新华社照片,北京,2019年4月27日 习近平主持第二届“一带一路”国际合作高峰论坛圆桌峰会并致辞 4月27日,第二届“一带一路”国际合作高峰论坛在北京雁栖湖国际会议中心举行圆桌峰会,国家主席习近平主持会议并致开幕辞。 新华社记者 李学仁 摄
Xi-Jinping ha demostrado poseer un deseo insaciable de poder.

La transmisión por el canal de televisión Deutsche Welle (DW) de los documentales China se apodera de Europa y La nueva ruta de la Seda me estimuló a investigar acerca del tema. Antes de ver esos trabajos periodísticos, tenía alguna información dispersa y fragmentaria.

El proyecto de expansión se formula en 2013. Acababa de asumir la presidencia del país Xi-Jinping. Lo llamaron originalmente La franja y la ruta de China. Por sus ambiciosos alcances, el plan parecía una quimera ideada por los burócratas del Partido Comunista chino para intentar demostrar que la nación asiática no se quedaría atrás de Estados Unidos, Europa e India, sus grandes competidores y adversarios en el comercio internacional.

Después de casi una década de haber sido lanzada la iniciativa, el mundo está constatando que no se trataba de una ilusión. Los chinos —con la disciplina, constancia y pragmatismo que los caracteriza— financian o subvencionan proyectos de infraestructura en transporte, energía y comunicaciones en Asia, su entorno inmediato, en África, América Latina y Europa. Carreteras, autopistas, vías ferroviarias, oleoductos, puertos y aeropuertos representan algunos de los campos donde realizan cuantiosas inversiones. Países muy pobres como Pakistán, Kazajistán y Zambia han sido beneficiados por la Diplomacia de la Deuda, expresión utilizada con ironía por algunos comentaristas para identificar esa agresiva política expansionista.

En Asia, la edificación del corredor económico China-Pakistán se ha convertido en una importante fuente de competencia para los productos indios. En Europa, las inversiones van desde Grecia, donde construyeron una línea ferroviaria que avanza hacia el oeste, hasta Portugal, donde levantaron un puerto que facilita la importación de mercaderías chinas. En África, los capitales chinos se han dirigido a Angola, Sudáfrica, Congo, Zambia, Sudán, Nigeria y Chad. Hasta se habla del nuevo Plan Marshall para destacar las bondades de esas voluminosas inversiones.

Ninguno de esos movimientos son inocentes o espontáneos. Todo parece muy bien calculado con el objetivo de desplazar a Estados Unidos y convertir a China en la primera potencia económica del planeta. En el plano militar, tampoco nada se ha dejado al azar. El gasto en armamentos es casi tan elevado como el de Estados Unidos, la potencia hegemónica mundial indiscutible después de finalizada la Guerra Fría y del colapso de la Unión Soviética. China ha modernizado su flota naval en el Pacífico y la aviación incorpora los logros alcanzados en informática. Quienes están tomando nota del creciente aprestamiento militar son los taiwaneses, siempre bajo la mira de la alta jerarquía del PCCh. Hasta ahora no se han atrevido agredir a la isla. Saben que una incursión podría desatar un conflicto bélico de enormes proporciones. Pero, nunca se sabe.

El crecimiento interno y externo de China se produce en medio de una atmósfera de opresión hermética. La libertad y la democracia política no forman parte de los valores de la casta gobernante. La oposición fue anulada. En Hong Kong aplastaron el heroico movimiento juvenil que denunció la tiranía de Beijing y defendió durante meses su derecho a vivir en libertad. Al final los jóvenes no pudieron detener el avance de la represión policial y judicial desatada contra ellos. La tecnología 5G se acopló con el  propósito de mantener controlada y sometida a la población. Los países beneficiarios de la Nueva Ruta de la Seda se hacen los desentendidos frente a la violación de los derechos humanos, civiles y políticos. Minorías, como la Uigur, han sido diezmadas. Las débiles quejas internacionales no sirven para detener la saña con la que actúan los jerarcas del Partido Comunista.

Xi-Jinping ha demostrado poseer un deseo insaciable de poder. Logró reformar los estatus del partido que le impedían reelegirse de forma indefinida como Presidente de la nación. Es un hombre relativamente joven, 68 años, que forma parte de una especie que tiende a ser longeva. El dominio que ha demostrado tener sobre el PCCh permite pensar que permanecerá mucho más tiempo al frente del Estado. Aunque en apariencia le rinde culto a Mao Zedong, se considera sucesor de esa camada de líderes inaugurada por Deng-Xiaping, que impulso los trascendentales cambios que transformaron de manera radical la sociedad china, llevándola de una nación comunista miserable a convertirse en esa potencia que cuenta con suficientes excedentes para financiar grandes construcciones en el mundo entero.

El ‘modelo’ chino resulta muy atractivo para los autócratas del orbe. Combina aspectos centrales de la economía de mercado —formación de precios a partir de la oferta y la demanda, estímulos a la innovación y la creatividad, disciplina laboral, capitalización de los recursos humanos— con un rígido control político, cuyo eje reside en el régimen de partido único. Ese patrón es seguido por países en el sureste asiático que fueron comunistas ortodoxos.

En Venezuela se ha hablado de ese modelo, pero Nicolás Maduro y el PSUV se encuentran muy lejos de cumplir con los estrictos requisitos organizativos que exige su aplicación.

Con China hay que tener mucho cuidado. Contagia no solo con el coronavirus.

@trinomarquezc

Publicado originalmente en https://politikaucab.net

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