Así nos sabe el país por estos tiempos, amargo, como el café sin azúcar.

Trabajo con la frágil y amarga materia del aire y sé una canción para engañar la muerte – así errando voy camino de la mar.

Eugenio de Andrade

Me levanté esta mañana con este poema del portugués Eugenio de Andrade, prendido en la computadora, gracias a mi entrañable Flavia Pesci Feltri ¡quien también es poeta!

Cuando estaba muchacho, leí una oración que se me quedó marcada en la memoria del alma y siempre la recuerdo, ¡del verbo recordar que significa volver al corazón!

Sólo el arte nos salvará.

Así decía la nota escrita por el poeta francés André Maurois y siendo un niño no sabía a qué se refería ¿¡Salvarnos de qué!?, me preguntaba hasta angustiado cada cierto tiempo cuando de nuevo venía —sola a mi memoria— la sentencia del trovador francés. En el correr del tiempo la respuesta se me ha ido develando…

Por las mañanas, después de levantarse uno y hacer las primeras necesidades. Es decir, después de darle gracias a Dios, los que son monoteístas; o a las Diosas y Dioses, quienes son politeístas ¡incluyendo a Vírgenes y Santos a quienes invocamos por agradecimiento y por nuestra custodia!… uno prosigue escuchando a los pajaritos cómo se van despertando, viendo cómo la noche termina de irse y el sol aparece poderoso como diciéndole a quien tiene pegada la cobija:

—¡Levántate, que yo ya llevo rato!…

Uno va al baño y le escribe al presidente… se lava las manos y se prepara su café… y continúa esa especie de danza con la compañera y con los demás de la familia. Esa coreografía matutina en la que uno se abraza, luego se aparta para que el otro pase, uno le brinda un café o ella se lo ofrece a uno… Revisa la prensa, escucha la radio, se comparte el desayuno ¡quien tiene chance!…

Toda esa danza, pues, enérgica, que le va desentroncando a uno ¡porque se amanece medio estroncao! Toda una danza frenética, con rítmica de fusa o semifusa, para entrarle al día en la calle… ¡Ay, la calle! O para entrarle al día desde la propia casa, que es el caso actual.

Uno se despide con el deseo de volver pronto y con la incertidumbre de si eso va a ser así… Uno hasta alcanza a leer un poema de Eugenio de Andrade y sale y sigue convencido de que está en el mejor país del mundo, el más hermoso…

Y no se ha salido de la casa, y ya empieza uno a dudar… o a engrandárseles los huecos a la duda con la que uno viene. ¡Ya va! No es el mejor país del mundo ¡falta mucho por hacer! ¡Y estamos trabajando! Sin el pero que antes tenía el lema del INOS… ¡Y sale a fajarse! Y sale a fajarse con tantas adversidades que, lo que antes era una rutina llevadera, ahora se ha convertido en un ejercicio rotundo y profundo de emprendimiento ¡como que si los esfuerzos tradicionales ahora pesaran más! Llevan pesando más hace más de veinte años… Más de veinte caminando sobre el filo de un sable… ¡Ah, malaya, una concordia permanente!

Y se dice: no. Un momentico. No estamos en el mejor país del mundo, porque con todo y la generosidad que nos ha dado esta naturaleza divina, sigue faltando algo… Él sigue con sus maravillas y nosotros sin todavía haber alcanzado plenamente la posibilidad de crear a partir de esas maravillas, de re-crear y volver en cosa distinta, en cosa mejor este país que todavía lo seguimos viendo distante como quien mira un cuadro abstracto en una exposición y por mucho que lo mira, sigue sin entenderlo… pero no es la geografía ¡ya sabemos quiénes son!

Entonces, antes de entrarle a la brega laboral, porque las bregas previas para llegar al trabajo ya han sido superadas, se va a la panadería para tomarse un café y desayunar ¡Porque, a todas estas, capaz y no pudo hacerlo en la casa con todo y la maravilla de la danza matutina!… Y en lo que se está tomando la taza de una de las maravillas que nos da el país, se da cuenta que aquello no tiene azúcar y sabe amargo. ¡Guácala!

Así nos sabe el país por estos tiempos, amargo, como el café sin azúcar o como el chocolate sin azúcar que también es otra de nuestras maravillas propias…

¿Y que hemos hecho históricamente los venezolanos con ese café y con ese chocolate para que nos sepan mejor?

Al café le hemos inventado mil y una maneras de prepararlo para que nos sepa mejor y le hemos puesto mil y un nombres a cada una de sus distintas modalidades. Al chocolate le hemos puesto leche, le hemos puesto nueces, le hemos puesto frutas, lo hemos probado oscuro o blanco y todos esos procesos de refinación, de re-creación del café o del chocolate -históricamente- nos han permitido saber que trabajando sobre esas materias, buscándoles excelsitud, saben mucho mejor, nos saben mucho mejor y las disfrutamos más ¿cierto?

De manera que esos procesos del ingenio nos han permitido transformar materia prima en cosa hermosa, sabrosa, magnífica, bella. ¡No en vano regalamos bombones! ¡O brindamos café! Eso sí, cuando lo brindamos le ponemos azúcar al café para que nos sepa mejor y podamos decir: aquí vamos, entre fuerte y dulce como el guarapo, entre amargo y dulzón como el bolero ¡porque nos gusta poco el café sin azúcar! ¡O el chocolate amargo y nada más!

¿Cómo seguirle poniendo dulce a la tradición y haciendo mil combinaciones entre ingenio y materia para seguir inventando, optimizando, re-creando, construyendo sin tener que morir en el intento?

Sólo el arte nos salvará, decía André Maurois. De eso se trata esta trama, me parece ¿De eso se tratará?

¿Un cafecito?

www.arteascopio.com

 

 

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