Fresco del Palacio de Siguiri en Sri Lanka. Siglo III.

Hace algunos años me llamó la atención el hecho de que algunas personas pretendieran aliviar el sufrimiento emocional y desafiar la realidad natural con un bisturí.

En aquel entonces estaban de moda las cirugías de cambio de sexo. Una persona tenía un sexo determinado y tenía el delirio de pensar que ese no era su sexo, entonces se dirigía a un equipo médico que se atribuía dotes omnipotentes y este equipo le ‘cambiaba’ el sexo físico para hacerlo más acorde al supuesto sexo mental. Pienso que el pensamiento delirante de los médicos se hacía cómplice del delirio de estas personas.

Templo de Khajurajo. Siglo I A.C.

A ningún médico se le ocurriría hacerle una cirugía plástica a una persona que pretende ser Napoleón y quiere cambiar su cara porque tiene la firme e irreducible convicción de que su cara no es la que posee, sino la del emperador. Tampoco le practicarían una liposucción a una muchacha con anorexia mental aunque esta se vea a sí misma horriblemente obesa. El trabajo del médico es ocuparse de la salud de sus pacientes, no es satisfacer los deseos de estos.

En la actualidad hay una cantidad cada vez mayor de seres humanos que se ven a sí mismos feos y recurren a distintas maniobras para verse mejor. Esas maniobras yo las llamo usar una o diversas prótesis. Me explico: un automóvil es un medio de transporte pero también es una prótesis corporal para aquellas personas que tienen una imagen deteriorada de sí mismas y tienen los medios económicos para realzarla. Según sus características un automóvil puede ser un símbolo de la potencia fálica que un hombre o una mujer desea tener (carros grandes, 4 x 4, con mataburros, deportivos relucientes), puede ser la manera de echarle excrementos a los demás (carros con resonadores, con tubos de escape contaminando) o puede ser la mamá confiable y segura que se necesita (carro confortable, silencioso, blindado). Un automóvil o la ropa que se usa es una prótesis externa, no cambia de manera definitiva el aspecto de quien la usa. Si una camisa no satisface, en este sentido, siempre cabe la posibilidad de desecharla y usar otra. El problema está en las prótesis corporales que producen cambios permanentes e indelebles del cuerpo y de la imagen corporal, es decir, tanto de la manera real como de la manera subjetiva en la que nos percibimos. Por si acaso quedase alguna duda estoy hablando de un tipo de cirugía estética.

En todos los tiempos y en todas las culturas los seres humanos han intervenido su cuerpo de manera pasajera y/o definitiva. Entre las intervenciones pasajeras más frecuentes están las pinturas corporales que una vez cumplida su misión decorativa o ritual se lavan. Entre las definitivas están las pinturas subcutáneas o tatuajes, las escarificaciones o cicatrices y la apertura de orificios para la colocación de objetos decorativos o rituales como los platillos labiales o auriculares.

Mujeres de la etnia Ursi de Etiopía usando una combinación de pinturas corporales, de platillos labiales y auriculares que denotan su estatus de casadas o casamenteras.
La princesa Jazmín.

En todas las culturas existen modelos estéticos ideales para ambos sexos. A las niñas de nuestra cultura occidental influenciadas, entre otras cosas, por las películas hollywoodenses para niños, se les presenta el ideal de la cintura de avispa y los senos redondeados. Entre estos personajes reconocemos a la princesa Jazmín, la Bella y la sirenita Ariel, entre otras.

Tanto así que una linda chica que no se adapta a este modelo puede verse horriblemente fea y sufrir de una dismorfofobia.

Pero no nos engañemos, mucho antes, cuando los griegos admiraban la Venus de Milo, los hindúes esculpían en el templo de Khajurajo esta mujer con una figura que sería el ideal de muchas de nuestras quinceañeras.

 

Y no muy lejos, en Sri Lanka, la vieja Ceilán, en el siglo III de nuestra era, anónimos pintores realizaban los bellos frescos del palacio de Siguiri, donde podemos apreciar el mismo ideal femenino.

Fresco del Palacio de Siguiri en Sri Lanka. Siglo III.

El hecho es que a pesar del falocentrismo freudiano hubo una mujer que situó la geografía de las imágenes del inconsciente en su justa representación jerárquica. No es el falo la representación más cargada de afecto y valorizada, son los pechos maternos. Ellas, las mamas, le dan el nombre a las especies animales más evolucionadas —los mamíferos— porque la evolución biológica y psíquica se realiza solamente a partir y a través de los afectos en los que estamos sumergidos gracias a la prolongada dependencia de la madre, la cual incluye el amamantamiento. La mujer que puso las cosas en su sitio fue Melanie Klein.

La relación bebé madre-pecho organiza nuestra existencia.

En este momento social la feminidad esta siendo muy maltratada y junto con ella la maternidad y en especial el vínculo madre bebé. La belleza femenina se basa en el amor y el amor en la satisfacción de las pulsiones de vida. Freud sostiene que se ama a la persona que satisface las pulsiones de vida —la mezcla de auto conservación y placer erótico— y preserva al yo de la muerte y más adelante dice lo bello es lo que se ama. Se ama a la madre porque da vida, automáticamente la mamá y sus mamas son bellas. En la actualidad se pretende poner el caballo detrás de la carreta, se sostiene que si la mujer es ‘bella’ será amada por muchos. Entonces se le propone a las mujeres un cierto número de prótesis corporales supuestamente para hacerlas bellas y queribles.

Tomemos un ejemplo notable por su frecuencia: la mamoplastia o —como dicen las mujeres— hacerse las tetas o las lolas. Como psicoanalista, como antropólogo y como admirador de la belleza, pero antes que nada como un ser humano con algo de sensatez, a mí se me plantean numerosas preguntas. ¿Por qué un cierto número de mujeres hermosas se ven feas y poco valiosas? ¿Por qué necesitan verse como las demás (senos clonados) y no valoran las características individuales de su anatomía? ¿Por qué las posibles complicaciones físicas y mentales a corto, mediano y largo plazo son negadas tanto por las mujeres que se operan como por los cirujanos? Es como si estas mujeres no pudieran realizar más que una identificación con la apariencia de un objeto parcial idealizado —las mamas— y no con su esencia. Entre las complicaciones físicas tenemos que aun con una técnica quirúrgica impecable puede haber una cicatrización complicada (quelóide), la asimetría de las mamas que es natural puede incrementarse con la cirugía. La consistencia de las mamas puede ser muy dura según el tipo de prótesis elegida y la eventual contracción capsular. Puede haber infecciones y hematomas y según la técnica empleada puede perderse la sensibilidad del pezón, etcétera. Debido al valor emocional tan importante de esta zona erógena las complicaciones de cualquier naturaleza son vividas como una catástrofe. Para complicar aún más esta situación tan compleja resulta que un porcentaje importante de las mujeres que se hacen una cirugía estética no quedan satisfechas. No porque el cirujano no cumplió lo prometido sino porque lo que se buscaba no era físico, era emocional. Pero lejos de funcionar la sensatez y la experiencia para evitar repetir un hecho traumático y así buscar otro tipo de ayuda, predominan las defensas maniacas —o el masoquismo— y entonces se recurre una y otra vez a cirugías estéticas repetitivas que lo que hacen es aumentar aun más la distancia entre lo que en realidad se necesita y el fracaso de esta actuación con mayor deterioro del yo.

Veamos el caso de A, una mujer de cuarenta y pocos años. Tiene una historia de carencia materna y un padre que abandonó el hogar. La carencia materna es producto del narcisismo materno más que de su ausencia. Era una madre pendiente de su apariencia y de sus pretendientes y dejaba a su hija con sus propios padres. El abuelo de A abusaba sexualmente de la pequeña, manipulaba sus genitales y se masturbaba. En algún momento esto se supo pero no pasó de un reclamo al abuelo y todo siguió igual. A odia a su madre y la considera culpable de todas sus desdichas: su sentimiento de desamparo, el abuso sexual, sus dificultades matrimoniales, su dolor como madre debido a que a pesar suyo no puede ser la madre que desearía. Ha criado a sus hijos con una mezcla de afecto negado y de agresión. A es una profesional perfeccionista, prefiere trabajar por su cuenta a destajo y a través de su computadora, que tratar directamente con gente. A me fue referida por su terapeuta, no psicoanalista, quién no la soportaba y decía que como no hacía nada de lo que él sugería no la aguantaba ni la podía tratar. En efecto A era difícil de tolerar, era muy agresiva y todo lo criticaba, pero tenía un excelente sentido del humor y una necesidad de ser querida y de querer que demostraba a través de la continuidad de la relación. Yo le tenía afecto y la atendía como una figura parental —con algo de mamá y algo de papá— que acompaña y sostiene a una niña que está haciendo una pataleta. Ella decía que yo era el único ‘psiquiatra’ que la había comprendido. A tenía un sentido común llamativo, cuando todo el mundo alababa la película La vida es bella, ella decía no comprender cómo a la gente le podía divertir semejante loco que negaba de tal manera la realidad (se refería a Benigni y, por supuesto, a su madre). Ella era hiper realista, su vida había sido hiper dura. En el contexto de una situación en la que su madre le quitó un dinero de su herencia y además no pudo obtener la doble nacionalidad que le hacía falta para emigrar legalmente por la manera en que su madre salió de su patria, A se aparece un buen día por el consultorio y mostrándome una bolsa dice: “aquí están mis tetas”. A había comprado las prótesis mamarias que pensaba colocarse sin haber hablado de su proyecto anteriormente en la terapia. Esto es característico del acting out, actuar antes de hablar y comprender, y es lo que se ve con frecuencia en estos casos: las mujeres no hablan de la mamoplastia o hablan cuando todo está listo para hacerla. A se iba a operar pocos días después y así lo hizo. A posteriori se pudo trabajar un poco sobre las prótesis mamarias ya que A iba a abandonar el país. Se vio que más que una prótesis de mamas eran una prótesis de mamá, de la mamá que ella hubiese deseado tener y que en parte ahora perdía en la transferencia interrumpiendo la psicoterapia y separándose de mí. A no era para nada coqueta, seductora o histérica. Freud dice que ciertas mujeres necesitan argumentos de sopas y albóndigas, refiriéndose al amor de transferencia, precisamente en los casos de histeria. En este caso, A no me pedía que yo contra actuase en la satisfacción de sus necesidades maternas. Lo que necesitaba era algo concreto que representase una mamá buena o lo bueno que de esta representación había podido tomar en la transferencia pues la capacidad de mimetismo, adherencia, introyección y de identificación no estaban a su alcance. Ella tuvo que hacer un ajuste corporal proteiforme —introyección proteiforme, por ponerle un nombre— para llevarme con ella. Al final de la sesión de despedida me pidió un abrazo que nos dimos con mucha emoción. Arisca como era, se me dificultaba imaginarla pidiendo un abrazo. Creo que en ese momento su prótesis cobró algo de vida.

Hablo de introyección proteiforme puesto que A cambió su apariencia corporal como hacía Proteo sin lograr una verdadera introyección. La prótesis no es un objeto transicional, puesto que no es un objeto externo del cual la persona se pueda separar, ni es un objeto de la superficie corporal, como describe en ocasiones Winnicott al objeto transicional, como por ejemplo, los cabellos. Es un objeto externo que se introduce en el cuerpo y cumple una función simbólica primitiva, en el sentido de Hanna Segal de ecuación simbólica. Representa un objeto parcial en ausencia de la capacidad para le introyección y la identificación y, en este caso, se activó mágicamente —magia simpática— por contacto.

Observemos ahora el caso de B. Ella es una profesora muy estudiosa que está realizando un doctorado, casada con un comerciante que desprecia su profesión y la maltrata. B tiene una madre desvalorizadora y agresiva con características narcisistas. Su padre es un hombre débil y ausente. Después del primer año de análisis, B decide divorciarse y comienza todos los trámites necesarios con los cuales el esposo no colabora. Cercanos a agosto le comuniqué a B la fecha de las vacaciones, acto seguido ella me dice que no podrá asistir la semana siguiente por un congreso. Luego se va a ‘hacer las mamas’, la semana siguiente estará de reposo y la otra se irá de viaje. Dice: “voy a aprovechar para hacérmelas ahora, antes de las vacaciones, para darle coco a mi esposo, pues me voy sola. Quiero irme de vacaciones con las tetas nuevas, quiero ponérmelas más grandes, no sé, es por mí, porque lo que menos me interesa ahora es que los hombres me anden dando vueltas, aunque, claro, eso llama mucho la atención”. Le señalé dos cosas, primero que lo que ella deseaba no era tener mamas nuevas sino una nueva mamá y luego que ella prefería sentir que a los hombres se le hace agua la boca viendo sus tetas que sentir que es ella la que necesita de los pechos de una buena mamá. Posteriormente se trabajó también la separación en la transferencia.

Con B se repiten varias características: se trata de un acting out con características maniacas, se pretende tener adentro un objeto parcial idealizado representado por la prótesis ante la imposibilidad evolutiva para lograr una introyección verdadera y una identificación. La temática de la separación en la transferencia es importante y se niega.

El caso de C es aun más llamativo. C me llegó del extranjero con una depresión mayor. Recibió tratamiento farmacológico, algunas sesiones de psicoterapia y se devolvió a terminar su posgrado. Una vez de regreso a Venezuela comenzamos una psicoterapia de dos horas seguidas una vez a la semana puesto que ella vive en el interior del país. C es una verdadera Cenicienta. Su madre, anteriormente promiscua, la negó como hija para poder casarse con su padrastro, dijo que era la hija de un familiar que ella había adoptado (esa situación aun se mantiene en ‘secreto’). Tuvo luego tres hermanos que ella crió como Cenicienta, limpiando, fregando, cocinando. Al mismo tiempo estudiaba y hasta se graduó cum laude en una carrera bastante exigente. Al graduarse obtuvo una beca para estudiar afuera una maestría, al final de la cual vino a las primeras consultas conmigo. Mientras ella estuvo afuera, uno de sus hermanos comenzó a consumir drogas, otro se deprimió y el tercero se hizo cargo de la casa. Ella mantiene una relación sadomasoquista con la madre, quien la culpabiliza por crecer, separarse, y me odia por ser el responsable del crecimiento mental de su hija. C se siente culpable por la depresión con características de border line que ha desarrollado la madre. No se permite formar pareja con un hombre que la ama. Ella ‘ama’ a un vecino homosexual obsesivo que la agrede a su antojo, o cae en la red de un machista que igualmente la maltrata. Es notable como C, sin ser promiscua, tiene relaciones sexuales ocasionales de manera masoquista, mendigando alguna caricia. En el contexto del odio de su madre hacia mí, deja de pagarle las consultas a C y le ofrece una mamoplastia para levantarle el ánimo, cosa que C acepta y madre e hija ‘se hacen las tetas’.

Después de un tiempo C tiene un nuevo episodio depresivo. La llevan a un psiquiatra de la ciudad donde viven, Empeora, pide ser hospitalizada y tiene fantasías de suicidio. Entonces, a regañadientes, la madre me la trae de nuevo y retomamos la psicoterapia. Podemos pensar que en este caso se trata de un acting out pasivo de C y una actuación con características de reparación maníaca —falsa reparación— por parte de la madre.

A estos casos podría añadirle otros en los cuales se repite la misma constelación: madres narcisistas que no quieren a sus hijas y padres débiles o ausentes. Hijas con la autoestima por el suelo, con un superyo sádico: una autocrítica despiadada. En uno de estos casos en los que el acting out pudo detenerse —era un regalo de graduación de bachillerato— la madre le decía a la hija continuamente que era horrible y bruta y la realidad es que la paciente es hermosa e inteligente.

Podemos contestar ahora la primera de las preguntas planteadas, sin la pretensión de decir algo nuevo. Las mujeres se ven feas porque no han sido queridas por sus madres. El narcisismo de las madres no está puesto en sus obras: las hijas. Está puesto en ellas mismas, como la madrastra de Blancanieves. Y peor aun, necesitan de la denigración de sus hijas para sentirse bien ellas. Es la tragedia de la envidia materna, que irá siempre in crescendo, pues las madres se irán haciendo cada vez más viejas, decadentes y limitadas, y las hijas crecerán y, en el mejor de los casos, florecerán y serán mejores madres que las que tuvieron, como el patito feo, que puede encontrar en el psicoanalista una mamá cisne que la contenga y la ayude a restaurar su deteriorado yo y su imagen corporal.

He tratado aquí solamente de un tipo de constelación emocional en las mujeres que se colocan prótesis mamarias, puesto que es lo que yo he podido observar. Seguramente hay variadas conflictivas emocionales que otros autores describirán según sus propias observaciones.

Trabajo presentado en las Jornadas Sigmund Freud de la Asociación Venezolana de Psicoanálisis (Asovep) en mayo de 2007.

El autor es miembro titular y didacta de la Asovep, la Asociación Internacional de Psiconalistas (IPA, por sus siglas en inglés) y la Federación Psicoanalítica de América Latina (Fepal).

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