Delia Fiallo siempre arriesgaba más, sabía ponerle el picante a sus heroínas que siempre se salían del molde para la época.

Detrás de la sonrisa encantadora y el diálogo alivianado de Delia Fiallo, hay una mujer con una visión firme sobre el amor, la vida, la política y su oficio: la telenovela. Era de La Habana “ocasionalmente”, como ella misma lo aclaraba en sus entrevistas, pues siempre se consideró de un pequeño pueblo del Pinar de los Ríos: nacer en la capital cubana fue una decisión de su padre que era médico para proteger a su única hija.

Delia no fue una improvisada, se graduó en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana donde conoció personalmente a Fidel Castro, del que sin ningún titubeo siempre ha dicho que “era un hombrecillo de poca monta”. Y es que esta carismática escritora pudo decir sin pestañear las más grandes verdades, pero lo hizo con guantes de seda y una sutil carcajada.

Aunque nunca creyó en Fidel, como toda cubana de buena fe le dio un voto de confianza a la incipiente revolución, pero siempre con reticencia. Así fue como terminó trabajando para el departamento de cultura donde su mejor amigo, casi su hermano, José Luis Gómez Wangüemert (nieto de un héroe independentista), le pidió que le guardara unas armas en su casa y ella lo hizo. La caja de madera con el armamento estuvo debajo de su cama unas semanas, y la muchacha de servicio siempre le pedía sacarla para poder limpiar el polvo que se acumulaba, Delia con su sonrisa envolvente le decía que no, porque ahí había guardado unas porcelanas muy delicadas que podían romperse. Luisito, como lo llamaba Delia, fue y buscó la ‘caja delicada’ y a los dos días fue el asalto al palacio presidencial. Su amigo, su hermano había muerto en el ataque. Ese fue el primer giro dramático donde Delia comprendió que aquella revolución comenzaba con un acto terrorista del cual no quería ser parte.

Más tarde, en 1959 con el triunfo de la revolución, las cartas del futuro de la pequeña isla estaban echadas y en manos de Fidel Castro. Delia tenía al aire la telenovela México indómito y quiso hacer con esta novela lo que había hecho con Soraya, una flor en la tormenta en la época de la tiranía de Batista: mandarle “mensajitos” al pueblo. Pero la comisión de censura de Fidel no se lo iba a permitir. Así que la llamaron a declarar porque estaba haciendo telenovelas contrarrevolucionarias con su México Indómito.

Con su carita de inocente dijo que no sabía a qué se referían y le leyeron unos diálogos de un capítulo: “Que no duerma el tirano tranquilo, apoyado en armas extranjeras, mientras en los paradores mueren fusilados los patriotas que sucumben por la libertad de la patria”. Delia nuevamente haciendo uso de su cálida sonrisa sacó de su bolsa de libros uno y les demostró que esas palabras no eran de ella sino de Benito Juárez, que así hablaba el personaje. No pudieron ponerla presa, pero tuvo que recortar la telenovela frente a la férrea cara fruncida de un agente de censura. Para la escritora ni tan rosa estaba claro el panorama: debía salir de la isla.

Gracias a los vuelos de la libertad pudo salir de Cuba hacia Miami para exiliarse. Tenía necesidad de reactivar su trabajo y su primer impulso la llevó a Puerto Rico con la esperanza de que le compraran alguna de sus novelas. Pero Esther Palé le quería pagar muy poco ya que, según la productora, en Puerto Rico había una habitación llena de libretos de radionovelas cubana.

Delia nunca cedió con sus honorarios, sabía lo que valía su trabajo. Se fue de Puerto Rico, tendría que buscar un país más rico y con un cuarto vacío. Así fue como llegó a Venezuela con sus historias: El ángel perverso, Tu mundo y el mío y La señorita Elena. En el país petrolero la esperaba el productor cubano Enrique Cuzcó, exiliado en Caracas, quien era gerente dramático de Venevisión. Fiallo vendió los derechos de su novela El ángel perverso, la cual fue adaptada por Ligia Lezama y estrenada en 1967 con el nombre de Lucecita que rebasó sus expectativas de triunfo.

Más tarde con RCTV se consagró su trabajo de guionista. Lo demás es historia continuada de rotundos éxitos y el buen tino de Delia Fiallo para exigir salarios que ninguna escritora latinoamericana había logrado antes, ni siquiera soñando.

Si uno se pregunta cuál es el secreto de la escritora, es precisamente que sus telenovelas llamadas rosa no eran ni tan rosa.

Delia Fiallo siempre arriesgaba más, sabía ponerle el picante a sus heroínas que siempre se salían del molde para la época. Una Leonela violada que se enamora de su violador arrepentido, víctima y victimario acorralados por una circunstancia trágica donde el perdón y el amor todo lo puede; o una niña nacida en cuna de oro, ciega y casi muerta es arrebatada de su hogar por dos sirvientas que hacen el trueque con un niño varón pobre, pero sano y en el medio la prueba, la Esmeralda, que su madre le había comprado… O Kassandra la extraña saltimbanqui acusada de asesinato que rompió el Récord Guinness en 1992.

Delia sabía imprimir misterio, ideas renovadoras al melodrama, protagonistas ni tan rosas que tenían verdaderos obstáculos que superar, pero donde la honradez, el amor, y los valores familiares marcaban el viaje hacia el objetivo final… y sobre todo finales felices, esos finales que todos queremos para nuestras vidas.

Sus melodramas que fueron unas 47 historias originales llegaron a recónditos lugares como Bosnia, Serbia, y la misma Filipinas.

Delia también escribió su propia biografía. Siempre quería más y la vida que fue larga y fructífera para ella le pedía siempre un reto mayor. Los 96 años no le alcanzaron para todos sus sueños, como el de hacer una película con Topacio o Leonela en la misma Venezuela que tantos éxitos le dio.

Encadenada a su máquina de escribir siempre supo que la profesión era una bendición, pero también una maldición: «Durante todos esos largos años que estuve trabajando hice un gran sacrificio, apenas pude disfrutar de nada”.

“Ahora de vieja sólo quiero estar con mis nietos, mis hijos, mi marido y mi perro”, esto lo decía mientras escribía su biografía, pues quien mejor que ella para contar su propia vida.

La maga de las lágrimas tenía dos cosas muy claras. La primera: que después de la tormenta viene la calma, porque lo vivió en Cuba y con su adorado Bernardo Pascual de quien se enamoró estando ambos casados y que después de más de 60 años juntos corroboraron que valió la pena derribarlo todo. La segunda: que hacer llorar y reír es un trabajo de millones de dólares que hay que saber cobrar.

¡Bravo reina!

Gennys Pérez es dramaturga y escribe esde Ciudad de México.

 

 

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