido entrevistó a su amigo Miguel von Dangel, notable artista plástico que falleció en Caracas en la madrugada de domingo 25 de julio. Hoy la compartimos con ustedes.

Miguel von Dangel es como un sitio. El hombre se vuelve lugar cuando crea expresiones artísticas tan preponderantes como el paisaje, como un altar mayor, como el paisaje humano, como el bullicio de la gente despertándose.

Miguel von Dangel es un lugar muy particular incrustado en Petare. Miguel pinta y escribe bajo una atmósfera de luces y penumbras, de casas laberínticas y pedazos de cielo que a veces se agitan en forma de sábanas, de bluyines, de relampagueantes palomas caseras.

Ver una obra suya es un acto inquietante, porque el contacto espiritual es directo, conmueve la memoria acicateando los elementos culturales que la conforman. Hablar con él es un ejercicio difícil. Miguel anda sumergido en pensamientos y sentimientos profundos. No hay manera de tratar vaguedades. A veces se conversa con él como jugando dominó en un botiquín. Pero hay que ser muy amigo suyo para llegar a tales extremos.

Con Goya

Miguel hace un homenaje a Goya zambulléndose en el pesimismo, el absurdo, el drama; en las tragedias griegas que también son de Petare. Hace uso del conocimiento que posee sobre el toro para entender más a Goya. El toro es la fuerza bruta endiosada; los toros eran dioses en Babilonia; alguna vez, Zeus se convirtió en toro blanco para seducir a una de tantas. Y Zeus fue quien regaló a Minos, rey de Creta, un toro blanco del cual se enamoró la mujer de Minos: Pasifae. No puedes estar aceptando regalos estrambóticos de alguien como Zeus, si tu mujer es bellísima. Pasifae, hechizada, se metió dentro de una vaca de madera para poder tener relaciones con su amado toro; el Minotauro Asterión nació de esa unión.
Bueno, cuando Miguel pinta en homenaje a Goya hila fino con todas esas cosas. Por si fuera poco, Miguel von Dangel, además, pudo captar lo que otros no vieron en las cabezas negras clavadas en la pared. Cabezas de ojos vidriosos que aún asustan. Cabezas de toros bravíos que murieron en la arena, que se humillaron ante el torero y se desangraron como un tango en las plazas de toros. Toros heroicos, de quinientos kilos, cuyas cabezas terminaron adornando las tascas y otros comederos.
De allí esta entrevista breve. Un pretexto para hablar con Miguel von Dangel, uno de los artistas más trascendentes y significativos de América Latina. Y el único que pinta como él.

—Goya viene para acá y ve lo que tú haces ¿qué pregunta Goya?

—Goya, seguramente, no era gente de hacer preguntas sino de imponer criterios, yo no veo a Goya preguntando. Y luego hay que plantearse en qué momento Goya haría qué tipo de pregunta, así que la cosa no es nada fácil. Si yo parto de la base cierta de que las tauromaquias responden a un momento histórico donde Goya empieza a dar opiniones, él podría preguntarme: ¿crees tú que la situación política, histórica, en la que tú aludes mi obra para decir lo que quiere decir, justifica eso?.

—Goya se la pasaba disgustado… da la impresión…

—Goya viene saliendo de la oscuridad del pensamiento dogmático español con toda la carga de esa herencia de fanatismo religioso, de estupidización del pueblo, que es la inquisición… y entra en el siglo de las luces. Yo no se si nosotros estamos entrando en el siglo de la oscuridad, eso sería, por ejemplo, una disyuntiva para poderte dar una respuesta exacta.

—Goya denunciaba la ignorancia y la crueldad, cuando pintaba la fiesta brava ¿no?

—Igual que hizo con Los caprichos y Las brujas, Goya utiliza la tauromaquia, para denunciar la negra ignorancia en la que el pueblo está sujeto. La tauromaquia, en el momento de Goya, comienza a conformarse como lo que nosotros conocemos hoy en día. Viene a suplir otros tipos de espectáculos que eran los autos de fe, la quema de herejes y de brujas, de judíos, marranos, etcétera, etcétera, etcétera. La tauromaquia en su origen, en España, era un derecho exclusivo de la aristocracia. Por las presiones políticas del momento se le concede al pueblo el derecho a participar y ser espectador de la tauromaquia. El pueblo, por fin, como los señores feudales antiguos, podía participar dentro del hecho. Los toreros son virtuales héroes y líderes populares en su momento, como buena herencia del circo romano, del pan y circo. Ahí tienes otra lectura de lo que podría inferirse a partir de la tauromaquia: la masa vuelta estúpida se regodea en la sangre, se regodea en la crueldad, se insensibiliza, pero el poder la maneja a través de esos medios. De ahí a las pobladas que salen a la calle a saquear, hay un paso muy pequeño. El poder siempre está toreando al pueblo. Y nunca faltan aguafiestas como Miguel von Dangel o San Agustín en su momento, diciendo “esto es una bestialización del espíritu humano, hay que parar esto” pero ya tú ves que las cosas continúan.

—Viene Kant a conversar contigo… ¿qué tema escogen para hablar los dos?

—Kant me mandaría para el carajo. Ese tipo estaba más allá de conversar conmigo… además, era un extremista… no creo que Kant me preguntaría nada… Lo que sí me parece interesante es que en los libros que estoy trabajando más allá de la exposición, me encontré con una reflexión en una revista Humboldt sobre el gran auge que tuvo Kant en el Brasil de los años sesenta. Era la respuesta que los predios académicos y universitarios brasileros estaban consiguiendo para hablar un idioma, para decir lo que estaba sucediendo sin exponerse a la opresión de la dictadura militar de su momento. Cuando yo utilizo a Kant en ciertos trabajos no es tanto para ostentar que yo entiendo los dilemas que él plantea en su filosofía, sino para entender cómo una figura en un momento dado, inesperadamente, puede señalarte situaciones.

—¿Qué puede aportar en el contexto histórico, una exposición homenaje a la tauromaquia de Goya?

—Es muy especulativo pensar que eso pueda tener una reacción inmediata, no te olvides que estos sistemas funcionan de otro modo. Yo tengo el poder de hacer algo, de crear algo. Hay gente con otro poder. Por ejemplo, el poder de la opresión que sólo es poder en tanto que se compara con el que tiene menos poder. Para que haya poder tiene que haber el menos poderoso. El pecado original es desplazar a Dios en su poder y en su voluntad. El problema no es saber la disyuntiva entre el bien y el mal, el problema es que hay quienes dicen “yo sé tanto como Dios y ahora el que sabe soy yo” y esa falta de humildad tan desconcertante y brutal, esa arrogancia desmedida del homo sapiens de creer que conocer es arrebatarle el conocimiento al otro, es el pecado original. Esa soberbia es el pecado original.

—Terminando esto, debería comentarte algo que ya sabes: hay mucho erotismo en la tauromaquia…

—Te sorprendería saber cuantas erecciones y eyaculaciones precoces sufren los visitantes de las corridas de toros cuando ven correr la sangre, y no son inventos míos. El juego del transformismo sexual en el toreo es obvio: el torero es una mujer disfrazada con luces y con una falda que le muestra un picón al bruto que la arremete desesperadamente. A última hora se invierten deshonestamente los papeles del juego: el torero saca la espada fálica y mata al animal: el toro se vuelve la mujer que se deja asesinar.

Publicado originalmente en el muro de José Pulido en Facebook

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