La última victoria opositora fue el 6 de diciembre de 2015 cuando conquistó 112 de los 167 escaños de la Asamblea Nacional, bajo la estrategia electoral de la Mesa de la Unidad Democrática.

La reciente designación de un nuevo CNE por parte de la Asamblea Nacional ilegítima va a cumplir varios objetivos del régimen de Nicolás Maduro. Entre ellos, propiciar el levantamiento de las sanciones impuestas por Washington, incidir en el reconocimiento de su gobierno en un sector de la Unión Europea y, sobre todo, profundizar la división en las fuerzas democráticas venezolanas. Lo cual pone de relieve el verdadero problema de fondo: la ausencia de una dirección política unitaria.

Henrique Capriles, Fedecámaras y algunos analistas han saludado la designación del CNE como un paso inicial hacia la ‘reinstitucionalización’ de la salida electoral. Juan Guaidó y otras personalidades opositoras han denunciado que el régimen buscar suavizar su imagen y dividir a la oposición. Hay argumentos de parte y parte, algunos muy lógicos, pero al final no existen garantías sobre la conducta imparcial del ‘nuevo’ organismo electoral, integrada su directiva por tres oficialistas y dos opositores. Sobre todo en el marco de una población que vive una crisis humanitaria compleja, sin esperanzas de superación ni liderazgo al que seguir. Según las últimas encuestas, casi la mitad de los ciudadanos no cree en la política. Ni del gobierno ni de la oposición. La otra mitad está ocupada en la supervivencia y no en la lucha democrática. Mientras tanto, el régimen persigue, reprime y arrincona a una oposición cada vez más débil.

La ausencia de una dirección política unitaria se ha convertido en la verdadera razón del descalabro de las fuerzas democráticas, en la medida que no existe una estrategia consensuada que establezca objetivos, mecanismos y herramientas para derrotar la dictadura. Acción Democrática va por su lado, Primero Justicia no encuentra norte, Voluntad Popular se halla diezmada, Un Nuevo Tiempo no influye en nada, Vente Venezuela apenas sobrevive detrás de la figura de María Corina, La Causa R perdió su presencia de otros tiempos, etcétera. Y no hablemos de los alacranes y otras especies fuera del juego. Esta dispersión ilustra una profunda crisis de liderazgo. La oposición venezolana se parece cada vez más a la vieja oposición cubana, así como Venezuela se ha convertido en una colonia del castrismo. Por algo será.

La última victoria opositora fue el 6 de diciembre de 2015 cuando conquistó 112 de los 167 escaños de la Asamblea Nacional, bajo la estrategia electoral de la Mesa de la Unidad Democrática, plataforma organizativa y política de las fuerzas opositoras. Funcionó la dirección consensuada de la MUD.

Pero lejos de consolidar ese espacio unitario, los propios partidos desdibujaron su presencia. Cada cual por su lado. En la política abundan los suicidios.

El régimen de Maduro juró que no volvería a perder unas elecciones y ha puesto en práctica sus estrategias. Desconocido por medio centenar de países democráticos, ha tratado de manipular diferentes comicios y ahora ha logrado convencer a un sector de la oposición de su participación electoral al amparo del nuevo organismo comicial.

La ausencia de esa dirección política unitaria es la terrible deuda que tienen las organizaciones opositoras con el país. Sus dirigentes son también responsables del fracaso de la democracia en Venezuela. Con o sin nuevo CNE.

 

 

 

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